Ramón Antonio Gómez (70) nació una noche de Navidad. Ocurrente como ninguno, con más amigos que Roberto Carlos, el que decía tener más de un millón de amigos, fue reconocido la semana pasada, por su trayectoria como periodista, por la Legislatura de Córdoba. Ramón es uno de esos periodistas que hace honor al oficio: “En los medios vendemos noticias, no remedios”, afirma, recordando una frase de otro periodista, ahora reconvertido en panelista de la TV deportiva, Horacio Pagani. Siguiendo esa máxima como una religión, Gómez siempre tiene noticias e historias para contar. Todos los días.
Escribe en Clarín y conduce el programa “Pequeñas Historias”, que se emite por Showsport de nuestra ciudad. Su dilatada hoja de ruta tiene su primera anotación en 1970, en el desaparecido diario Córdoba. Desde allí no paró y trabajó, entre otros, en Cadena 3 cuando todavía era LV3, como movilero de Mario Pereyra; en la Medianoche de Rony (Vargas), en Canal 12; o con Mauro Viale en ATC. Fue jefe de Alfredo Leuco o Miguel Clariá cuando los dos hacían deportes en el Córdoba. La historia del hombre que ha hecho notas con todos los cracks que muchos supimos mirar con admiración en las figuritas redondas con que jugábamos o en las notas de El Gráfico o en la tele, parece infinita.
En un tiempo, donde se debate el rol del periodismo o qué es el periodismo, Gómez, fiel a su estilo, no afirma, cuenta: “Una de las felicidades mías la tuve en el diario Córdoba. Ángel Stival (trabajó en el Córdoba y La Voz del Interior), delante de todos se paró y dijo: “’la mayoría de los que estamos acá escribimos bien y muy bien, pero el único que consigue noticias, es el Negro Gómez… Él nos hace comer’. Imagínate, ahí estaban él, el Negro Reyna, César Arese… todos escribían como los dioses, eran unos monstruos, y fue un orgullo para mí que dijera eso. Lo que pasaba, es que nadie conseguía una noticia de las que hacían vender el diario todos los días… Venia el Jefe de Redacción y me decía, ‘Negro, ¿qué tenés para la tapa?’ Nadie me tenía envidia, sabían que yo les salvaba las papas con eso”.
Otro capítulo del libreto de Gómez, son sus amigos y el detrás de escena, aquello que nadie ve y todos quieren conocer y que, por supuesto, él puede contar porque estuvo ahí, en el lugar de los hechos. “Un día llega ‘el corcho’ Rubén Golberg al diario. Había hecho fotos de tres jugadores que habían sido vendidos de Racing a Talleres, escribió y dejó la nota escrita para publicar al otro día. A la noche, me llama el presidente de Racing, Mario Spiropulos, que es el que los había vendido. Me cuenta que Ángel Labruna lo había llamado para decirle que quería a Eduardo Omar Soporiti y Emilio Nicolás Comizzo para llevárselos a River, pero que no lo quería a (el arquero Juan Carlos) Derderian. ‘¿Qué hago?’, me dice. Y yo le digo, vos decile que si no vendés a los tres, no vendes a ninguno. Resultado: los tres se fueron a River. Al otro día, le digo a Rubén, ‘van a firmar los tres para River’, que sí, que no, la cuestión es que a las 11 estaba viajando a Buenos Aires para contar la historia de la firma del contrato en la cancha de River. Y la otra historia de esta operación, fue que los tres durmieron en el garaje de la casa del vicepresidente de Racing. Era para salir temprano para el aeropuerto, porque el avión despegaba a las 8, y para que nadie se los llevara a Talleres. Eso fue en 1976, eran otros tiempos”.
¿Qué es lo que te dio el periodismo?
Muchos, muchos amigos. Cuando le digo a mi mujer, que si me pasa algo lo llame a (Daniel) Willington o a “chupete” Guerini, antes qué a cualquier pariente, se lo digo en serio. Mis amigos van a venir en el acto, no van a preguntar qué pasa, ni nada, primero vienen. Y así sigo… “la araña” Amuchástegui, “la milonga” Heredia, “el Negro” Ramos, “Martillo” Juan Carlos Roldán… Todos, siempre, me han dado una caricia al corazón. Y la otra, es que he podido ayudar a mucha gente con mi laburo.
En el periodismo he hecho muchos, muchos amigos. Cuando le digo a mi mujer, que si me pasa algo lo llame a (Daniel) Willington o a “chupete” Guerini, antes qué a cualquier pariente, se lo digo en serio.
¿Cómo fue tu primer día en el diario Córdoba?
