Ver el mar bien azul desde los barrios altos de Puerto Madryn (Chubut), cuando se ingresa por el acceso Norte de la ciudad, es la mejor bienvenida que uno puede recibir después de haber recorrido los 1.575 kilómetros que la separan de nuestra Córdoba capital.
Puerto Madryn (así bautizada en homenaje al galés Loves Jones Parry, Barón de Madryn en el País de Gales y que llegó a las costas del Golfo Nuevo en 1865 junto a 150 compatriotas a bordo del Mimosa) es una bellísima ciudad costera con un puerto de aguas profundas y playas para todos los gustos.
Bien podría decirse, como afirman los chubutenses, que Madryn es la Perla del Sur de nuestro país y la puerta de entrada para un destino que atrae a turistas de todo el mundo: la Península de Valdés. Preferida por quienes practican actividades náuticas, ofrece un variado programa para disfrutar del aire libre, los paisajes majestuosos y un mar frio (en verano, la temperatura del agua oscila los 18 grados), pero encantador.
Nuestra estadía de cuatro noches cumplió las expectativas planteadas al momento de organizar el viaje. Fuimos beneficiados por una temperatura que rondó los 30 grados y que hizo que las 15 horas con luz (amanece a las 6 y anochece a las 21) fueran atractivas para estar mucho tiempo disfrutando de las espaciosas playas en las que no hay riesgo alguno de romper con el distanciamiento social.
El primer día, como corresponde, fue para recabar información, recorrer los puntos centrales de su muy cuidada costanera, elegir el parador para pasar nuestras horas de mar y acercarnos a los puntos más recomendados para degustar su excelente oferta gastronómica en la que los frutos de mar de mar, pescados y cordero sobresalen sobre el resto. Una primera aproximación a su bien cuidada zona céntrica nos permitió observar un gran respeto de su gente por el uso del barbijo.
Entonces, ya con la ciudad bien explicada por un mapa y las distintas aplicaciones, dedicamos el primer día completo a recorrer sus playas, bien amplias cuando la marea se retira. Ese recorrido, bien de ciudad, por así decirlo, incluye una llamativa escollera que pertenece a la Armada Argentina, está en el inicio de las zonas de playas y que, hasta la pandemia, recibía, por ser puerto de aguas profundas, a esas ciudades que navegan llamados cruceros y que en temporada alta atiborraban de turistas de todas las latitudes a la apacible Madryn. Hoy, sin ese movimiento de otrora, es un paseo ineludible ya que desde su punto más adentrado en el mar, hay una vista súper atractiva de la ciudad.
Nos llamó la atención en ese recorrido, la cantidad de niños poniéndole un toque distinto a las mañanas. Son las escuelitas de verano de clubes y otras instituciones de la sociedad civil que aprovechan al máximo ese generoso espacio para acercarse a las actividades náuticas.
A la hora de elegir un lugar para nuestra estadía, nos inclinamos por algunos de los muchos y bien puestos paradores en los que se puede conseguir asientos, sombras, comida y bebida. Hay para todos los gustos y son recomendables para “cortar” la jornada en horas del mediodía cuando la temperatura se deja sentir con todo su esplendor. Precisamente en ese tramo del horario, entre las 12 y las 15, el intenso calor nos llevó a sumergirnos una y otra vez hasta que la baja temperatura del agua se hizo normalidad y entonces sí, el disfrute fue total.
Una vez que supimos cómo aprovechar al máximo nuestra estadía en la playa, dedicamos otro día a recorrer los alrededores de Madryn. Nuestro primer destino fue la Lobería de Punta Loma un área natural protegida en la que se pueden observar, bien de cerca, lobos marinos. Lo recomendable es ir cuando el mar se acerca a los acantilados y las enormes criaturas de pocos movimientos se desparraman sobre las rocas para disfrutar de larguísimas siestas al sol mientras las olas, cercanas, le ponen ritmo al paisaje. Este paseo es gratuito y tiene límites horarios para ingresar.
