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Ramiro Larrain: “De los proyectos imposibles surge la posibilidad de conocernos”

El escritor Ramiro Larrain. (Foto: Télam).

Criar caracoles para luego exportarlos a Europa le pareció a los dos hermanos protagonistas de la novela “Moluscos” un proyecto factible que les permitiría la salvación económica, pero de a poco descubren que el reproducirlos en la cocina de un departamento de un oscuro y misterioso edificio los confronta con los propios recovecos y caparazones que generaron para sobrevivir ya que como destaca el autor del libro, Ramiro Larrain, “de los proyectos imposibles surge la posibilidad de conocernos”.

“Moluscos”, publicada por EME, es la primera novela de Larrain, quien en 157 páginas narra la historia de dos hermanos que se ven obligados a volver a convivir en el viejo departamento familiar, en un enigmático edificio rodeado de oscuras leyendas vinculadas a la represión de la última dictadura militar, silencio y ocultamiento que ellos replican cuando deciden emprender la cría de caracoles a escondidas del administrador y los restantes habitantes del lugar.

En un contexto de crisis con calles tomadas y cierre de comercios, los hermanos se aferran a la cría de caracoles como algo que los salvará económicamente y evitará que uno de ellos se aliste en la Legión Extranjera, por lo que con disciplina concurren a un curso universitario de helicicultura, algo que años atrás también hizo el escritor, que hasta el momento había incursionado en la escritura de obras de teatro como “Síndrome monoblock”, publicada por Malisia en el año 2014 y “El telar de Jaqcuard”, que fue traducida al francés y publicada por la Universidad de Laussane en una antología de teatro argentino en el año 2020.

¿Cómo llegas a esta tu primera novela?

La historia me persiguió durante años. Tiempo atrás había hecho un curso sobre cría de caracoles. Recuerdo que el aula de la Facultad de Agronomía era gigante y explotaba de gente. Había algo descorazonador en lo que pasaba, porque a medida que las clases avanzaban te dabas cuenta de que nadie tenía las condiciones materiales para montar un criadero con posibilidades de éxito. A mí me pasaba lo mismo: cuánto más sabía de caracoles, más sabía de mis limitaciones. Era un conocimiento inútil. Nunca pensé que en esa contradicción estaba la génesis de una novela.

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La clave narrativa vino de la mano de una pregunta contrafactual: ¿qué hubiera pasado si donde yo claudiqué el protagonista llevaba el caracolario hasta las últimas consecuencias? El punto de partida fue una imagen que condesaba el conflicto: la cocina de un pequeño departamento llena de caracoles trepando por las paredes. Usé lo que sabía sobre los moluscos, investigué más y puse a los personajes en situaciones nuevas. Así tomé distancia y surgió la ficción.

Es interesante el vínculo entre los dos hermanos, que deben convivir y que le permiten al narrador -que en un momento piensa “no conozco a mi hermano”- recuperar el vínculo de la infancia y redescubrir a su hermano con sus actuales características.

Es una relación difícil, el vínculo entre hermanos nunca es fácil y ellos están forzados a convivir, no es una elección, es una imposición. Surge la dinámica del descubrimiento del “otro”, aparece la otredad como fuerza narrativa. Al principio se desconocen, el espacio reducido del departamento amplifica las diferencias. Se atacan, aíslan con agudeza lo que hay de anormal en el otro y se lo echan en cara, el vínculo se tensa. Entonces se ven obligados a abrir el espacio, tienen que hacer lugar para otros, para cientos de caracoles que también van a convivir con ellos. Esta situación altera la dinámica previa. De a poco vemos que hay un trasfondo de afecto que los impulsa a ser flexibles, a buscar soluciones, aunque se trate de soluciones precarias, con los pocos elementos que tienen para lidiar con otro y consigo mismos.

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El personaje de Nahuel pareciera que padece algún trastorno psicológico pero no hay un diagnóstico claro y los lectores empatizan con esa personalidad. ¿Fue algo adrede no encasillarlo en un cuadro médico?

El personaje de Nahuel es un motor narrativo, impulsa el libro hacia delante, nunca sabemos con qué novedad nos va a sorprender. Es un maniático obsesivo muy temperamental y el narrador lo padece. Pero hay una trampa. Solo accedemos a Nahuel a partir de la mirada del protagonista que aísla ciertos rasgos del hermano y los convierte en una metonimia. Nahuel es más de lo que el narrador nos muestra. Es más organizado, es más activo, se enrosca menos con los mambos de la madre, busca soluciones. Es cierto que es desconfiado, pero ambos lo son y aunque el narrador no lo reconozca, Nahuel funciona como un contrapeso que lo equilibra. En un punto, el protagonista está tan ensimismado o más que su hermano, más interesado en imaginar la vida del sereno al que espía todas las noches por la ventana, que por abrirse a interactuar con el mundo real. Nahuel lo obliga a salir a la calle. No me sorprendería que los lectores empaticen con Nahuel, por el vínculo que establece con los caracoles y en especial hacia el final, cuando se descubre algo de su pasado.

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El narrador, en un momento, define también a su hermano como un invertebrado, como son también los caracoles que crían.

Los moluscos son invertebrados y Nahuel tenía la habilidad de usar su cuerpo con la flexibilidad de un molusco, eso marcó una etapa de su vida y resuena en el presente. Los caracoles son moluscos capaces de desafiar la gravedad, hacer toda clase de proezas acrobáticas, trepar y colgarse. Pero cargan con una limitación, su caparazón, esa coraza dura y pesada que los protege y les da cobijo, al tiempo que los aprieta y los condena a un arrastre lento, asfixiante.

