Hay un nuevo escenario político, social y económico en Argentina. A diferencia de décadas anteriores y de otros períodos históricos, se ha conformado un bloque socio-político y económico de centro-derecha capaz de disputar el poder en democracia o, cuando no puede hacerlo, como en estos momentos, bloquear el programa del bloque populista que desarrolla con timidez el frente peronista, con Alberto Fernández como presidente. Ese es el estadio de la disputa.
La puja, más allá de los ribetes discursivos y la rebelión de la Policía bonaerense frente a la Quinta de Olivos, se desenvuelve por ahora dentro del espacio democrático.
Vale aclarar que las experiencias latinoamericanas (Paraguay, Bolivia, Brasil o Venezuela –más allá de las particularidades existentes allí-) indican que no siempre es así, por lo que la foto de los acontecimientos puede variar. El actor determinante para el cambio de color de esta secuencia, es Estados Unidos. Su incidencia directa o indirecta –con todos los grados de desarrollo- es la que define la presencia de una fase u otra.
En Argentina, no existe -al menos por ahora- la fase de confrontación que derivó en golpes blandos como Paraguay, Bolivia o Brasil, o intentos de golpe clásico –con participación de las Fuerzas Armadas- como en Venezuela.
Para entender esta etapa del capitalismo y de la globalización encabezada por el capital financiero, hay que releer “Multitud” (Guerra y democracia en la era del Imperio) de Michael Hardt y Antonio Negri.
Al principio del libro, cuando los autores abordan lo que llaman “El estado de guerra global”, hay un razonamiento que puede ayudar a entender la política de Estados Unidos (pero no sólo de ese país), un actor externo histórico en los cursos políticos de Latinoamérica. No es ciencia-ficción, es para tomar nota de situaciones y experiencias diferentes a las que hemos vivido en Argentina hasta el presente. EE.UU fue un actor determinante desde la Segunda Guerra Mundial en la región y el mundo, lo que varía es el encuadre en el que se desenvuelve esa influencia.
Dicen Hardt y Negri: “La tradición de teatro trágico, desde Esquilo hasta Shakespeare, ha subrayado la naturaleza inacabable y proliferante de la guerra. Pero ahora, la guerra propende a extenderse todavía más, a convertirse en una relación social permanente. Nueva situación que algunos autores contemporáneos han tratado de expresar invirtiendo la fórmula de Clausewitz (la guerra es la continuación de la política por otros medios): puede ser que la guerra sea la continuación de la política por otros medios, pero a su vez, la política se está convirtiendo cada vez más, en guerra llevada por otros medios. En otras palabras, la guerra se está convirtiendo en el principio organizador básico de la sociedad, y la política simplemente en uno de sus medios o disfraces. Así pues, lo que aparece como paz civil tan solo significa que el fin de una forma de guerra y el inicio de otra”.
En este momento, en Argentina, está ocurriendo un despliegue sobre el escenario de la centro-derecha que revela una disputa temprana para evitar un eventual curso de reformas populistas.
El vacío de poder que genera la crisis sanitaria y económica derivada de ella, aceleró este proceso de disputa. Es imposible que la pandemia no derive en destrucción de capital y empleo y su desconocimiento genera caos por el colapso del sistema sanitario. Parece una trampa perfecta. No hay escapatoria: si se va para un lado, el camino está lleno de serpientes; si se corre en sentido contrario, habrá que enfrentarse a leones que no desayunan desde hace meses. En términos de historia económica, se han conjugado los males de la guerra con los de la depresión económica. Quién gobierne en este marco, debe conducir sin garantías de éxito alguno y con dramas shakespereanos a diario.
Para las fuerzas opositoras –económicas, sociales, culturales y políticas de centro-derecha- se trata de un cuadro propicio para alterar el curso original del bloque populista. O puesto en modo metafórico, en una ventana de oportunidad.
La primera advertencia sobre un posible curso “golpista”, llegó de boca del ex presidente Eduardo Duhalde (2002-2003) en un canal de TV hace un par de semanas. Sea por información u análisis, el dirigente peronista deslizó una idea, que actúa como marco de estos acontecimientos: la existencia de debilidad del poder, representada esa figura, en este caso, en el gobierno central.
