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Poniendo negro sobre blanco

Emiliano Agustín Altamirano, en una imagen de hace algunos años. (Foto: Gentileza).

Emiliano Agustín Altamirano (17) acaba de recibir su título de bachiller con orientación en economía y administración, con altas calificaciones.  Lo hizo trabajando como limpiavidrios para ayudar a su familia. Convencido de que “el destino no está escrito” desafió un sinnúmero de obstáculos y  está dispuesto a seguir  avanzando por “el camino de la superación”. Ahora, quiere ser  educador.

El “negro” encabeza la fila hacia la mesa donde lo esperamos para celebrar su conquista. Detrás viene su familia, en calma, apretando en el pecho el orgullo por el graduado, pero sin gestos que delaten lo que probablemente sientan: con Emiliano, ellos también sacaron un poco la cabeza del barro…“Todo pasó muy rápido”, me dice, cuando apuro el paso para abrazarlo, esa tardecita triunfal.

Cada crisis social tiene efectos prematuros que todo el mundo advierte, y sufre, pero hay consecuencias que solo emergen con crudeza cuando los damnificados se hacen visibles, es el momento de la institucionalización, de la escolaridad. Los niños nacidos en profundas crisis económico-sociales no tendrán lo que los especialistas denominan 100 días claves, cuando los nutrientes esenciales son impostergables; más tarde, en la escuela, se pagará caro esa ausencia. El mal desempeño es hijo de esta carencia. Como fruto envenenado de esa desdichada siembra, será el trabajo de mala calidad y peor pago la continuidad de tan amargo proceso.

“Tengo que terminar el secundario para poder progresar, tengo que sacar a mi mamá y mi hermana de ahí”…

Infraestructura escolar deficitaria. Oferta educativa estresada. Horas de clases reducidas por factores múltiples. Abandono escolar. Aprendizajes de mala calidad, todos estos problemas “afectan en mayor medida a las niñas y los niños que residen en los hogares más pobres. La falta de oferta pública dificulta la inclusión de los niños de hogares de bajos ingresos en el nivel inicial. Las niñas y los niños socialmente vulnerables tienen una probabilidad más alta de repetir algún año o ingresar tarde en el sistema, lo cual está asociado con la obtención de peores resultados en los operativos de evaluación”, dice el Informe UNICEF de algunos años atrás y despeja toda duda respecto al impacto de la pobreza en la escolarización.

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Si a la ausencia de alimento vital se le suma un espacio inhabitable, la escolaridad se vuelve una quimera…

Afortunadamente, el destino no está escrito ”sé que tengo que hacer las cosas bien”, dirá el Emi.

Emiliano Agustín Altamirano, el “negro”, tiene 17 años; vive casi desde que nació en una de los asentamientos más hostiles de la ciudad, “Los Eucaliptos”, barrio José Ignacio Díaz 1° Sección, donde la droga y la violencia tejen el paisaje cotidiano: Un hermano suyo cumple condena en un penal lejano, “cada uno toma sus decisiones y hay que hacerse cargo”, dice el Emi, como si hubiera vivido mil años. Al padre, su madre lo echó de la casa por maltratarla, un gesto corajudo que la caracteriza. Patricia, esa madre, hizo esfuerzos encomiables para sostener a la familia en medio de la nada, o menos.

Emiliano con su diploma. (Foto: Gentileza).

Emiliano trabaja limpiando vidrios en la calle – donde el bulevar San Juan se encuentra con Balcarce – desde muy temprana edad. Llueve, él ahí, aferrado a su herramienta como quien lucha contra un imperio. Frío, él ahí, porque algo hay que llevar a la mesa deshabitada de cada día.

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La cana, bueno, un escollo más, que el negro elude con astucia y corrección. No entra en ese juego que propone el par de estúpidos que nunca faltan, esos que el sistema usa para organizar su escala de valores. Policías con intenciones de rendir a los pibes que resisten como pueden el legado antiguo que recibieron: un montón de ausencias, dolor antiguo y persistente.

Con todo el peso de ese drama social, Emiliano Agustín cursó su escuela secundaria. Y lo hizo sin trastabillar, en ninguna etapa, no se quedó una sola vez de año. Hace horas recibió su diploma luego de cursar el último año promocionando todas las materias.

Con ese diploma cobija un puñado de anhelos, expectativas con las que amanece y clausura sus días de adolescente:“yo estoy orgulloso de lo que logré y de la persona que soy”, suelta como al pasar, sin imposturas, midiendo correctamente la estatura de lo alcanzado.

Alguna vez escuché al protagonista de una historia llevada al cine, abogado él, “salvemos el mundo, un caso a la vez”… certeza bellamente postulada: no podremos con todos a la vez, no pudimos ni con algunos, la cifra de pobreza infantil nos apuñala por la espalda a los argentinos. Es aquí donde se levanta como barricada la épica de Emiliano Agustín Altamirano, aquel que desoye los malos augurios, mandatos ponzoñosos, y se decide a vender muy caro su porvenir.

Mañana será educador, sugiere como al pasar, y nadie podría ser mejor para acometer la tarea de señalar el camino de la superación, esa luz lo acaricia suavemente, y él, por ahora, se deja ir, hasta que un nuevo reto le proponga disputar la vida, palmo a palmo, metro a metro, como siempre fue, como siempre será.

La libreta de notas de Emiliano, en el secundario. (Foto: Gentileza).

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