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Una complicada vuelta a casa

Científicos argentinos piden cerrar las fronteras para evitar la propagación de variantes del SARS-CoV-2 en el país. (Foto: Gentileza).

“Señor Segura, le informamos que su vuelo de regreso a Ezeiza programado para el 26 de marzo ha sido reprogramado para el 11 de abril”. El texto que apareció en mi celular el martes 17 de marzo disparó el operativo retorno anticipado desde Brasil a donde habíamos llegado para tomar parte de un Congreso (que se suspendió) y tomar nuestras vacaciones.

En ese momento pusimos en marcha el retorno, habida cuenta de las medidas que se estaban tomando en nuestro país y no en Brasil, en donde, por esos días, el tema coronavirus todavía sonaba lejano, muy lejano, más lejano de lo que nuestro ministro de Salud, Ginés González García, había sostenido.

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Presurosos, acudimos a amigos de nuestro país para recabar información todavía muy imprecisa. “Les programaron el vuelo para el 11 porque el gobierno cerró el espacio aéreo hasta el 10 de abril” nos apuntó una empleada del consulado sin poder responder más preguntas. Con este panorama, nada alentador, comenzamos a evaluar chances: una era quedarnos en Brasil hasta el 11 de abril y la otra intentar volver a nuestro país como sea.

VER Más de 120 vuelos especiales trajeron de regreso, hasta el momento, a casi 23.000 argentinos.

A la primera posibilidad la desechamos cuando Ziomar, nuestro guía y amigo, nos apuntó que era probable que los estados de Brasil comenzaran a cerrar sus fronteras con lo que, llegar a San Pablo, sería poco menos que imposible. En ese momento tomamos la primera decisión, abandonar nuestro lugar ubicado a 180 km de San Pablo y alojarnos en esa ciudad para estar más cerca del aeropuerto de Guarulhos, desde donde salen los vuelos a nuestro país.

El miércoles 18 pudimos contactarnos con Cancillería para completar el formulario que daba cuanta de nuestra presencia en el país hermano y de nuestra intención de volver. También pudimos, gracias a contactos de amigos ligados a la actividad turística, llegar a un funcionario de Aerolíneas Argentinas quién nos atendió muy bien y nos dio la gran noticia “Argentina había decidido abrir sus cielos para aviones de distintas compañías pudieran traer argentinos al país. No nos garantizó lugar, pero, lo más importante, encendió nuestras expectativas. Con ese nuevo panorama, y sabiendo que el gobierno argentino había tomado la decisión de repatriar a sus coterráneos amanecimos el jueves. Sin novedades de ningún tipo hasta el mediodía, pero con la certeza que ya había vuelos programados por Aerolíneas Argentinas, partimos rumbo a San Pablo para “pelear”, en el mostrador y cara a cara, nuestro lugar en uno de los vuelos programados para ese día y días siguientes.

El jueves, en horas de la tarde, dijimos presente en la oficina de Aerolíneas en el aeropuerto y la respuesta fue clara: “Vengan mañana, a primera hora, para anotarse en lista de espera y las 9.30, una hora antes de la partida, le podremos decir si hay lugar o si deberán esperar el próximo vuelo”.

Un avión de Aerolíneas Argentinas.

A las 6.25 del viernes nos plantamos en las puertas de la oficina a la espera de los empleados para anotarnos y después del trámite nos preparamos para vivir horas de gran tensión hasta el momento en que sabríamos si nuestros nombres estaban entre los viajeros del vuelo 1241.

A las 9.45, un paulista con gran pulso para manejar una situación absolutamente sensible fue nombrando a quienes se subirían al vuelo. Nos tocó un lugar entre los elegidos y nuestra alegría no fue total al ver que un par de personas se quedaban afuera del vuelo. En ese momento el empleado de Aerolíneas nos dio una lección de manejo de la situación explicándole a los desencantados que no subieron cómo seguiría el trámite para el regreso. No hubo gritos de alegría ni tampoco situaciones caóticas. Fue como si todos hubiésemos interpretado el delicado momento.

Sin embargo, al impensado e intempestivo regreso a casa todavía le faltaba un capítulo. Arribamos a Ezeiza y allí tomamos nota que no había transporte para volver a nuestras provincias y ni taxis o transporte público para ir a Aeroparque, donde, según constaba en un papel pegado en las puertas de Ezeiza, el gobierno había definido algunos vuelos de la línea de bandera para llevar a los provincianos a sus lugares.

Allí fuimos, siete mayores y una bebé nos subimos a dos autos de alquiler que hacen el servicio puerta a puerta a buscar soluciones en Aeroparque. Nos recibió una terminal área cerrada y fuertemente custodiada por persona de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). Uno de sus integrantes (muy gentil y educado) nos abrió el paso hacia las oficinas de Aerolíneas donde nos confirmaron que el día siguiente había un vuelo programado para Córdoba a las 8.30. Hasta allí, todo bien, solo que, cuando el empleado nos preguntó dónde haríamos noche, la noche se nos vino encima. Los hoteles no estaban recibiendo pasajeros que vinieran de zonas de riesgo, como nosotros, y no había taxis para desplazarnos. El panorama, desolador, por cierto, aceleró la decisión. Por $24.000 los dos autos nos traerían a Córdoba. Esos vehículos, habilitados para circular por todo el país, eran los únicos que podrían cerrar el círculo de regreso.

Partimos, llenos de dudas por los retenes que, sabíamos, deberíamos sortear camino a casa. El primero fue cerca de Pacheco. Más de dos horas de espera para que personal de Prefectura certificará nuestras identidades y domicilios. El segundo, ya en Córdoba fue cerca de Leones, allí un uniformado de la Policía Caminera nos propuso un largo interrogatorio que terminó cuando le mostramos la foto de nuestra declaración jurada en la que constaba que sorteamos los controles sanitaros. La tercera parada obligatoria fue en Villa María, esta vez un muy joven uniformado haciendo demostración de sus escasos conocimientos para manejar la situación y dejando traslucir una buena cuota de autoritarismo no escuchaba las explicaciones de nuestro chofer y nos amenazó con llevarnos a un hospital para corroborar nuestra salud mientras nos exigía una autorización judicial para circular. Felizmente, después de 15 tensos minutos, un uniformado de mayor rango, verificó nuestros datos, confirmó nuestros domicilios en Córdoba y nos dejó seguir.

El último retén, antes de la llegada a casa, fue en el peaje a Villa Carlos Paz. En ese lugar apareció el servidor público que los ciudadanos necesitamos en estos momentos complicados. El oficial escuchó nuestros argumentos, verificó nuestros domicilios, comprobó que la documentación del auto estaba en condiciones y nos dio paso. Eso sí, antes de liberarnos la ruta nos aconsejó qué hacer con nuestras vestimentas cuando llegáramos a casa. Un lujo que sus colegas deberían imitar y sus superiores inculcar a toda la dotación. Treinta minutos después, en la más absoluta de las soledades llegamos a casa. Nos despedimos de Carlos nuestro chofer, con un toque de codos y nos quedamos son su sentencia: “Ver las rutas desiertas mete miedo, en serio”.

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