Nury Taborda (78) conoce el cuarteto desde adentro. Fue protagonista de la época donde el género dio a luz a sus principales figuras, siendo la socia creativa de su hermano, el productor Ranulfo Taborda, creador de Las Chichi, en 1975. Alejada de las luces del grupo femenino que marcó otro estilo dentro del género cordobés, colaboró en la creación de la mayoría de los temas que las llevaron al éxito, como Soy tu Chichi y Si sales por el bosque. También lo hizo para los conjuntos que creó Ranulfo, como Tres Almas, Manto Negro y Los Pares y para Ariel Ferrari, con Cadenitas de dolor. En los últimos años, es su hijo, Minino Garay, quien incorpora las canciones en sus repertorios, incluso retomando algunos hits como Esa india quiere guerra de Las Lobas. “En algún momento tenés que mostrar lo que escribís a quien está arriba de los escenarios, sino eso no llega a ser nada”, le dice a ENREDACCIÓN.
Nunca le interesó subirse a las tablas, lo ve como algo muy difícil. Prefiere cantar puertas adentro de su casa en Barrio Ayacucho y escribir poesías que “puedan ser analizadas en la Universidad”.
“Hoy los cuarteteros no te piden nada, quieren temas gancheros, pero yo hablo de la poesía del cuarteto. No es cuarteto intelectual, sino poesía con ritmo de cuarteto”, cuenta sobre la actualidad de la escena.
Si bien siempre estuvo cerca de la escritura, se volcó profesionalmente a pedido de Ranulfo: “Al principio no podía escribir mucho, me pedía estrofas chicas, ´¿para qué letra?’, decía. En esa época era más importante el ritmo, solo quería un estribillo que diga ‘soy tu chichi’”. Según ella, su hermano mayor era un visionario, “no tocaba ni el timbre pero sabía cuándo algo iba a funcionar”. Con Las Chichi lo logró y se convirtieron en uno de los pocos grupos con mujeres que lograron trascender en el género. Piensa que las mujeres son complicadas y que, en parte, no tener un lugar predominante en el cuarteto es responsabilidad de ellas.
Vive cantando y confiesa que todo puede ser una fuente de inspiración. Por ejemplo, desde una frase que escuchó sobre la realidad del país se le ocurrió una canción dedicada a los diputados. En este caso, ya tiene todo pensado para que la interpreten Minino junto a su mujer Alex Pandev, artista francesa. Para su nuera también escribió Ni una menos, reflejando la temática de la violencia de género. El amor también es protagonista de sus letras, a pesar de que dice, la historia de su matrimonio no fue la más feliz. “Es que nadie puede escribir si no tiene vivencias. Para mí es una ceremonia hacer un tema, tiene que pasar por mi experiencia”.
Como no sabe escribir música ni tocar instrumentos, letra y melodía las crea con la voz y las graba en el teléfono. Su celular es como la caja fuerte de sus composiciones y lo cuida como si fuera oro, por eso si tiene que salir a la calle no lo lleva en su cartera. Luego necesita un aliado creativo para traducir todo en acordes, alguien como Eduardo “Mutty” Torezani, el compositor de Dybala al corazón. “A mí se me acaba el tiempo y ya no voy a aprender a escribir música, pero a escribir un poema no se aprende, tenés que tener una espiritualidad muy especial, meterte adentro de lo que le pasa al otro”.
Componer le genera una felicidad suprema. “Tocás el cielo con las manos, es una alegría encontrar la palabra que estás buscando y acomodarla en la estructura. Crear es un acto divino”. Entonces, piensa que al ser que crea, así sea una vasija de barro, hay que tenerle un respeto profundo: “Sólo Dios creó de la nada, nosotros creamos desde lo que hay, es una bendición hacerlo. Hay que admirarlos. Yo no soy una artista, tengo el espíritu, los comprendo, tengo empatía, penetro en el alma de ellos”.
Hasta el momento tiene más de doscientos registros en SADAIC (Sociedad Argentina de Intérpretes y Compositores), y podrían sumarse más, sin embargo, en muchas de las primeras canciones no figura como autora, porque “pasaba alguien por el frente y mi hermano le canjeaba algo, por ejemplo horas de grabación, a cambio de poner el nombre en el tema. Pero no pensaba en que si salía algo bueno, el tipo ese se iba hartar de cobrar y hubiese sido mejor que le pagara por las horas”. Dice que Minino es igual y ella también: “Incluí en el registro de Amores cancelados a Dolores Ninci, la última mujer de Ranulfo, para que pudiera recibir algo de dinero”.
Cualquier tema lo habla con franqueza. Es directa, dice que siempre ha sido así y en parte se lo atribuye a su signo en el zodiaco, “soy una taurina total”. Sin metáforas, lanza que SADAIC está lleno de chantas. “Yo lo he palpado de cerquita al estar en los bailes. Cuando Ranulfo estaba con el Deportivo Central Córdoba era un infierno, a veces llegaban a las cinco mil personas, también iban al interior. Con tanta gente, da la sensación que la recaudación es plata dulce, pero en realidad, es el lomo de los compositores. No se les reconoce el esfuerzo, por ejemplo jamás se pone debajo de una interpretación el nombre del autor, nos tienen escondidos y somos los hacedores”.