Hay en la novela referencias a la dictadura y elementos que aluden a una crisis ya en democracia, con protestas, cierres de comercios. ¿Por qué esa elección?

Casi no hay menciones explícitas a períodos históricos pero el lector se puede situar. No es una novela sobre la crisis, prefiero pensar que es una historia sobre el deseo de sostener un proyecto imposible. La crisis no alcanza a explicar por qué los protagonistas se aferran a algo que parece inviable, tiene que haber otras motivaciones. Entonces la novela se expande hacia otros tiempos, hacia otros territorios, no para dar un explicación causal, sino para ofrecer más elementos. Los protagonistas vivieron otras etapas de su vida en el edificio. Su infancia coincide con los tiempos de la posdictadura. Es un momento importante y está contado desde la mirada infantil. En el edificio los adultos viven encerrados, abroquelados, retirados del espacio compartido. Los vínculos son limitados hay mucha desconfianza. Los niños son los únicos que circulan libremente, pasan tiempo en los pasillos, entran y salen de los departamentos de los vecinos. Ellos se cuentan retazos de la historia reciente del país a partir de lo que escuchan de los adultos. Hay muchas cosas que no quedan claras y me gusta que sea así. Por ejemplo, no queda claro cuánto entienden los niños de lo que se cuentan, como tampoco está claro si entienden por qué de golpe la ciudad se apaga y todo desaparece en la más absoluta oscuridad.

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Ese edificio es funcional al secreto con el que los hermanos crían a los caracoles…

Totalmente, el edificio es un condicionante permanente, es el obstáculo a vencer para que el caracolario tenga éxito. El espacio en el departamento es reducido. Los hermanos deben pensar estrategias para tener más y más caracoles y al mismo tiempo no ser detectados por los vecinos. Mientras el criadero crece el edificio se vuelve un personaje más: los vecinos, el portero, todos se convierten en una amenaza. Cada recoveco del edificio parece esconder un secreto, las escaleras, el sótano. Cada departamento es un microcosmos con una historia a develar que al mismo tiempo es la historia de los hermanos.

Los personajes buscan sostener el emprendimiento de criar caracoles a toda costa…

Los caracoles son fascinantes y descubrí que escondían un simbolismo muy potente que podía explorar. Esas criaturas que se desplazan en cámara lenta devorando nuestras plantas, son un manjar muy apreciado en Europa. Desde el principio del relato se instala la idea de que los franceses pagan mucho dinero por los “escargot”, es decir pueden ser el camino para acceder a un lugar de mucho peso simbólico: el exportador. Pero es un delirio, porque los protagonistas montan un criadero adentro de un edificio y con esta limitación de espacio el emprendimiento parece estar condenado al fracaso. Entonces ¿qué los impulsa? ¿En qué se apoyan sus expectativas? ¿Por qué se aferran al proyecto? La novela se sumerge en estas preguntas.

En la caracterización del caracol encontramos una imagen que se puede aplicar a los dos personajes, que están embarcados en este proyecto y que no se dan cuenta que es inviable. Es como esa coraza que arrastran los caracoles, es un peso, es algo que los aprisiona. Y ese edificio condensa el imaginario del pasado de ellos, es un ancla que los asfixia, es también el caparazón de calcio que aprisiona al caracol y le impide en un punto desplegar las acrobacias. Para sobrevivir se tiene que cargar con ese peso. Se embarcan en ese proyecto imposible y de los proyectos imposibles surge la posibilidad de conocernos. Tienen la posibilidad de aprender sobre sí mismos y sacarse esa coraza y poder seguir adelante pero para eso tienen que ser conscientes de la caparazón en la que están metidos. Y el vínculo entre esos hermanos también se resignifica, se hace más humano al unirse a ese proyecto imposible.

Por Diana López Gijsberts / Télam.

🟠Los imaginarios antojadizos y remotos detrás de la idea de “irse del país”

“Moluscos”, la novela de Ramiro Larrain, expone esa conducta propia del “argentino en crisis” que busca negocios que prometen “salvación y millones”, como pueden ser los moluscos, o en algún otro momento la cría de chinchillas, las canchas de paddle, entre otros. Y es también muy argentino el lidiar con esa idea de que hay que irse del país.

“En la novela, la búsqueda de salvación y la idea de “hay que irse” funcionan juntas y se vuelven claustrofóbicas. Los protagonistas son jóvenes, son de clase media, están estudiando, uno quiere ser escritor y el otro dedicarse al cine pero les toca vivir un presente que no da cobijo a sus búsquedas. Tendrán que aprender a resistir para no ser devorados por la coyuntura”, dice el escritor.

Y se explaya: “Nahuel llega a la conclusión de que hay que irse del país mirando una película. Es uno de los momentos más tristes de la novela. ¿Cómo puede ser que un chico de 20 años que está haciendo lo que le gusta, como es mirar cine ruso, llegue a la conclusión de que tiene que irse del país? ¿Qué discursos están actuando sobre él? Cuando el universo de los adultos repite con total liviandad ‘hay que irse’, estas frases cristalizan como acervo cultural, un sentido común difícil de desarticular y muy peligroso, porque instala un pesimismo que quiebra el ánimo de la juventud”, apunta.

“En ‘Moluscos’ nunca se menciona la crisis, pero se percibe un entorno que aprieta, que aturde a los personajes, que los embota al punto de que se olvidan quiénes son y qué quieren. No se menciona la crisis, pero ver una película de (Andrei) Tarkovski, activa el ‘hay que irse’. Nahuel llega al extremo de querer probar suerte en la Legión Extranjera, un reducto horrible del colonialismo francés donde seguro no va a encontrar la felicidad”, acota Larrain.

> Con información de TÉLAM.

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