La Barra de Tijuca, en Río de Janeiro, lo tiene todo: el único dilema es escoger cómo arrancar un día de playa entre tantas alternativas encantadoras.
Jean, un mozo todoterreno que llegó del Congo a una de las barraquinhas de la Barra como trampolín a los Estados Unidos, propone consumir la primera caipirinha a las 11. De lo contrario, dice, no has iniciado el día.
Arthur, el profe de gimnasia y guardavidas en la pileta de nuestro hotel, tiene otra propuesta: despertarse a las 6.30 y, sin desayunar, realizar una caminata de no más de una hora por las ya cálidas arenas cariocas.
Agua en mano, protector solar y gorrito playero para cuidar la bocha son indispensables para cumplir con un rito que mañana tras mañana convoca a cientos de personas que buscan, además de oxigenar sus cuerpos, los espacios que, a esa hora, ofrece la tremenda playa de Barra. Después, como apunta Arthur, nada mejor que un buen jugo de frutas para acompañar los clásicos desayunos brasileños.
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Así, de una forma u otra, o combinando ambos programas, damos por iniciado nuestro día en una las playas mejor cuidadas de Río de Janeiro. Con sus más de 14 kilómetros de costa, la Barra de Tijuca es la más extensa de todo el Estado de Río de Janeiro. Por esa razón, se convierte en un punto obligado para aquellos que le huyen a la congestión que proponen Copacabana e Ipanema, dos de los balnearios más famosos, más concurridos y más cercanos del centro.
El crecimiento en los últimos años de la Barra de Tijuca se debió, en gran parte, al Mundial de Fútbol y la los Juegos Olímpicos, que se realizaron en 2014 y 2016 ya que la organización dispuso que la zona fuera el lugar para levantar la Villa Olímpica y construir numerosos centros deportivos. Este impulso que vino desde el Estado fue determinante para el gran crecimiento de la zona, ya que terminó de definir la fisonomía del sector. Gran cantidad de condominios, algunos de ellos de alta gama, centros comerciales para satisfacer a la cada vez más numerosa población que elige la Barra para escapar de la siempre agitada zona céntrica y una calificada oferta de lugares para comer son el ADN de esta parte de la ciudad.
Así, con este entorno, las playas, razón de existir para la Barra, se asoman como una propuesta difícil de eludir para los amantes de las arenas limpias y aguas cálidas y transparentes. La presencia de los turistas brasileños y de los cariocas mismos, es notoria en cualquier playa. La placidez del lugar ha convertido a la Barra en un destino obligado para aquellos que quieren evitar las multitudes.
Cuando el sol pega en serio, sus adoradores dejan la protección de sus sombrillas para exponer sus cuerpos a los impiadosos rayos. Esta ceremonia anticipa el siguiente paso de una rutina que uno no quiere cambiar. Llega el momento de la primera cervecita, ahora en una lata (latao, como dicen por estos pagos) de cerca de medio litro y con el punto de frío exacto que sólo los brasileños son capaces de dar.
Una vez consumado el ritual, al que prácticamente es imposible negarse, ya se ha puesto primera en un clásico día de playa. Por esas horas del mediodía y cuando las aguas son el refugio de quienes buscan un poco de frescura, son los locales los que marcan el ritmo. Nuestro amigo Jean aporta: “¿Cómo te das cuenta si un turista es brasileño? Muy simple, el hombre usa shunga y la mujer tanga y cuando más calor hace, a diferencia de quienes vienen de otros países, ellos se meten al mar a refrescarse y pasan allí las horas de mayor temperatura”.
Veamos, ya tenemos arena, sol, mar, caipirinha y cerveza, ¿qué falta para completar la postal carioca? Si acertó, las clásicas rabas (lula en portugués) con papas fritas, tomate, lechuga y aderezos. Sin moverse de la playa, para no perder el ritmo de descanso, nuestro amigo Jean nos acerca ese manjar al que, obviamente, hay que acompañar con cerveza. Nosotros elegimos la barraquinha Rei da Barra y damos fe que su atención y la calidad de la comida son para recomendar. Consumado el almuerzo, se impone un momento de rélax, un buen libro o el placer de una siesta sin despertador. También, en esas primeras horas de la tarde, comienzan a aparecen otros grandes protagonistas de estas playas. Son los fanáticos del kitesurf que arman sus velas sobre las veredas de la avenida Lucio Costa (la arteria principal que recorre todo el circuito de playa) y después, con ellas desplegadas y tablas en mano, se meten al mar para desafiar las corrientes de aire y las olas y así consumar otra postal de la Barra. Decenas de velas multicolores cambian el paisaje mientras la tarde, inexorablemente, se encamina hacia la frutilla del postre. La puesta del sol en la Barra es un espectáculo que los bañistas esperan día tras día. Alrededor de las 18, todas las miradas tienen un solo objetivo: el Sol. Cuando comienza a bañarse en las aguas del Atlántico, las cámaras de fotos, las filmadoras y, lógicamente, los celulares surgen presurosos para inmortalizar este momento único de colores y destellos. En algunas playas, la gente aplaude el ocaso y agradece, así, el espectáculo de la naturaleza.
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