Cerca de Punta Loma, está Playa Paraná, famosa entre los fanáticos del turismo en casillas rodantes y motorhome. Pintoresca por donde se la mire, la playa muestra los restos del buque pesquero Folias que fue construido en España y que en estas latitudes ejerció su oficio hasta que un incendió lo sorprendió en diciembre de 1980. Sus restos son uno de los atractivos para los amantes del buceo.
Playa Paraná es un lugar ideal para el relax, la fotografía y unos buenos mates mientras nuestros ojos no dejan de escanear tanta inmensidad.
Cerca de la ciudad, 15 kilómetros al norte, emerge playa El Doradillo. El lugar es un paraíso y uno de los puntos elegidos por las ballenas francas australes para mostrarse bien cerca de la costa. Es una Área Protegida desde el 2001 y una referencia inevitable para el avistaje de estos cetáceos que llegan a medir hasta 16 metros (las hembras) y pesar 40 toneladas.
Para quienes al momento de armar el viaje deciden ver las ballenas, la mejor época es entre los meses de septiembre y noviembre, cuando más ejemplares se encuentran en la zona.
PINGÜINOS Y GALESES
El viaje a Madryn no será completo si no se conocen dos destinos casi obligados y encantadores: la reserva de Punta Tombo y Gaiman, el pueblo que fundaron los galeses. Ambos destinos están en la misma dirección por lo que sugerimos disponer de un día completo para su vista.
La reserva de fauna Punta Tombo (a 180 kilómetros de Madryn) es una de las principales colonias continentales de cría del pingüino de Magallanes. Es un Área Protegida para preservar el hábitat. La reserva es de fácil acceso y durante su recorrido por sus bien cuidadas pasarelas, uno puede ver y divertirse con las piruetas de estas aves altamente sociables y acostumbradas a vernos a nosotros, los visitantes. Nuestro recorrido demandó poco más de dos horas en las que no paramos de disparar nuestra máquina de fotos tratando de no dejar pasar los miles de gestos y poses de los simpáticos anfitriones que, según las autoridades de la Reserva, rondan el millón de habitantes. Reitero, un paseo imperdible.
De vuelta a Madryn, la parada obligada es en el pintoresco pueblo de Gaiman, ícono de la presencia galesa en nuestro país. Para entender un poco más de cómo fue que los galeses llegaron a este lugar, es casi imprescindible dedicarle unos 30 minutos a las explicaciones del guía que, amablemente, nos adentra en lo que fue la primera casa de Gaiman que data de 1874.
Ahora sí, con las explicaciones a mano, hay que recorrer este pueblo que se destaca por mantener las tradiciones, usos y costumbres de los colonos que comenzaron a llegar allá por el 1865. Ver, por ejemplo, el monumento a Colón en la plaza principal del pueblo con sus placas en español, galés e inglés, no deja de ser una curiosidad como lo son algunas calles que llevan sus nombres en los esos idiomas o las capillas protestantes o las construcciones de ladrillos a la vista con techos de chapa o enterarnos que el galés se estudia en los colegios de la ciudad.
En fin, Gaiman es una apelación constante a una corriente migratoria que mostró su fortaleza y capacidad de adaptación en la fría Patagonia argentina. Pero, como reza el dicho popular: si no degustaste una exquisita torta galesa con un bien servido té, no puedes decir que estuviste en Gaiman. Y así, para cumplir con el mandato popular, dejamos como última actividad la visita a uno de las dos casas de té que, por la pandemia, está abierta. Elegimos Plas y Coed y no nos arrepentimos. Té a discreción, variedad de masas, galletas, biscochitos y, por supuesto, una exquisita torta galesa sellaron, definitivamente, nuestro romance con este acogedor pueblo que, les podemos asegurar es mucho más que sus tortas, su té y la visita de Lady Di en 1995.
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