Natalia Garayalde (39) dice que no puede dejar de pensar en el 3 de noviembre de 1995. Tenía doce años cuando las explosiones de la Fábrica Militar de Río Tercero la sorprendieron con una cámara de video en la mano. Con su hermano, la usaban para jugar, pero ese día cambió el tono y se convirtió en la herramienta con la cuál explicarse lo sucedido.
Sin recordar los testimonios e imágenes capturadas en aquel momento, en el aniversario número veinte del atentado con el que el gobierno de Carlos Saúl Menem intentó encubrir el tráfico de armas, se planteó hacer una película sobre el tema. “Quería dejar un registro de ese acontecimiento impune, un acto de memoria”, explica sobre cómo nació Esquirlas, su primer documental.
Primero centró la historia en Omar Gaviglio el operario de la fábrica, inicialmente señalado como culpable del supuesto accidente y que luego se convirtió en un testigo clave de la causa. Iban dos años de trabajo, cuando él enfermó y Natalia, buscando fotografías de su hermana quien acababa de fallecer de cáncer, se encontró con los videocasetes que había filmado en su infancia. “Estuve mucho tiempo intentado continuar con la idea original sin incluir el archivo personal, pero era muy poderoso. Además fui reconociendo la importancia de hacerme cargo de mi historia y poder contar desde adentro el acontecimiento”, recuerda la realizadora cordobesa.
Así, Esquirlas es la reconstrucción de un hecho político desde el ojo lúdico de una niña, pero con el filtro de una adulta que entiende el contexto y entrega en dosis justas el rigor de la historia y el retrato de su familia, que se parece a todas las de la ciudad. Tras un preciso y delicado montaje, que ensambla recuerdos personales y material audiovisual de diferentes fuentes, alcanzó una película original, impactante y emotiva.
Se estrenó en el Festival de Cine de Mar del Plata 2020, donde recibió, entre otros, el Premio José Martínez Suárez a la Mejor Dirección. Luego de recorrer competencias internacionales, de las que regresó con más distinciones como Mejor Película en el Jeonju International Film Festival y el Premio Especial del Jurado de la sección competitiva Burning Lights del Visions du Réel en Suiza, llega al Festival de Cine de Derechos Humanos que comienza este 27 de mayo.
¿Desde lo particular pudiste hablar de lo universal?
Cualquier microhistoria, documental o ficción, siempre habla de algo más grande, porque tiene que ver con las condiciones socioculturales que la atraviesan y el contexto en el que se desarrollan las escenas. En mi caso, es mi historia personal, pero hay millones de películas que cuentan un acontecimiento histórico a partir de un detalle, de un acontecimiento familiar o algún protagonista. Temía un poco hacerlo desde lo personal porque no quería hacer algo autorreferencial, pero era mi historia, que hablaba también de una comunidad. Más que autorreferencial, era autoetnografía. Entonces fue pensar, reflexionar sobre la comunidad mirándome a mí como parte de eso.
¿Considerás que fue acertado ese punto de vista?
Seguramente habrá diferentes miradas de acuerdo a quienes la vean. Como realizadora, creo que sí estuvo bien. El guión con el que empecé era más periodístico, tenía más distancia, usaba archivo histórico desde una mirada más analítica. Luego, meterme adentro de la casa y contar desde ahí con material tan genuino, con videos poco artificiosos, que no estaban hecho para un público y entonces tienen algo de auténtico, te permite tocar otras fibras, propias y de quien mira. Es entrar en algo que no sólo es racional, analítico y descriptivo, sino de algo experimentado, vivenciado, por eso está la parte emocional.
Hay una mirada sobre el pasado, pero también preguntas al presente. ¿Cuáles son?
Las preguntas al presente fueron apareciendo durante el desarrollo de la película. Sobre todo tiene que ver con el modo de producción que hay en Río Tercero, cómo convive la ciudad con ese polo industrial y la sensación de amenaza constante con la que se vive. También es una zona rodeada de campos de soja y, por tanto, de áreas fumigadas. La pregunta es cómo interviene la población en los modos de producción que se realizan en torno a la comunidad. Y la necesidad que se hagan informes de impacto socioambiental, que la ciudadanía tenga más injerencia, para que esas fabricas que son fuentes laborales, no sean a su vez fuentes de destrucción de la ciudad donde producen.
¿Qué pensás de los registros que hiciste?
Pensaba en cómo se relacionaban esos niñes con la cámara, primero como un juguete y después como un dispositivo para registrar un hecho histórico. Y en ese vínculo con el dispositivo tecnológico se va modificando el acto de mirar de una niña y un niño. Advertí un recorrido que intento mostrarlo en la peli. Primero es un juego, luego se hacen preguntas para comprender qué pasa, después con las segundas explosiones hay como un desencanto, porque marcaron que la amenaza podía continuar, entonces dejaba de ser algo extraordinario y se convertía en una condición con la que se tenía que convivir. Ahí decido dejar de filmar y mi hermano registra de forma más sigilosa el mundo adulto. Yo retomo la cámara de grande, por la necesidad de registrar a mi hermana cuando enfermó de cáncer.
Jugando al noticiero, ¿descubriste el oficio?
Uno juega a muchas cosas de chica. Es cierto que la cámara era como una prótesis y entiendo que fue una especie de privilegio acceder a ella, aunque hoy todos tienen celular, pero no todo se convierte en una peli. Había una mirada de observar el mundo y querer registrarlo de forma inconsciente.
PARA AGENDAR
Esquirlas y todas las películas de la programación se pueden ver gratuitamente d
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