Mientras el país cruje frente al plan de restauración neoliberal, que impone cambios abruptos en el reparto de la riqueza y las condiciones de vida de los argentinos, el presidente Mauricio Macri juega a líder “emergente” en el G-20. En el club de las potencias mundiales más un núcleo de países emergentes, a los que ahora se sumó Argentina luego de su ciclo populista, el ingeniero se siente cómodo y reconocido. Habrá que ver si es para siempre.
El gobernador peronista Juan Schiaretti, por su parte, trata de blindar su plan de obras públicas -con asistencia crediticia y en la negociación con el gobierno nacional en el marco del ajuste impulsado por el FMI- y de encontrar el punto justo a la fecha de la elección provincial, que es su gran preocupación fundamental.
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Schiaretti ha leído el escenario político con claridad: es un aliado funcional del presidente Macri en sus políticas nacionales desde el relato de la “gobernabilidad”, por eso trata de negociar el ajuste sin cuestionar el acuerdo con el FMI; no explicita -y no tendría porque hacerlo- su cercanía ideológica respecto de la restauración neoliberal -el gobernador formó parte del primer gobierno neoliberal peronista, durante la gestión de Carlos Menem- pero sus decisiones estratégicas se sostienen en esa línea -por ejemplo, propuso la provincialización de AySA o la desregulación del mercado eléctrico en Córdoba-; y desde esos dos lugares cree que puede condicionar el apoyo político de Macri hacia sus propios candidatos en Córdoba. De hecho ha conseguido que salvo el intendente de Córdoba, Ramón Mestre, el resto haya quedado en estos dos últimos meses tapado por la crisis del dólar y la soledad del presidente.
Schiaretti cree que puede condicionar el apoyo político de Macri hacia sus propios candidatos en Córdoba. De hecho ha conseguido que salvo el intendente de Córdoba, Ramón Mestre, el resto haya quedado, en estos dos últimos meses, tapado por la crisis del dólar y la soledad del presidente.
Macri, en estos días, habla en alemán a una población que sólo entiende español. Su frase de ayer, al finalizar la reunión del G-20 en Buenos Aires, de que “la comunidad internacional nos ha dado un fuerte respaldo” va a ser contrastada hoy mismo frente a las góndolas del supermercado o frente a la ventanilla en la que habrá que pagar la boleta de gas. Sin embargo, el núcleo del poder económico y los CEOs del gobierno creen que este apoyo servirá para convencer al PJ “racional” y “dialoguista” de apoyar las líneas maestras del ajuste. Imaginan que de este modo será posible sostener la gobernabilidad hasta fin de año y que en 2019 otra vez se le aflojará el torniquete al consumo, como para cambiar el humor social electoral.
Hay un componente externo que quedó plasmado con toda claridad en el documento del G-20 de ayer: “si bien muchas economías emergentes se encuentran ahora mejor preparadas para ajustarse a las cambiantes condiciones externas, aún enfrentan desafíos tales como la volatilidad de los mercados y la reversión de flujos de capital”. Si ese escenario no se modifica en los próximos meses, la situación del país será crítica por el peso de la propia situación financiera interna (Lebacs, bonos y dólar) y externa (deuda y compromisos imposible de cumplir con el FMI). Dicho de otro modo, el gobierno nacional tiene viento cruzado y si esa “condición climática” se prolonga no tendrá tiempo para modificar el contexto económico. Sin resolverlo, irá inexorablemente a una situación de crisis política.
El gobierno nacional tiene viento cruzado y si esa “condición climática” se prolonga no tendrá tiempo para modificar el contexto económico. Sin resolverlo, irá inexorablemente a una situación de crisis política.
A su vez, la política y la economía estarán marcados por la resistencia social al ajuste y a la política que lo sostiene. Su evolución, masa crítica, articulaciones -si es sólo sindical, perderá; si enlaza con lo social y político tendrá mejores posibilidades de vencer- y programa que alcance serán la otra variable de los días que vendrán. El tiempo será preponderante: si la restauración neoliberal se impone como “el único camino” los sectores perjudicados serán arrasados políticamente; en cambio, si traban su evolución -sobre todo con el salario, la flexibilización y la apertura comercial- o logran hacer lugar a la existencia “de otro camino”, el tiempo jugará a su favor entroncando con el factor externo.
Si la economía no desemboca en una crisis, el presidente podría aspirar a ser el más fuerte entre los restos del naufragio. Si la economía no responde, Macri (y la mayoría del sistema político) podría convertirse en una nueva versión de Fernando De la Rúa.
Hasta ahora, más que el acuerdo con el PJ de los gobernadores, la principal tabla de salvación de Macri y el gobierno es la degradación de la confianza social en la política (así lo indican buena parte de las encuestas de los últimos dos meses). Es un resultado obvio, propio de la confianza depositada en un nuevo liderazgo que hasta ahora se muestra inservible frente a la realidad económica de la mayoría, pero eficaz frente al populismo de CFK. Con un marco incierto, con el líder elegido incapaz de conducirlos hacia “el deseo expresado”, vastos sectores de la población responden como respondieron frente a la debacle de la Alianza en 2000 y 2001: con el desencanto. Si la economía no desemboca en una crisis, el presidente podría aspirar a ser el más fuerte entre los restos del naufragio. Si la economía no responde, Macri (y la mayoría del sistema político) podría convertirse en una nueva versión de Fernando De la Rúa.
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