Nada en la vida de la Sabrina Gullino de hace diez años la podría haber hecho pensar que hoy estaría de paso por Córdoba, buscando a un hermano mellizo de quien fue separada al nacer.
Nada ni nadie le hubiera hecho presagiar también que en estos días estaría a sólo un paso de presenciar la condena de los médicos que fueron partícipes necesarios de la apropiación y robo de identidad de ella y de su mellizo.
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Ninguna señal antes de aquel diciembre de 2008, cuando recibió una notificación de la Justicia, podría haberle indicado que en muy poco tiempo emprendería la búsqueda más intensa y quizás también la más digna que se pudiera imaginar: la de ese bebé con el que compartió el vientre de su madre, Raquel Negro, militante de Montoneros, secuestrada en enero de 1978 y asesinada poco después del alumbramiento en la maternidad clandestina del Hospital Militar de Paraná.
Sabrina estuvo esta semana por Córdoba. Vino traída por la extraña muerte del pediatra Eduardo Halac, quien falleció al caer al pozo del aljibe de la casa en la que vivió casi toda su vida. Justamente Halac y el instituto pediátrico que dirige en esta ciudad habían sido inequívocamente señalados durante el juicio que se está llevando adelante en estos momentos en Paraná, y en el que se intenta determinar las responsabilidades civiles por el robo y la sustracción de identidad de Sabrina y de su hermano mellizo, de quien, a 40 años de su existencia, casi no se sabe nada.
SEPARADOS AL NACER
Sabrina Gullino Negro Valenzuela tiene 40 años. Cuando al genocidio emprendido por Videla y la Junta ya le quedaban pocas víctimas por sumar, su papá Tulio Valenzuela, oficial montonero, y su mamá Raquel, también militante, fueron secuestrados el 2 de enero de 1978 por una patota en Mar del Plata. Ella cursaba un embarazo de siete meses.
Fueron llevados al centro clandestino de detención Quinta de Funes, en las afueras de Rosario, y luego separados. A Tucho Valenzuela creyeron haberlo quebrado para que se infiltrara en la conducción de Montoneros, exiliada en México, algo que simuló hacer pero nunca concretó. Más bien lo contrario. Moriría en 1979 durante la infausta contraofensiva de las fuerzas que lideraba Mario Firmenich.
Raquel quedó como reaseguro. Con un embarazo que parecía ya tener destino para su bebé.
En la primera semana de marzo de 1978 fue llevada al Hospital Militar de Paraná, donde dio a luz. Para sorpresa de todos, y a falta de ecógrafos en aquellos tiempos, fueron una nena y un varón.
Apenas nacidos, los bebés fueron llevados al Instituto Privado de Pediatría de la capital entrerriana. Todas las señales parecían indicar que el interés estaba en los recién nacidos, y no en la militante, que a los pocos meses sería fusilada y desaparecida.
A los bebés les llevó algunos días recuperarse de un alumbramiento en condiciones traumáticas, y allí es donde se bifurcarían sus destinos. Sabrina fue llevada por una patota y abandonada en la puerta del Hogar del Huérfano de Rosario. Luego sería puesta en adopción, y acogida de buena fe y por vías legales por un matrimonio de Ramallo. Siempre le dijeron que había sido adoptada, y por eso la recuperación de su identidad fue una noticia tomada con emoción pero también cierta naturalidad, en diciembre de 2008.
Del muchacho, de quien ni siquiera se sabe el nombre, nunca más se tuvo noticias. Pero allí nació su búsqueda, en lo que es la llamada Causa Melli.
CONTRA EL PACTO DE SILENCIO
El 6 de agosto último comenzó el juicio contra los médicos Miguel Torrealday, David Vainstub y Jorge Rossi, responsables del Instituto Privado de Pediatría de Paraná y señalados por la Justicia como piezas claves en la desaparición del hermano mellizo de Sabrina.
Imperturbables, los tres médicos se mantienen abroqueldos en el pacto de silencio del “no sé”, “no me acuerdo”, “no me consta”. Uno de ellos incluso se animó a deslizar la posibilidad de que el mellizo hubiera fallecido a los pocos días del alumbramiento.
Sin embargo fueron las enfermeras las que se animaron a aportar datos, aunque siempre a cuentagotas y todavía bajo la inquisidora mirada de quienes fueron sus superiores.
Una de ellas, Stella Maris Cuatrín, admitió en medio de un careo con Sabrina, tener algunos datos de aquel bebé. Dijo sin rodeos que el mellizo hoy podría ser un médico residente en Córdoba. Explicó también que los pediatras paranaenses del IPP -como Miguel Torrealday- se formaron en la clínica de Halac y que tenían amistad con el dueño, Jacobo Halac, padre de Eduardo. También aportó que Torrealday poseía una casa de veraneo en esta provincia.
Justamente Jacobo Halac había sido integrante Movimiento Cristiano de Adopción y Guarda. Por manos de los responsables de esa organización había pasado María Belén Gentile Altamiranda Taranto, nombre de la nieta recuperada 88, quien conoció sus orígenes en 2007.
Todo lo que se ventiló en la jornada del miércoles 20 de julio en la sala de audiencias de la Justicia Federal de Paraná dirigía inevitablemente las miradas hacia esta ciudad. Increíblemente, esa fecha sería también el último día de vida de Eduardo Halac, el depositario –quizás– de parte de la verdad que Sabrina Gullino busca desentrañar.
