“Me gusta dejar testimonio de las cosas y el nuevo disco es el testimonio de un año inolvidable, por lo duro”, resume Suna Rocha del otro lado del teléfono. Dice que lo hizo por partida doble, lo tituló Veinteveinte y en la portada unas telas juegan a cubrirle el rostro cual barbijo.
Sin embargo, a los temas los eligió antes de la pandemia y la selección incluye diversos autores, desde Gustavo Cerati a Ricardo Vilca. “Necesitaba un cambio de repertorio y de sonido. Grabé “Corazón delator” con una quena y lo traje hacia mi continente. No obstante, es un tema universal que puede llegar a otros públicos con otros instrumentos, otros colores musicales”, cuenta la cantante. Sin desprenderse de lo folclórico, el trabajo con Marian Pellegrino –productora y guitarrista – potenció su búsqueda y logró versiones interesantes. Suena actual, inquieta, renovada.
Cordobesa, nacida en Las Arrias, desarrolló su carrera en Buenos Aires sabiendo que volvería a su tierra y, desde hace unos años, se instaló en Tulumba. “En el pueblo practico la cultura de la contemplación, estoy en contacto con los pájaros, el verde, los animales. En la ciudad no puedo hacerlo. Además, Buenos Aires es muy jorobado para vivir. Hoy ya se puede operar desde aquí, en cambio cuando empecé no, tenía que vivir allí para trascender”, explica quien comenzó su carrera en los ´80.
Compartió escenario y estudio con los grandes de la escena nacional como Raúl Carnota, Mercedes Sosa, Jaime Torres, Milton Nascimento, Sixto Palavecino, entre otros. Dice que tuvo el gran honor de ser amiga de Atahualpa Yupanqui y está agradecida por el tiempo compartido con “personas que han hecho cosas importantes para la cultura del país”, como Horacio Ferrer, “un tipo apasionante, mágico, tan interesante en sus conversaciones que daban ganas de estar siempre al lado”, y Santiago “El Chúcaro” Ayala, “tremendamente culto, un lujo estar con él. Tenía un biblioteca envidiada por todos los folcloristas”.
¿La renovación es algo personal o una necesidad del folclore?
Cuando por muchos años hacés un mismo repertorio, en una época que cambia tanto, con las redes y lo instantáneo de las imágenes, verdaderamente tenemos la necesidad de cambiar y de ir acorde a los tiempos, no quedarte en un estadío, ir hacia adelante, ir hacia otros rincones habitados por otro sonidos, otros conceptos. Eso me pasó, tuve la necesidad de sonar con otra forma, con otro color musical y me parece bien logrado. No tenía dudas que puedo cantar otras cosas, tengo capacidad para hacer todo tipo de música, por ejemplo “How long” de Lisandro Aristimuño lo versioné tipo candombe. Soy muy versátil a la hora de cantar.
¿Escribís también o lo tuyo es cantar?
Primero para cantar hay que saber lo que dice una letra. Cuando me doy cuenta lo que el autor quiso decir, para mí es más fácil interpretarla, entonces lo actúo con conocimiento de lo que va diciendo para que llegue al otro, mi gestualidad es acorde a la canción. Por otro lado, actualmente la tendencia es querer ser autor de todo un disco, pero eso no necesariamente es lo mejor. En mi caso, tengo el oficio de escribir, he sido periodista, pero no me gusta hacerlo, porque me encanta la buena poesía, el buen decir, no me conformo con poner temas míos, yo tengo pudor, no me animo a grabar solo cosas mías, hay otras canciones que me parecen hermosas y quiero grabarlas.
¿Te hubiera gustado la masividad?
Si para mayor masividad tenía que cantar pavadas, prefiero quedarme acá nomás. No me gusta ser una persona comercial a la hora de hacer un disco, moriré así. Se qué hacer para tener un éxito, pero yo soy una cantora de vocación, que tiene claro que este es un asunto de gran responsabilidad, no es solo firmar autógrafos. Es un trabajo que tiene que tener vocación. A los cuatro años mi papá me hacía cantar arriba de la mesa, también era la artista de la escuela. Soy cantora de vocación, mal puedo cantar lo que no sienta. Además, fui amiga de Atahualpa Yupanqui y hablamos de eso: ten cuidado con las tentaciones que ofrece el arte mendigado.
“La tendencia es querer ser autor de todo un disco, pero eso no necesariamente es lo mejor.”
Fuiste amiga de Atahualpa ¿qué aprendiste de él?