Estaba cagado de miedo. Me mandaron a cubrir Las Palmas – Talleres. Lo que yo tenía que hacer ese día era hablar por teléfono al diario para pasar el resultado, porque había que poner el plomo con el resultado del partido y se iba para la maquina a imprimir. Era lo único que faltaba. Así que mi trabajo ese día fue decir: Las palmas 1, Talleres 0. Fue eso nomás, me quedé a esperar que el diario saliera del taller, no sabés la felicidad que tenía…
Te acordás de alguna enseñanza de la Redacción, de esas que a uno le quedaban para toda la vida…
Siii. Una que es doble. En el diario Córdoba empezó a trabajar Alfredo Leuco, yo ya estaba ahí. El jefe de deportes era Eduardo Solís. Resulta que un día lo mandó a hacer una nota a Leuco, que fue, volvió, la escribió y se la dio a Solís. El tipo la leyó, no puso ninguna cara, nada, se levantó y lo llamó… “Ruso”, vení (“A Leuco le decíamos Ruso”, recuerda Gómez…). Solís hace una pausa hasta que llega Leuco, y le larga: ‘Hay dos formas de escribir, bien o mal, y esta, está mal’. La hace un bollo y la tira. Leuco se da vuelta, me abraza, y me dice, ‘no hago más periodismo… no es para mí’. Lo calmo un poco, y le digo, ‘vos sabés que Solís tiene razón, pero también, además de bien o mal, hay que escribir para vos o para la gente. Esa nota no estaba bien porque la escribiste para vos y tus amigos, y hay que escribir para la gente, que es la que decide. Por suerte siguió. Después, él ya estaba en Clarín, y editó mi primer artículo en el diario con mi firma, que fue a Luis Galván. Un orgullo, un amigo.
Hay que escribir para la gente, que es la que decide.
De todos los medios en los que trabajaste, ¿cuál es el que mejor recordás?
Los mejores momentos los viví en el diario Córdoba. Jugábamos al ajedrez, comíamos todos juntos, hacíamos la comida en una olla negra, toda tiznada. Al que se agrandaba por algo, los gráficos cuando ibas por el taller, te sacudían un plomazo por la espalda, como para que nadie se la creyera. Éramos todos iguales. No te podías agrandar en el diario, te sacudían… Los momentos más felices de mi vida los pasé ahí. Buena gente que siempre estaba con vos.
Los mejores momentos los viví en el diario Córdoba. Jugábamos al ajedrez, comíamos todos juntos, hacíamos la comida en una olla negra, toda tiznada. Al que se agrandaba por algo, los gráficos cuando ibas por el taller, te sacudían un plomazo por la espalda, como para que nadie se la creyera.
¿Cómo llegaste a Clarín?
Llegué a Clarin porque estaba Díaz Tillard en deportes, que iba a la cancha, todo, pero era tan fanático de Talleres que se ponía nervioso y no podía escribir. Por eso empecé a trabajar en el diario, en el ‘79. Omar Robino y David Kaplan me llamaron y me dijeron: “Usted lo único que tiene que hacer es cumplir con su trabajo y respetar la agencia. Así que ya sabe, y el domingo tiene que ir a la cancha. En el ‘84 me nombraron efectivo y acá sigo. Me pude ir a Buenos Aires, pero ganaba más acá en los tres trabajos que tenía en esa época. Vino Pagani de Clarín, pero me ofrecían menos plata. Así que me quedé. Pero he hecho de todo.
En este laburo, muchos jugadores me toman como un psicólogo, me cuentan cosas de su vida.
De todas las notas que hiciste, ¿hubo alguna que vos colgarías en la pared de los grandes recuerdos?
En este laburo, muchos jugadores me toman como un psicólogo, me cuentan cosas de su vida. Esta historia es de Enrique Roberto Nieto, el que fue 6 de Instituto y River. Él tenía un hijo extra matrimonial, Joel Barboza. El pibe era igualito a él, jugó en Boca, Talleres y otros equipos. Un día me cuenta que quería hablar con el chico, soy el padre me decía, y ese día venía a jugar Boca con el pibe en el plantel. La cuestión es que él se fue al hotel Panorama, donde concentraba el equipo. El DT era Carlos Bianchi.
-Quisiera hablar con Joel Barboza, le dijo Nieto al conserje.
-Tengo orden de no pasarle llamadas, ni que vengan amigos, me lo pidió el señor Carlos Bianchi, personalmente… le contestó el hombre.
-Digale que esta Enrique Roberto Nieto…
Apenas el conserje le dijo a Barboza, el chico bajó como un rayo y lo reputeó, le dijo de todo. “Andate porque te voy a cagar a trompadas”. Nieto se fue y el lunes me lo encuentro en la puerta de Clarín, ahí dónde era la corresponsalía, en Colón y General Paz. El tipo tenía unos lagrimones así de grandes, y me decía, ‘nunca nadie me trató como mi hijo, nunca me han hecho sentir así’. Bueno, pasó. Años después, le voy a hacer una nota para “Pequeñas Historias” en la tele al Negro Nieto, y le pregunto: -¿Te gusta comer asado los domingos? Entonces, hace un freno, y empieza… quiero decir que tengo un hijo extra matrimonial, que se llama Joel Barboza, quiero pedirle perdón públicamente… Entonces, yo le digo, ‘estás seguro, querés que salga en la nota’; y él me dice que sí. Quería que el domingo la vieran los otros cuatro hijos y la mujer. ‘Si me tengo que ir de mi casa, me voy -me confiesa-, pero necesito que sepan todo’. Le habla a la familia, le dice que vean el programa, y que él va a hacer lo que ellos digan después de ver la nota. La familia ve la tele y los 2 varones le piden conocer al hermano… La mujer le dice qué si los chicos quieren conocerlo, que ella no tiene problema, que lo va a acompañar. Del otro lado, la mamá de Joel, que es hincha de Talleres, también vio el programa. Ve lo que dice el Negro Nieto, agarra el teléfono, y lo llama a Joel: -Tu papa te acaba de reconocer públicamente… El martes, el pibe estaba en Córdoba hablando con el padre. Esa Navidad las pasaron todos los hermanos juntos con el padre. Sin querer, fue la mejor nota que hice en mi vida, hice unir a una familia.