El teléfono sonó apenas pasadas las 8 de la mañana. Quien hablaba era una trabajadora social del Servicio Penitenciario: “¿Señora Graciela Palomeque? Nos comunicamos del Servicio Penitenciario de Córdoba para informarle que su hijo Roberto Marcos Manzano ha fallecido”.
El mundo volvió a derrumbarse frente a los ojos de esa mujer. Como cuando de chiquito Marcos, le dijeron que tenía un tumor cerebral y que había que operarlo. Como cuando se enteró de que andaba en las drogas. Como cuando cayó por primera vez preso. Como cuando supo que había estallado el motín de la Cárcel de San Martín y su hijo estaba adentro. Pero esta vez ya no habría forma de reconstruirlo. Esta vez ese mundo se caía para siempre.
Graciela es la mamá de Marcos Manzano, y hace sólo un puñado de días que terminó de sepultar a su hijo de 37 años, fallecido en casi total abandono el 14 de junio en la precaria enfermería del Penal de Bouwer, sin que nadie se diera cuenta. Nadie del SPC ni del gobierno se ha expresado al respecto. Tampoco se informó oficialmente su muerte. “Nosotros estamos intentando averiguar, pero todavía no sabemos a ciencia cierta qué pasó”, lamenta la mujer.
No es fácil hablar por teléfono con una madre que ha perdido a su hijo, y que además del dolor, está inundada de impotencia, de bronca y sobre todo, de preguntas. “Todavía no conocemos la situación en su totalidad. No sabemos qué pasó y nadie se comunicó para decirnos”, comenta en diálogo con ENREDACCIÓN.
Los datos que tiene la familia son pocos y no hacen otra cosa que alimentar esos sentimientos que alberga la mujer. Sólo saben que en la víspera de la madrugada en que falleció, a Marcos se lo veía bien. Que había tenido una jornada normal, había comido, y que en las horas de patio había jugado al fútbol, como lo hacía habitualmente.
Pero algo ocurrió cerca de la medianoche. “Me dicen sus compañeros que se descompuso después de la medianoche, y que estuvo más de 40 minutos golpeando las puertas del pabellón hasta que lo atendieron”. Estaba con una convulsión -una de las tantas que había tenido en su vida-, “con pérdida de sangre por la nariz y espuma en la boca”, asegura la madre, quien no obstante señala que el muchacho “salió caminando de su celda y así fue hasta la enfermería”.
El ingreso fue alrededor de la 1:30 de la madrugada.
Su muerte, cuatro horas y media más tarde.
Qué pasó en ese horario es algo que por ahora nadie le sabe o le quiere explicar a la familia.
No fue sobredosis
El diagnóstico dado por Medicina Forense a la familia no deja mucho espacio para la duda: Marcos murió por un paro cardio-respiratorio. Ésa fue la causa eficiente de la muerte. Y eso es lo que le estriñe el corazón a su madre: “Marcos no murió por sobredosis. Murió por negligencia”.
“Acá en Bouwer te tenés que enfermar los jueves, cuando viene el médico, porque el resto de los días te atiende un empleado del Servicio, que ni siquiera ha estudiado enfermería”.
Es justamente ese informe preliminar el que llena a la familia de interrogantes. “La sobredosis está descartada”, asegura Graciela que fue lo que le dijo el médico del Servicio Penitenciario.
-¿Se acuerda el nombre del médico que le dio ese informe, Graciela?-.
-No recuerdo el nombre, le pido disculpas. Usted imagine cómo me sentía yo en ese momento. Ni si quiera sé si había médico en Bouwer esa noche que murió mi hijo.
Y entones recordó lo que Marcos solía decirle: “Acá en Bouwer te tenés que enfermar los jueves, cuando viene el médico, porque el resto de los días te atiende un empleado del Servicio, que ni siquiera ha estudiado enfermería”.
Esta última afirmación es real y ha sido una constante en el Servicio Penitenciario de Córdoba. De hecho, en febrero de 2008, una investigación del autor de esta entrevista logró constatar y demostrar que en la Cárcel de San Martín se suministraban medicamentos vencidos, incluso a los internos portadores de HIV cuya vida dependía de los antirretrovirales. Esa investigación recayó en la fiscalía de José Mana, quien se encargó de administrarle el debido ‘cajoneo’ hasta su prescripción sin hallarse responsables.
En la familia no quieren que ocurra lo mismo. Sienten que la muerte de Marcos fue por un “total abandono por parte del Servicio Penitenciario”. Porque no hay forma de pensar, insiste la madre, “que nadie haya podido darle la atención que necesitaba en ese momento”.
Abandonados
Tristemente recordado en la historia penitenciaria de Córdoba, el motín de 2005 parece signado a quedar marcado como estigma entre quienes de algún modo participaron de él. Uno de esos “marcados” era Marcos, quien estuvo a bordo de aquel camión que intentó burdamente darse a la fuga, valiéndose de un escudo humano. Ese plan terminó incrustado a pocos metros de atravesar el cerco perimetral, y su alocada y absurda fuga le costó la vida a dos policías, un penitenciario y tres internos.
El mismo muchacho que la semana pasada falleció en el abandono, iba en la caja posterior del camión en aquel atardecer del 10 de febrero de 2005, intentando locamente una libertad que sólo duró segundos. Luego sería llevado a juicio por esa circunstancia y condenado a 2 años y medio de prisión.
Pero la condena más perdurable era la que le harían sentir “de por vida” dentro de la cárcel los penitenciarios. “A él le pesaban los antecedentes del motín. Adonde fuera los penitenciarios se lo hacían saber”, contó la madre.
“La atención que te dan en la cárcel es la misma para todos los internos: una pastilla y a otra cosa”.
A esto se le agregaba un cuadro complicado debido a las adicciones. “Claro que tenía problemas con las drogas, pero nunca recibió el tratamiento adecuado que requería”, apunta la mujer, en un señalamiento clave del cual el SPC no podrá dar respuesta.
El muchacho fallecido también padecía un cuadro severo de asma y convulsiones muy frecuentes, pero según asegura Graciela, “la atención que te dan en la cárcel es la misma para todos los internos: una pastilla y a otra cosa”.
De hecho, siempre según lo que cuenta Graciela, “luego de mucho insistir habían logrado que le dieran los ‘disparos’ contra el asma, después de meses” en que no había recibido esa medicación que resulta básica y casi de sobrevida para un enfermo de esa dolencia. “Todo se hacía a medias, y sólo cuando la familia pedía con insistencia”, asegura.
Por todo ello, la mujer considera “inconcebible” que en una cárcel donde se alojan casi 4 mil internos, “no haya al menos un hospital básico donde se puedan atender este tipo de cuadros sin que terminen muriéndose”.
Pero lamentablemente ese hospital no existe, y los internos como Marcos Manzano, ante un cuadro de mediana complejidad, terminan dejando su vida detrás de las rejas, casualmente en el lugar que la sociedad y las leyes los han puesto después de haber cometido un delito, supuestamente para “la recuperación y no el castigo” de quienes lo habitan.
-¿Qué están pidiendo como familia, Graciela?-
-Por ahora estamos pidiendo una explicación. Queremos saber exactamente qué pasó con Marcos y por qué murió sin que nadie se diera cuenta-.
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