Raúl Alfonsín renunció el 30 de junio de 1989 y traspasó el mando a Carlos Menem el 8 de julio. La crisis económica producto de la hiperinflación degradó al gobierno del primer presidente de la democracia post-Dictadura en sólo 45 días desde las elecciones del 14 de mayo. Sin poder político y alianzas sociales suficientes, el radical se fue a su casa por anticipado.
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La situación crítica de la administración de Mauricio Macri, que ayer tuvo su inicio formal, pero que viene desplegándose desde abril-mayo cuando comenzaron las primeras devaluaciones y se aceleró la inflación, es tan grave como aquella. Se trata, en este caso, de un presidente y un gobierno en soledad, que además ha mostrado groseros errores técnicos para manejar la política cambiaria en particular y en los dos días precedentes ha dejado al país sin líder.
El periodista y economista Alfredo Zaiat, define con claridad ayer que “la intensificación de la corrida cambiaria (que llevó el dólar a 39,87 pesos) tiene su origen en un acontecimiento que para los grandes jugadores del mercado local e internacional no pasó desapercibido: se cayó el acuerdo con el Fondo Internacional firmado hace menos de tres meses”. El pacto con el Fondo se desarmó por la demora en construir un blindaje político necesario para su instrumentación a partir de acuerdos con el peronismo neoliberal. Esto es, lograr la sustentabilidad necesaria para llevar adelante el ajuste del gasto público.
El punto que justamente comunica a los dos presidentes, es la acción del mercado sobre sus gestiones. La herramienta es el golpe de mercado: uno lo sufrió y el otro lo está sufriendo.
Cualquiera podría preguntarse ¿cómo el mercado le va a hacer un golpe a uno de los suyos, como el presidente Macri? Un empresario de la burguesía más concentrada del país e hijo de uno de los símbolos de la “Patria Contratista” como Franco Macri. Se suele decir que el dinero no tiene sentimientos, algo que vuelve a confirmarse en este caso.
Lo que los mercados no admitían en aquel momento y ahora, es la llegada de populismos (sean nacionales y populares o de izquierda) al poder. Son acciones destinadas a condicionar -en el peor de los casos para el mercado- o reconducir -en el mejor- eventuales gobiernos populistas. Menem fue reconducido y se convirtió en el gran prócer del neoliberalismo local en los ’90; él o la que siga a Macri comienza a sentir en sus nalgas el cosquilleo del sillón “eléctrico” de Rivadavia.
Menem fue reconducido por “los mercados” y se convirtió en el gran prócer del neoliberalismo local en los ’90; él o la que siga a Macri comienza a sentir en sus nalgas el cosquilleo del sillón “eléctrico” de Rivadavia.
Los mercados también tienen nombre y apellido, desde los ’90 están hegemonizados por el capital financiero global y son ellos, los que sacan, ponen, hostigan y juegan en favor de sus billeteras. Uno de los típicos instrumentos de transformación en esa línea, es el de la deuda externa, un tema desarrollado, entre otros, por el economista cordobés, Claudio Callieri. Eso está sucediendo hoy, donde la deuda externa Argentina pasó del 20 al 40% del PBI en dos años y medio de gestión de Macri.
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La crisis, una vez que comenzó puede acelerarse y estallar en pocas semanas o encontrar un valle a partir de acuerdos políticos. Los consensos que pide el FMI (en nombre de los mercados) son los planes conocidos, es decir un salvaje ajuste del gasto público y del sistema productivo industrial y un programa neoliberal completo -con reforma laboral incluida-. Si no hay más actores dispuestos a inmolarse junto al presidente Macri, las dosis de medicina de crisis continuarán. Lo que va a ocurrir en las próximas semanas es parte de ese macabro juego.
Los consensos que pide el FMI (en nombre de los mercados) son los planes conocidos, es decir un salvaje ajuste del gasto público y del sistema productivo industrial y un programa neoliberal completo -con reforma laboral incluida-.
Alfonsín y Macri no desarrollaron programas económicos equivalentes. Esa es una de las diferencias sustanciales entre ambos. En el único momento en que el radical se pareció al empresario, fue con el plan Primavera, un plan de ajuste ortodoxo que comenzó a aplicarse a fines de 1988. Obviamente, el plan fracasó, tanto por la presión social, como por la de los mercados.
El presidente que imaginó ser una especie de nuevo padre de la Patria a partir de su rol de enterrador del populismo -no quiere decir todavía que no lo pueda ser-, pero en estas últimas 72 horas quedó con muy pocas posibilidades de lograrlo. En realidad, poco importó su origen y ha quedado expuesto en el rol de “peón” del FMI y los mercados financieros que, por cierto, ya sacrificaron su futuro político en esta crisis.
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