El té que toma se le enfría de tanta charla. Le encanta hablar y tiene tantas historias para contar, que empieza una y va quedando inconclusa la anterior. Al lado de su hermano recopiló múltiples anécdotas con todos los personajes del ritmo local, desde Coquito Ramaló a Rodrigo Bueno. Hasta las tiene con músicos de otras escenas, como el Chango Rodríguez, a quien le cantó una copla durante un asado en la casa de Ranulfo. El creador de Luna cautiva quedó tan fascinado que decía: ‘se la voy a llevar a la Gringa’, su esposa. Más de cuarenta años después, la vuelve a cantar haciendo que todo gire alrededor de su apasionada voz.
LA VIDA NO ES BOOMERANG
Gabriel “Minino” Garay hace treinta años que vive en Francia, donde ha hecho una prestigiosa trayectoria en el jazz y la world music. Sin embargo, la curiosidad por la música de su tierra es una llama permanente y en sus últimos trabajos, el percusionista viene dando pasos para darle al cuarteto característico la oportunidad de instalarse en la escena local y fundamentalmente, llevárselo con él por el mundo. De hecho, en su último disco Tunga Tunga`s Band este deseo es explícito. Su madre, quien firma cinco de los catorce tracks del álbum, entiende este compromiso: “Sé que defiende al cuarteto característico porque es nuestro folclore, es como la chacareara para Santiago del Estero”.
Pese a ello, no está tan convencida de que volver al sonido tradicional del tunga-tunga, asociado a los bailes familiares, sea posible. “Primero porque la familia ya casi no existe, es un desmembre total. Estamos complicados, hoy la familia es más el lugar de trabajo que la de sangre. Además, ya no se usa que vayas con tu mamá, son épocas, costumbres. Las modas cambian. Por otro lado, a la gente no le importa, quiere ritmo, moverse, y no pensar tanto. Esto del pop, lo importado”. De todas maneras, está convencida que el cuarteto es el ritmo más accesible para bailar. “Por su simplicidad, puede bailarlo desde el abuelo al chiquito, una madre… Es un baile popular y provinciano”.
Entre dos relojes con diez minutos de diferencia entre sí, asegura que nada puede volver atrás y que el tiempo no existe. Ni siquiera le gusta retroceder a sus propios recuerdos “porque es complicado verse en el pasado”. Por eso, no aparece en ninguna de las fotos que adornan las repisas del comedor. Sólo tiene una pequeña fotografía en blanco y negro, enganchada en un portarretrato con otra imagen que cuelga en un pasillo. Allí se ve a una Nury de unos tres años que sonríe con los ojos achinados, una expresión que le heredó a Minino y que revelan la picardía que aún conserva intacta.
NI CASADA, NI COMPROMETIDA, NI NADA
Lo suyo con el cuarteto no es fidelidad absoluta, también compone en otros géneros, cómo boleros, blues y melódico. Pero cuando la Dictadura Militar prohibió el cuarteto, no dudó en salir a defenderlo. Se presentó en el Tercer Cuerpo del Ejército con un single en la mano, solicitando ver a Luciano Benjamín Menéndez. Como no encontraron un tocadiscos, le dejó el disco, pero antes de irse, sin que le tiemble la voz, le cantó a capela Quedate en la tierra que te vio nacer. “Mirá que no voy a ir. Era un peligro nacional”.
Aunque la creatividad le brote, ella no hace nada por amor al arte. “Mi escala de valores comienza con el amor familiar y termina con el dinero. Me encanta que la gente se manifieste y haga, pero que le paguen. La plata es hermosa cuando se gana trabajando y se puede obtener un fruto hermoso”, sostiene.
Tiene tres hijos, Daniel, Gabriel y Ariel, todos tienen sobrenombres: Negro, Minino y Pata. “Soy varonera”, asegura. Como madre “yo dejo que hagan”, y confiesa que a Minino no lo extraña, aunque vivan en continentes distintos: “Si él está bien, yo estoy bien”.
Además, Mutty Torezani es como un hijo adoptivo, pues apareció como compañero de banda de Minino hace cuatro décadas y se quedó cerca. Por estos días, juntos escribieron más de diez temas. Cada uno en tiene su propio cuaderno con las letras y anotaciones. El de Nury se distingue porque se reconoce una tipografía de maestra, letra cursiva y prolija. Fue profesora de letras, castellano y latín, y afirma que la docencia es parte de su esencia.
Recuerda casi a la perfección cada tema que muestra. A medida que pasan las canciones, Nury no puede evitar las lágrimas. La música la conmueve y le rompe la coraza de mujer dura y curtida que ofrece como primera impresión. Con las manos marcando el ritmo y los ojos cerrados, podría estar horas así. Mutty tocando y ella cantando.