Las horas dramáticas que se viven a raíz del avance de la pandemia de coronavirus COVID-19 en el mundo, han potenciado las capacidades del sistema dirigente nacional que, de la grieta salvaje y descarnada, ha pasado a una convivencia armónica y productiva. Alguien podría afirmar sin margen de error, que se activaron los mecanismos de supervivencia. Eso es cierto, pero también es posible porque los actores centrales son otros, son liderazgos emergentes que están construyendo su relato y su lugar en la historia (Alberto Fernández u Horacio Rodríguez Larreta, por citar dos de los principales).
Las fotos del presidente Fernández con el jefe de gobierno porteño, Rodríguez Larreta y el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, en las conferencias de prensa o dialogando con los otros gobernadores provinciales, ponen patas para arriba las percepciones políticas anteriores al coronavirus.
Otra imagen tiene un efecto menor (porque para la máquina de producción de sentido que es Buenos Aires, sólo le importa Buenos Aires), pero es igualmente potente: el presidente consensua con los gobernadores de todos los colores -los propios y los opositores- las políticas a instrumentar frente a la pandemia.
Y la última de las instantáneas que parecen mostrar otro país, es el desarrollo de la crisis originada por la compra de aceite y fideos con sobreprecios por parte del Ministerio de Desarrollo Social. Es decir, la salida que Fernández le está dando a un hecho de corrupción. La denuncia original la realizó el diario La Nación y antes de llegar a la Justicia el gobierno entendió que efectivamente los hechos habían sucedido, y echó a 15 funcionarios que serían los responsables de la compra. Ayer, el presidente le agregó un elemento fundamental para interpretar lo que estaba sucediendo: la palabra y el discurso. “No vamos a aceptar infiltrados”, dijo Fernández para calificar a los que actuaron al margen de la ley. La frase del titular del Ejecutivo, esconde un concepto central: la corrupción no forma parte de este gobierno y si la hay, es porque la trae alguien que no es parte de este sistema político. Por cierto, habrá que observar el recorrido de este episodio para conocer si forma parte de una construcción política que ha decidido expulsar la corrupción estructural del Estado o si, por el contrario, se trata de un acto aislado.
La crisis sanitaria se encuentra en pleno desarrollo y no es posible determinar aún su final. Es un partido parecido a una definición de la Copa del Mundo, dónde para vencer se necesita mucho temple, esfuerzo, un plan y mucho corazón, frente a un rival al que no le tiembla el pulso para ejecutar su faena. Por lo pronto, como Alejandro Sabella, el DT de la selección argentina en Brasil, Fernández paró al país de atrás para adelante. Primero la defensa para aguantar lo que venga; y después, se verá si es posible convertir algún tanto.
Paradójicamente, hasta ahora, la fortaleza del presidente no ha sido su gabinete, ni el peronismo, sino él mismo; su empatía con la opinión pública a partir de tomar decisiones, de ejercer el poder y de llevar el barco con un rumbo; y la enorme capacidad de trabajar acuerdos con el peronismo y la oposición, con sectores empresarios y con él sindicalismo. El segundo factor para construir esa empatía no ha sido ni su bigote ni su corbata celeste, ha sido la capacidad de derribar barreras, sumar a los adversarios a la mesa de decisiones, y hacer del gobierno una especie de casa de todos sin pedirles el DNI que los acredite como integrantes de la familia. Es cierto que a todos los une el espanto, pero no siempre el resultado es el que se ve por más espanto que haya puertas afuera.
Fernández juega con una carta a favor, si es que sobrevive a esta crisis sanitaria. La economía es un capitulo que se resolverá una vez que el COVID-19 sea parte de la historia trágica de una generación (sea cual sea el resultado). Está claro, que el esfuerzo será muy grande, y el país -y el mundo también- saldrá más pobre de la batalla. Las duras condiciones económicas del inicio del mandato de la alianza de los tres peronismos y la necesidad de renegociar la enorme deuda pública para tratar de poner a Argentina en un sendero con algún destino, ya no será sólo un problema nacional y de un gobierno, entrará dentro del enorme problema que tendrán que resolver las potencias mundiales para reordenar el sistema global. Será, por lo tanto, una situación que vivirán también otros países, porque la economía mundial sufrirá con la pandemia del coronavirus COVID-19 un cimbronazo descomunal que desacomodará a medio planeta.
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