En este tiempo, donde el sol en Córdoba te quema el alma y el aroma a monte, de a poco, va dejando lugar a ese olorcito rancio de asfalto recalentado. Y en este escenario, la motosierra, esa máquina bruta que siempre fue sinónimo de tala y desmonte, se nos ha metido hasta en el discurso político. Un símbolo, dicen, de “libertad” y “eficiencia”. Nos preguntemos: ¿Libertad para qué? ¿Para dejar un desierto? ¿Eficiencia para quién? ¿Para unos pocos? ¿A costa de todos?

En Villa Allende, por la Padre Luccese, tenemos la prueba viviente. Un quebracho blanco, más viejo que la patria, casi trescientos años lleva viendo amanecer en esta tierra. Un testigo mudo de todo: de gauchos y de autos, de lluvias y de sequías, de la Córdoba que fuimos y la que estamos perdiendo. ¿Y ahora? Ahora lo sacan del medio para una ampliación vial. ¿Esto es progreso? ¿O es una eutanasia verde disfrazada de modernidad que nos va a pasar factura?
La motosierra es como un bisturí para amputar un pulmón en medio de un ataque de asma. No es una herramienta de construcción, es de extirpación. Es la lógica del “estorba, lo corto”. Y en un mundo que se nos quema vivo, donde cada árbol es un respiro que nos dan gratis, ¿vamos a seguir aplaudiendo al que más rápido tala? ¡No jodamos! Es una contradicción que duele profundo, sobre todo cuando los números gritan.
Los últimos años fueron los más calurosos desde que hay registros. Las olas de calor, cada vez más intensas, las noches no bajan de temperatura, y las ciudades se nos vuelven verdaderos hornos a cielo abierto. ¿Y qué hacemos? ¿Sacamos árboles? ¿Los que nos dan sombra, los que nos bajan la térmica, los que purifican el aire que respiramos a duras penas? Parece un chiste de mal gusto, pero no lo es.
Y ahí está, el Quebracho de la Padre Luccese. Imagínate. Tres siglos. Si pudiera hablar, nos contaría de indios comechingones, de los primeros colonos, del olor a tierra mojada después de una tormenta, de ver crecer a generaciones. Y ahora, lo convierten en una “molestia“. ¿Unos metros más de asfalto valen trescientos años de vida? ¿Vale la pena arrancarle la historia y el futuro a la tierra por unos minutos menos de viaje?
Dicen que su objetivo era “trasladarlo”. Esa canción ya la conocemos. Es como intentar mover una montaña con una cuchara sopera. Un porcentaje de éxito que da risa y ganas de balearse en un rincón a la vez. Un árbol de ese porte no es una maceta, no es un mueble que se mueve de lugar. Es un universo, un refugio para bichos, un termostato natural. Es la memoria viva de nuestra Córdoba. Y su destino incierto es un cachetazo a nuestra propia conciencia, justamente cuando el termómetro no nos da respiro y las islas de calor nos recuerdan que el verde es vida, y la sombra, una bendición.
¿Es incuestionable que progreso significa siempre más cemento, más asfalto, más destrucción del verde? ¿De verdad tenemos que seguir comprando esa idea?
El verdadero progreso, ¿es el ruido de la motosierra o el canto del zorzal? ¿Es el asfalto que lo cubre todo o la sombra fresca de un árbol que nos regala vida en medio de estas temperaturas que nos asfixian? ¿Es un Estado que se lava las manos o uno que te garantiza que tus hijos van a poder respirar aire puro y tener un planeta vivible? La verdadera picardía, la verdadera astucia, no está en el corte.
Mientras la motosierra representa el corte, la eliminación y el final abrupto, la semilla simboliza el origen, el crecimiento, la vida que se renueva y la esperanza de un futuro. Es el inicio de un bosque, el potencial de un ecosistema, la promesa de sombra y oxígeno. Es la antítesis de la destrucción, el punto de partida de la regeneración y la creación.
Está en la capacidad de ver más allá del metro cuadrado, de entender que somos parte de un todo, y que, si matamos el monte, nos estamos matando a nosotros mismos.
El Quebracho de la Padre Luccese no es un palo seco, ¿sabés? Es la tierra gritando. Es el límite. Y en esta pulseada entre el cemento y las raíces, la respuesta que le demos va a decir qué clase de cordobeses somos, y cómo queremos sobrevivir en la Córdoba del futuro, que promete ser cada vez más caliente. ¿Vamos a seguir con la motosierra, o vamos a plantar cara y sembrar futuro?
* Gabo Petrone es licenciado en química, máster en administración de empresas y divulgador de temas relacionados al cambio climático.
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Julia
15 julio, 2025 a 23:45
Bello texto!!! Claro, contundente, con un estilo poético, estético y activo compromiso. Gracias Gabo!
Sigo aprendiendo