Más allá del discurso republicano del espacio opositor, la vieja democracia liberal es incapaz de contener las expresiones modernas de esta derecha, como la que representan Mauricio Macri y Elisa Carrió y las fuerzas políticas que constituyeron. La tradición democrática de la UCR y de muchos de sus dirigentes por ahora la ponen fuera de ese núcleo, más allá de que sean socios en Juntos por el Cambio. Habrá que observar en estos meses tropicales cuál es el comportamiento general. Una de las particularidades que permiten a los grupos económicos concentrados, al poder financiero y a sus usinas de pensamiento y propaganda a actuar como lo hacen, es que el liderazgo de este bloque sea de derecha, no de centro, ni liberal. Es decir, que Macri, Carrió o Patricia Bullrich estén al frente no es lo mismo que estén otras voces, como las de Horacio Rodríguez Larreta (dentro del PRO) o de Martín Lousteau u otros dirigentes radicales.
Dicho de otro modo, que tengan expresión electoral es bueno para la sustentabilidad del sistema democrático visto en términos teóricos de la democracia liberal y republicana. Es decir, con la idea del libre juego de todas las expresiones. Sin embargo, la realidad no cabe dentro de esta teorización. En los países emergentes o en desarrollo o periféricos, el choque de programas e intereses económicos mete en terapia intensiva a este supuesto, porque las relaciones de dominación, entre otras razones, están más expuestas. A ello se agrega, que la falta de densidad de las instituciones y la sociedad civil, no permiten la existencia de espacio de amortiguación de ese choque como puede suceder, al menos relativamente, en las sociedades y democracias europeas.
Dentro de este contexto es que se está produciendo este choque, que en nuestro país tiene dos bloques, uno populista, y otro de centro-derecha.
También aparecen algunas particularidades y paradojas históricas. El movimiento piquetero nace en la década de los 90’ para enfrentar al ciclo neoliberal que lideró Carlos Saúl Menem y su ministro de Economía, Domingo Felipe Cavallo. Aquel movimiento social fue una respuesta a las privatizaciones y su secuela de desocupación, primero, y luego pasó a expresar a los desocupados de todo origen. Los continuadores de esos movimientos sociales siguen en acción todavía, porque el drama de la desigualdad frutos de los ciclos neoliberales no ha podido ser remediado o superado por los ciclos populistas. La mecánica básica de los piquetes de los ’90 fue llevar a lo social la primera expresión de ese instrumento que es gremial y se basó en obstruir el paso por las rutas, verdaderas venas del sistema económico.
Sin embargo, nadie imaginaba que casi tres décadas después, el piquete iba a ser para impedir el ingreso a la vivienda de un country de Lázaro Báez, un empresario de la construcción acusado de lavar 55 millones de dólares y por corrupción en la obra pública. El piquete fue protagonizado por habitantes acomodados económicamente, pertenecientes a la clase media alta. Semejante capacidad de acción, la de poner el cuerpo en la calle, por parte de adherentes al bloque de centro-derecha no tiene demasiado registro en la historia argentina. Puede haber alguna similitud con los comandos civiles del 55’, que intentaban derrocar a Juan Domingo Perón, pero era otro modo y, en general, otro sector social. Los piquetes VIP que impidieron a Báez dormir fuera de la cárcel de Ezeiza, indican que esta vez la confrontación social, cultural, política y económica tiene otro rango, mucho más agresivo y turbulento.
Al sumar, los piquetes VIP, con las marchas opositoras contra la expropiación de Vicentin, la reforma judicial y la prolongación de la cuarentena, la quema de barbijos en el Obelisco, y el tuit del Ejército recordando la muerte de soldados que participaron de acciones del Terrorismo de Estado, la protesta salarial de la Policía bonaerense adquiere magnitud desestabilizadora. Se le agrega a ello, su permanencia durante 8 horas frente a la Quinta de Olivos durante la jornada de este miércoles 9 de septiembre.
VER El #17A: La venia de un policía a Patricia Bullrich, una imagen peligrosa.
El país se encuentra frente a una nueva realidad. Se rompió el modelo democrático inaugurado en 1983, con el radical Raúl Alfonsín, después de la sangrienta dictadura cívico-militar que produjo 30 mil desaparecidos y una fuerte alteración del modelo económico y social. A partir de ahora, las palabras, herramientas y relatos que sirvieron durante casi cuatro décadas a una construcción común serán puestas en cuestión. Se abre un período intenso y convulso.
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