A Germán Maretto le ganaron de mano. Pasó varios años investigando para lo que sería su primera novela, pero otros publicaron antes que él historias con el mismo protagonista, Hipólito Buchardo. Incluso la película El Código Da Vinci se le adelantó a su intento posterior de meterse con el Priorato de Sión.
A pesar de cambiar de personaje y darle forma a Rex Deus: La profecía de la Alianza, donde polemizó con la figura de Jesús, estaba enojado y con ese sentimiento latente, le surgió otro libro, al que editó con el título La serpiente y el león. Sin embargo, el malestar continuaba y cansado de protestar por la falta de tiempo para sentarse a tipear, decidió dar vuelta la página y dejar todo para empezar de nuevo.
Entonces, en 2006, vendió el restaurant que tenía en Barrio Güemes para dedicarse por completo a escribir. “Fue la gran decisión de mi vida. Al menos es más buena que mala”, le dice a ENREDACCIÓN el autor que desde entonces ya publicó tres novelas y varios cuentos.
En noviembre presentó la última, Barcelona nunca llega, con un tono diferente a las anteriores. Se alejó de la ciencia ficción y la historia, e inventó a Mauro Coriglio como su propio alter ego. “Necesitaba un personaje para que haga todo lo que no me animó a hacer o todo lo que dicen que hago, y algunas cosa que hago y pienso. Es un escritor que recibe una noticia complicada y deja su carrea en cero”, revela, pero aclara que no se trata de su biografía.
¿Te pasó querer dejar la escritura?
Me sucede aproximadamente día de por medio. Estoy acostumbrado, pero siempre sigue ganado el amor por escribir. La escritura me refugia, me contiene. Me he pensado abandonándola y me imagino cómo sería mi vida, haciendo miles de otras cosas, que a lo mejor serían más redituables, dispondría más tiempo libre, pero tendría una vida más vacía.
¿Te volviste más exigente en la tercera novela?
Trato de subirme la vara a mí mismo, libro a libro trato de autosuperarme. Me aburriría entrar en un esquema de producción seriada, no me veo haciendo eso. Para esta novela me puse el desafío más difícil, a pesar de que es una historia ficticia, me propuse ser lo más sincero posible.
¿El peor enemigo de un escritor es uno mismo?
Totalmente. El peor enemigo es uno mismo en todo aspecto, desde el momento de sentarse a escribir, hasta que te conectas y empezás a mover el cursor por este campo minado en blanco. Hay momentos en que ese enano interno no para. Y ni te digo cómo se pone al día siguiente, cuando estás corrigiendo lo que escribiste, hay que callarlo.
En Barcelona nunca llega citás a Abelardo Castillo con la frase “Un verdadero escritor escribe lo que debe. Un escritor bueno o malo escribe lo que puede”, ¿en tu caso, qué escribís?
Escribo lo que puedo. Estoy en un punto de mi vida en que sé que esto es lo que tengo, esto puedo. Con cada página o cada libro terminado, me quiero quedar con la sensación de haberlo dejado todo, sentir que es lo máximo que pude.
¿La escritura se te manifestó de chico?
Hace un tiempo, mi mamá me mostró algo que le había escrito a mis 8 años. En ese momento, estaba con otras cosas, pero la veta la tenía, tenía mucha facilidad para redactar y, sobre todo, para inventar cosas. Estaba estudiando en el industrial de Río Tercero, cuando un compañero de escuela leyó un poema en voz alta que les encantó a todos. Entonces, me dije “ah, yo también puedo hacer esto”, y decidí darle bolilla. A partir de ahí, noche a noche iba escribiendo papelitos, hasta que encontré un libro diario de mi bisabuelo, de contabilidad, en blanco. Primero escribía en los papelitos y cuando veía que la versión del poema estaba lista, la pasaba al libro y quedaba sellada.
¿Seguís escribiendo poesía?
Sigo escribiendo, pero cada vez menos, porque siento que no tengo mucho que agregar al género. Es decir, no hallo lugares nuevos y tengo más veta de narrador que de poeta. Sin escarmentar, cada tanto escribo algún poema.
Armaste tu propia editorial, Scriptum, ¿por qué? ¿Es difícil publicar?
Nace como una extensión orgánica del taller de escritura que doy. En el nivel avanzado, me encontré con gente que trabajaba sobre su obra y honestamente leía mejores cosas ahí, que las que veía publicada en Córdoba. Me han llegado libros con bastantes deficiencias, incluso algunos no pasan ni el filtro de la ortografía. Al haber estudiado ciencias empresariales, que me da nociones de cómo manejar una empresa, armé una editorial para poder publicar a esta gente que se merece ver su libro hecho. Arranqué con antologías de cuentos del taller y, luego, pensé por qué no usar la editorial para aunque sea hacer una edición pequeña para que el libro que escriba no quede en el disco rígido de mi computadora.
En los talleres de escritura ¿qué es lo primero que les decís a tus estudiantes?
No tengan límites. Lo segundo: más alto, más fuerte, más lejos, más profundo.
¿Enseñando se aprende?
Sí, se aprende. La escritura es mucho más de persistencia que de genio.
¿Sos persistente?
¡Sí! Suplo el talento con persistencia.
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