Halac fue encontrado a 30 metros de profundidad, tras caer al aljibe de su domicilio, una casona en barrio Villa Rivera Indarte. “Hasta el momento, no hemos podido recolectar ninguna prueba o indicio que haga pensar en la intervención de un tercero en esa muerte”, respondió el fiscal Ernesto de Aragón, a cargo de la investigación, ante la consulta de ENREDACCIÓN.
Es ésa en primera instancia la versión dominante de la justicia de Córdoba, apuntando a la hipótesis de un particular accidente domiciliario. Ni si quiera se evalúa a esta altura la posibilidad de un suicidio: “Hemos mantenido entrevistas con familiares y allegados, y de lo que pudimos recabar, por ahora no es ésa una alternativa que se esté manejando”, dijo el encargado de la investigación, señalando que por el momento no se evalúa llevar a cabo una “autopsia psicológica”.
Para Sabrina como para sus abogados, la versión oficial no cierra. “Nos llamó la atención que la muerte de este médico, quien probablemente haya tenido datos para aportar, se haya dado el mismo día en que surgió con tanta fuerza en el juicio la pista Córdoba”, le respondió Sabrina a este medio. “Exigimos que se investigue a fondo la muerte dudosa de este pediatra, ya que testigos en la causa del Instituto nombran la fuerte vinculación del Instituto Privado de Pediatría de Paraná con el instituto Halac”, sostuvo.
Su planteo va en consonancia con el comunicado que difundió la agrupación Hijos Paraná: “Como no creemos en las casualidades, la muerte del pediatra cordobés Eduardo Halac nos resulta inmensamente sospechosa. Justo cuando la pista de Córdoba como posible destino del Melli Valenzuela Negro se hace pública, el médico muere de forma extraña al caer en un pozo dentro de su propiedad en esa provincia”.
“Nos llamó la atención que la muerte de este médico, quien probablemente haya tenido datos para aportar, se haya dado el mismo día en que surgió con tanta fuerza en el juicio la pista Córdoba”, le respondió Sabrina a este medio.
Llamativamente, la muerte de Halac no es el primer episodio dramático vinculado estrechamente con los trámites procesales que envuelven la búsqueda del mellizo perdido. Ese trágico fallecimiento devolvió la memoria a lo ocurrido el 25 de febrero de 2008 en Ascochinga, cuando el oficial de Inteligencia del Ejército Paul Alberto Navone, quien controló la internación de Raquel Negro en el Hospital Militar, apareció muerto en el parque del hotel donde se alojaba, con un disparo en la sien, presumiblemente un suicidio. Esa muerte se dio el mismo día en que Navone, seguramente depositario de parte de la verdad que envuelve al mellizo desaparecido, tenía que prestar declaración indagatoria ante la Justicia.
Además, según refiere el periodista Alfredo Hoffman en un artículo del sitio El Cohete a la Luna, en septiembre también de 2008, “la muerte le pasó por al lado a Juan Antonio Zaccaría, médico del Hospital Militar”. Fue cuando lo encontraron descompensado en su celda de la cárcel de Paraná, donde había un cinturón atado a la cucheta. Tenía lesiones en el cuello y las rodillas. Parecía un intento de suicidio; pero alguien llamó al hospital San Martín y dijo: “Zaccaría se salvó en la cárcel pero en el hospital lo vamos a hacer mierda”. La esposa, Sara Catalina Ernalz, está convencida de que lo mandó a matar gente del Ejército; que lo ahorcaron comandos cordobeses. Zaccaría murió en 2015, cumpliendo una condena de cinco años”, señala esa crónica.
A LA ESPERA DE DATOS
Movilizada por una búsqueda que parece estar acercándose a su gran objetivo, la melliza Negro Valenzuela estuvo en Córdoba durante esta semana, donde se reunió con el abogado Claudio Oroz, querellante en las diversas causas contra los genocidas, así como con dirigentes de las agrupaciones Hijos y Abuelas Córdoba. “Me encontré con gente muy valiosa que nos ayudó a intentar entender por dónde se puede seguir la búsqueda del mellizo”, le contó Sabrina a ENREDACCIÓN, horas antes de regresar a Paraná para continuar participando de las audiencias. “Estamos tratando de tejer las relaciones de lo que pudo haber pasado en esos años, y permanecemos a la expectativa de datos que pueden surgir de acá, o de lo que queda del juicio”, contestó.
Parte de esa expectativa pasa a esta hora por los resultados de la autopsia sobre el cuerpo de Halac y sobre “otras pericias” que fueron dispuestas por el fiscal de Aragón. “Creemos que la semana que viene van a estar los primeros datos que nos van a permitir determinar de modo fehaciente la causal de la muerte”, explicó el fiscal. “Hasta que no tengamos eso, no podremos sacar ninguna conclusión”, señaló.
Mientras tanto, en la sala de audiencias de la justicia de Entre Ríos, el pacto de silencio, o lo que queda de él, parece resistir los embates de las pequeñas verdades que van surgiendo.
El fiscal pidió 12 años de cárcel para el pediatra Torrealday y nueve para sus socios Vainstub y Rossi. La querella había pedido algo más. El 10 de octubre habrá sentencia.
La expectativa es que tal vez antes, alguno de los sindicados, pueda correr el velo de lo que sucedió en aquella clínica, donde por última vez Sabrina y su hermano mellizo estuvieron juntos.
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