La responsabilidad arriba del escenario, si le hablás a la gente, no podés decirle pavadas. Soy enemiga de pedir palmas. Yo canto y trato de hablar lo menos que pueda, solo decir cosas que a la gente le haga pensar, que le sirva, ideas coherentes. Eso aprendí de él, tenés un público delante, por eso es una responsabilidad cantar, expresarte. Además, a no subestimar a la gente, creer que no sabe valorar una canción lenta que diga cosas hermosas. Cuando Yupanqui escribió en “Guitarra dímelo tú” Los hombres son dioses muertos / De un tiempo ya derrumbao, hablaba de la solidaridad, la verdad, la honestidad. En cambio hay gente que escribe sin noción, solo buscando rimas. Por eso la autoría se divide en dos clases, por un lado el letrista que escribe sin conocer de lo literario; por otro, el poeta que tiene talento para escribir una letra hermosa y traspasar con ella.
Por la pandemia, este año no se realizaron los festivales de folclore ¿Qué reflexión te genera su ausencia?
En los festivales para mí se hace la anti música. No se hace una presentación acabada, a conciencia, una actuación donde se va a cantar y se llega al alma de la gente. En los festivales es la cosa rápida, para que venga el que sigue, entonces se va a hacer canciones más efectistas como para que el público quede conforme, guste de vos, te aplauda y puedas volver. No es el festival un ejemplo de entrega al público, todo muy rápido.
“Me considero una cantora del paisaje. Se bebe todo el paisaje, luego se lo internaliza y después se lo mantiene.”
Estuviste al frente de la lucha por el cupo femenino ¿el folclore es la escena más machista?
No tanto. Hace un tiempo, José Palazzo, el tipo que organiza los festivales más importantes de rock, dijo que no hay mujeres… ¡Mirá que no va a haber mujeres! No me asusta decir que estaba equivocado. Lo invito a una autocritica y que le diga a las chicas que hacen rock que no hay mujeres, que se lo diga a Marian Pellegrino. No es así, es una actitud machista de la cual nos costará mucho sacarlos. Voy a luchar por el cupo hasta mi última respiración, no solo por mí, sino por las que se vienen, generaciones capaces y haciendo cosas buenas. Que no sean masivas no significa que no tengan capacidad, eso desde ya que no es así, tienen tanta como el hombre, nada más se necesitan espacios para que las dejen hacer, que las contraten. Si no las dejan presentarse, cómo van a ser taquilleras, no las dejan hacerse conocer. Esto no debió ser nunca así, aprovechemos este año pandémico para tratar de que eso cambie. Igualmente les hablamos a las mujeres de las comisiones de los festivales. En el folclore también el machismo es fuertísimo. Desde que en 2008 dije que había mucho olor a bolas en el escenario, noto que se fue restringiendo cada vez más hasta ahorcar la posibilidad de que esté arriba del escenario. No debe ser así.
¿El folclore es la cultura de la contemplación?
Totalmente. Me considero una cantora del paisaje. Se bebe todo el paisaje, luego se lo internaliza y después se lo mantiene, estoy segura de que es así. Viví en Buenos Aires cuarenta años y estuve siempre anhelando mi paisaje, que el verde existe y recordándolo. Una vez Yupanqui me recomendó escritores que tienen que ver con lo verde como Martiniano Leguizamón o Juan Carlos Dávalos. Los de la ciudad, como Jorge Luis Borges, son del cemento, del edificio, del farol, de las luces. Son distintas formas de ser y de ver.
¿Era mejor antes el folclore?
No me cabe duda. Cada vez se va limpiando más la cosa. Antes se componía viendo lo que se cantaba, hoy algunos autores hablan del monte y han vivido en la ciudad toda su vida. Hablan de reojo. Además, antes se componía de otra manera, había otros referentes en los que fijarse. En la música hay que tener un punto de partida, no partir de un punto inexistente. Así es la canción, tiene que estar bien armado el cimiento y con conocimiento, entonces será bien hecha y tal vez se convierta en una joya de las músicas populares como La pomeña.
Veinteveinte
“Corazón delator” (Gustavo Cerati), “Jaulón” (How long) de Lisandro Aristimuño, “Guanuqueando” (Graciela Volodarski-Ricardo Vilca), “Todas las palabras” (Marta Gómez), “Antofalla” (Nacho Vidal), son algunas de las canciones que integran “Veinteveinte”. Con producción y arreglos de Marian Pellegrino, participaron invitadxs como Julio Paz (bombo), Leo Genovese (piano), Vivi Pozzebón (percusión), Lautaro Acosta (violín) y muchxs artistas más.
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