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La vida en fases

La comunidad de Madrid, Barcelona y su área metropolitana, además de toda Castilla y León, pasaron oficialmente a la fase 1 de la desescalada de las medidas de confinamiento por el coronavirus. Esto significa la posibilidad de hacer reuniones de hasta 10 personas (respetando el distanciamiento), la reapertura de parques, de bares y restaurantes con aforo limitado, la posibilidad de acudir a comercios sin cita previa, entre otros cambios.

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Nunca antes habíamos pensado en términos de fases para darnos un abrazo, o para tener una charla, pero así es. Pasaron 70 días desde que subrepticiamente y sin entender nada tuvimos que encerrarnos en nuestras casas y en nosotrxs mismos. Setenta días de consejos para estar bien, para gestionar emociones, para no enloquecer. De un exceso de información y desinformación en la que los diarios comenzaron a publicar el número de muertes y de casos de infectadxs con la misma frialdad que la temperatura o el pronóstico del clima. En España, por cierto, hubo en total 235.536 casos de coronavirus diagnosticados por PCR y 28.752 muertes según informó el Ministerio de Sanidad.

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Fueron tiempos de generar otras costumbres, algunas que quedarán y que agradeceremos, otras que abandonaremos sin más. Al contar con escaso movimiento y pocas acciones las conversaciones por fin se trataron de lo que verdaderamente importa, de cómo estamos, de cómo nos sentimos, de cómo nos podemos ayudar. Las emociones fueron portada de noticias, y ganaron terreno y popularidad. Fueron días de una nueva y estricta ceremonia de agradecimiento y apoyo, la del aplauso colectivo, que en cada barrio tuvo su matiz particular. Tiempos de predicciones y proyecciones. De sentimientos volátiles, de improvisar cada día, de enfrentar desafíos, de apelar a la creatividad.

Fue la oportunidad de volver a denunciar la injusta sobrecarga de tareas que sufren las mujeres a las que históricamente se les ha asignado la responsabilidad de cuidar. De difundir la conexión entre la destrucción que hicimos de la naturaleza y la aparición de este y tantos virus más. De insistir en modificar de manera urgente nuestros modos de vida, de plantear el decrecimiento económico como algo no solo posible sino, deseable. Algunas injusticias prolijamente escondidas no tardaron en estallar. Trabajadorxs precarizadxs, un sistema de salud relegado, violencias machistas dentro del hogar.

Como suele suceder en situaciones de crisis, se multiplicaron las experiencias de solidaridad, de resistencia y de colaboración mutua. Pero a la vez, la cultura del odio y del miedo cobró fuerza de la mano de aquellxs a quienes sólo les importa la realidad de sus privilegios. Y para salir a protegerlos, volvieron a respaldarse en la bandera de un país que desean, sea de pocxs. Así, después del cotidiano aplauso de las 20 horas, se han sumado a las 21 horas las cacerolas que suenan a modo de queja de la gestión del gobierno de Pedro Sánchez sobre la crisis del coronavirus.

Santiago Abascal, líder de Vox (partido de ultra derecha de España) no sólo alentó cacerolas, asegurando que “la pulsión de libertad es imparable” sino que convocó a una concentración masiva de autos y motos en las calles de Madrid y otras ciudades del país para reforzar los pedidos de dimisión y de ” libertad”.

No se trata de aplaudir al gobierno y de abandonar toda crítica, que, por el contrario, es necesaria y a la vez urgente. Lo preocupante aquí son los sectores que sólo intentan destruir, sobre la única premisa de proteger sus privilegios.

Quienes más padecen las consecuencias de esta crisis son aquellas personas que ya venían soportando el peso de un sistema insostenible para la vida. Y sus lógicas no cambian por este contexto especial, sino que lamentablemente (y a veces, de manera brutal) se refuerzan. Las desigualdades, en España y a nivel mundial, se recrudecen, inmigrantes desprotegidos, sectores excluidos, pobreza en aumento. Complejizando este escenario hoy el personal sanitario organiza la primera protesta de la desescalada en Madrid denunciando la falta de personal, la precariedad laboral como también la escasez de tests para esta etapa.

Sin duda se pedirán cañas por doquier en los bares para celebrar esta nueva fase que, a pesar de todo, renueva los ánimos. Aún así, no es momento de bajar la guardia. Debemos seguir conservando conductas de higiene y distanciamiento. Pero también pensar en nuevas estrategias para detener el avance del individualismo y del fascismo. De defender los derechos que son vulnerados o desatendidos bajo el pretexto de la emergencia mundial. De plantear nuevas formas de transformar las desigualdades que imposibilitarán cualquier futuro deseable. El único enemigo no es el virus.

* Florencia Difilippo es una abogada cordobesa que está realizando una maestría en derecho con perspectiva de género en la Universidad Complutense, en Madrid, España.

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