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La cadena y el perro

Habrá otras, es cuestión de tiempo. La urgencia en descalificar la convocatoria de la oposición el último 17 de agosto presupone olvidar la vigente gruesa disidencia entre esas dos mitades en que, más o menos, se descompone el electorado. Robustas en ideario político, a kirchneristas y Cambiemitas los inunda la certeza de una lectura histórica apropiada a las circunstancias; aunque la derecha que gana la calle ignore donde abrevan sus publicistas.

Esa furia con que se la intenta descomponer no hace más que darle relieve y, en mi opinión, corre el eje desde lo central a lo periférico; así nos escamotean a quienes, como el cronista, habitamos con palabras y hechos la opción popular, la chance de interpretar acabadamente lo que se agita en los sectores medios de la sociedad. Este ocupar el espacio público para gritar merece ser interpretado. Que en una concentración indebida desde lo sanitario se impulse a la violencia contra figuras representativas de la fuerza antagónica es repudiable, naturalmente, pero tampoco inaugura desde la virginidad absoluta un campo de batalla donde la cruz roja esté imponiendo su razonamiento… Salvo que la memoria nos preste un servicio selectivo, no sería difícil repasar los momentos en los que la militancia pedía el patíbulo para quien osara criticar a Cristina Fernández de Kirchner. Desde su remoción a sangre y fuego en los cincuenta, el peronismo, su imaginario, símbolos, políticas públicas, proyectos en desarrollo, enciende cual yesca en el pasto seco a buena parte de la sociedad, por razones que desnudan algo más que “gorilismo” o desprecio por los pobres. Vale la pena el esfuerzo de la disección y no caer en la coartada apologética que demandan los que solo obedecen. Esa porción del electorado no deja de sospechar que la dirigencia en el gobierno y su base de sustentación, volvieron para refrendar prácticas políticas que sacan de la exclusión a tantos, sí, pero que además extreman la matríz del privilegio para los propios: elusión de la Justicia para sospechados de corrupción, desprecio por la opinión ajena, y construcción de enemigos como estrategia de perdurabilidad.

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Vamos de nuevo, es la derecha política que se expresa en la calle luego que los medios masivos de comunicación fogonearan con los temas que inflamaron la movida. La calle donde hoy no se puede gestionar reclamos, de acuerdo, pero la movilización para exigir justicia por el despreciable crimen policial de Blas Correas también convocó una multitud, que se desplazó hombro con hombro desafiando los contagios, cuando además no hay estado de sitio, las garantías constitucionales no están suspendidas. Es la derecha sí, y tienen su logística aceitada aunque nos hagan creer de su espontaneidad. Es Cambiemos pese a que no se atrevan a admitirlo.

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Ahora bien, el problema no es quien reparta las invitaciones, sino la lectura que de ella hacen quienes suscriben la marcha de los Fernández sin atreverse al escrutinio más elemental. No hay ninguna oligarquía que contenga al 40 por ciento del electorado. La potencia de esa clase “noble” se encuentra justamente en su reducido número, grandísima concentración de atributos económicos y capacidad de administrar violencia institucional tanto como máxima plusvalía. Para su cometido histórico reclutan en filas del clero, las fuerzas armadas o las corporaciones según la etapa que curse. Detrás de cada protesta mediática o callejera está ese 41 por ciento del último resultado electoral que expulsó a Mauricio Macri de Balcarce 50, pero que no diluyó su argumento político.

Nos detengamos en esto, lo explica Eduardo Sislián de la UNLP : “Como categoría analítica, la oligarquía implica una forma particular de ejercicio del poder de clase, caracterizada fundamentalmente por la concentración de las instancias del poder político en manos de un reducido grupo de ‘notables’ y la correspondiente exclusión de las mayorías sociales de los mecanismos de decisión”. Lo hizo así Cambiemos, no hubo sorpresa. Justamente. Aquella cruel etapa podría estar incubándose para de nuevo alumbrar otro Polifemo como el que vomitó su furia desde diciembre del 2015. La expectativa a tales efectos crece en provincias como Córdoba, con narrativas antipopulares creciendo desde el pie.

En definitiva, ese es el punto bajo análisis de esta columna, la oposición tiene legitimidad, no es su ejercicio de movilizar detractores lo que debemos cuestionar, considerando que, -nos guste o no- trabajan con denuedo para ganar elecciones, cuando antes activaban el dispositivo militar, las armas contra el pueblo para gestionar privilegios. Pero no solo los liberales que masacraron al pueblo con sus políticas públicas explican porque aún están tan bien plantados en el centro del ring. Tampoco la carga de los medios por sí sola dice demasiado. Se sabe, Juan Perón alcanzó la jefatura de estado en el ‘46 venciendo a los medios que propiciaban la espesura antipopular de Victoria Ocampo, por ejemplo, y al propio Departamento de Estado estadounidense. El mismo país donde Donald Trump ganó contra toda la prédica mediática en su contra.

Solo en esta idea de intervenir legal y legítimamente en la construcción de un poder judicial remozado, cuando hoy es la pesada deuda del sistema republicano, se pueden advertir yerros graves que alimentan de fervor a quienes calan bayonetas en filas de la oposición. ¿Hacía falta Beraldi, el abogado de CFK en la Comisión de expertos que asesora sobre el proyecto de reforma judicial? ¿En qué pensaba la vicepresidenta cuando fijó a los medios y sus periodistas como pasibles de ser denunciados por apretar jueces en el desarrollo de las causas? ¿Cómo pudo soslayar que gente de su propio frente advertiría que “grupos económicos” ya incluía a las empresas periodísticas hegemónicas? ¿Qué otra cosa son? El prestigioso ex juez Federal y experto en temas de prensa y libertad de expresión Miguel Rodríguez Villafañe dice: “Si no podés tolerar la presión no podés ser Juez”.

En el 2011 cuando el consenso de los commodities llegaba a su fin y el país se paraba en seco, se radicalizaron prácticas y discursos de un gobierno que había reestablecido derechos y contribuido a mejorar la ciudadanía económica de los sectores descalzados por crisis precedentes; con nada de industrialización, mucho extractivismo y poca indulgencia con las luchas ambientales, por citar algunas, es verdad; pero lo hizo. Entonces, en este nuevo escenario de disputa por un modelo de país para las mayorías, ¿Nadie pudo decir lo que pensaba para corregir el rumbo, nadie pudo enfundar la organicidad para decir la verdad como el niño de la fábula de Andersen: “El Rey está desnudo”!…¡¿Cómo no se va a poder discutir a Perón?! Decía David Viñas en los incandescentes años ‘70. Es claro que la arborescencia no es el estilo de conducción peronista. La verticalidad es su dogma. Sin embargo, cuando la crisis de la pandemia nos hunde de cabeza en el inframundo de la miseria, cuando aún un niño de dos es pobre, hay hambre en los hogares y nada es suficiente ¿era prudente arremeter hoy contra todo un dispositivo judicial que no fue nunca y nunca será para mejor servir a los nadies? Demasiados frentes innecesariamente abiertos. Dejo que cierre el autor de “Los intelectuales y la política en la Argentina, el combate por las ideas”. Decía hace pocos años Héctor Pavón: “El presente nos encuentra en un ámbito donde a veces se respira pólvora quemada. De la trinchera oficialista a la opositora cruzan palabras que van a la guerra y estallan como bombas racimo. La batalla por las ideas se ha vuelto clave para la gran batalla política”. Batallar las ideas es también elegir el momento para desenfundar. El peligro del momento es incontestable. No le sigamos moviendo la cadena al perro.

* Néstor Pérez es periodista y autor de La palabra incómoda.

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