(Por Griselda Baldata*) Cuando el presidente Alberto Fernández, anunciaba el inicio de la cuarentena con aislamiento social, preventivo y obligatorio, dando fundadas razones en la opinión de un consejo asesor de epidemiólogos, virólogos, infectólogos de prestigio en nuestro país, la sociedad argentina acompañó esa decisión. Ese apoyo popular que logró el presidente, (y me cuento entre quienes nos sentimos representados por él), no sólo fue por el miedo a lo desconocido y, a sabiendas que lo desconocido, además, era de altísima peligrosidad, sino que vio en el presidente, humildad en atender todas las directivas propuestas por ese asesoramiento sanitario, y reflejo para implementarlas de inmediato.
Destacados especialistas residentes en el exterior coincidían con las recomendaciones de sus colegas argentinos y felicitaban las medidas tomadas por el gobierno, como lo hiciera el cardiólogo Carlos Cingolani, a cargo de la unidad coronaria de cuidados críticos del hospital universitario Johns Hopkins, donde se diseñó el mapa universal de Contagio de Covid 19 a cargo de la científica Lauren Gardner. Hasta aquí todos contentos. Más aún el presidente, que veía subir su imagen positiva en las encuestas de opinión de manera inusitada.
No obstante, frente a un mundo paralizado en términos de producción, trabajo y empleo, inmediatamente surgió la enorme preocupación por los efectos colaterales de carácter económico y social además de los sanitarios. ¿Cuánto tiempo puede soportar una economía equilibrada con todo su aparato productivo inactivo? Preocupación que se convirtió en desesperación, en aquellos países, como el nuestro, con sus economías desbastadas, con altísimos porcentajes de pobreza y desigualdad y elevados índices de desempleo e informalidad laboral. Un coctel explosivo con resultados previsibles, que es necesario y urgente atemperar, más aún en una Argentina sin capacidad de crédito y sin moneda.
Entonces y casi en simultaneo, comenzaron los reclamos de que, conjuntamente al espacio de asesores sanitarios, debía existir un consejo económico y social integrado por economistas, académicos, empresarios, sindicatos, etc., para tratar de encontrar la forma de que el impacto en la endeble economía argentina fuera lo menos letal posible.
Incluso, reconocidos economistas argentinos y de indiscutible honestidad intelectual le acercaron al gobierno algunas propuestas a modo de disparadores para trabajar en ese sentido que el presidente, equivocadamente, consideró “interesados”. Error, hace un par de semanas, uno de los referentes del Papa Francisco, el arzobispo Víctor Manuel “Tucho” Fernández hizo público este reclamo. ¿Acaso aquí también ve mala intención? Debo reconocer con enorme decepción, que el presidente solo se quedó con sus oídos puestos en los especialistas sanitarios. “De la Economía se sale, de la muerte no”, dijo Fernández.
Ocurre que de la economía se puede salir, si la pandemia hubiera terminado. La pandemia termina con la vacuna (que llevará años) o la inmunidad colectiva a la que de alguna manera apelan países como Suecia con marcado alivio a su economía y con moderados costos sanitarios. La pandemia será intermitente durante mucho tiempo. Entraremos y saldremos de cuarentena de acuerdo a los índices de infectados. Habrá flexibilización progresiva y regresiva. Pasaremos de zonas rojas a blancas y viceversa varias veces. Pregunto: ¿alguien en su sano juicio puede creer que la pandemia desaparece por arte de magia o decreto presidencial? Si no aparece la vacuna en estado experimental que puede llevar más de un año, (además se necesitan más de 7.000 millones de dosis,) o no se da el fenómeno que la inmunidad colectiva sea extraordinariamente acelerada, el COVID 19 seguirá complicándonos la vida. Debemos entonces aprender a convivir con el virus manteniendo las recomendaciones sanitarias, pero sin cuarentena, sin parálisis de la economía.
Para ello, se requieren dos condiciones indispensables. La primera: la responsabilidad ciudadana. No se puede salir sin barbijo, sin mascara facial de acetato, sin alcohol en gel en el bolsillo y sin mantener el distanciamiento. La segunda: una nueva apelación a la racionabilidad gubernamental. Aquí faltan innovadores, personas creativas, que tienen una capacidad excepcional para ver las cosas de manera distinta, miran los problemas y situaciones desde una perspectiva diferente que les permite encontrar respuestas poco convencionales y bastante efectivas (Argentina se caracteriza por tenerlos en cantidad). Ellos debieran constituir ese tercer sector encargados de diseñar estrategias que nos permitan al conjunto de la sociedad entender y aprender a cuidarnos. Que nos preparen para convivir con el virus.
Es el gobierno Federal quien tiene la primera y fundamental responsabilidad de diseñar esas políticas, aunque deben ser los gobiernos provinciales y los municipios las autoridades de aplicación. Alguien cree, por ventura que el Estado puede seguir asistiendo a quienes no pueden producir o trabajar. Es obvio que no. Y no por falta de voluntad política. Simplemente porque ya no hay de donde sacar. Argentina no lo puede hacer. Desde el primer momento el gobierno nacional debiera haber estado en permanente contacto con tres grupos de asesores. Los epidemiólogos, los economistas y los innovadores. Sólo se quedó con el primero. Quedo inmóvil en el primer escalón de los tres que debía subir. Casi tres meses ha perdido el señor presidente, y con ello nuestra seguridad y credibilidad. Si resulta difícil para los líderes del mundo con economías relativamente saneadas, imaginemos para los gobiernos de América Latina y El Caribe, o los países marginales de África.
Entendemos la encrucijada en la que se encuentra el gobierno, pero los liderazgos se consolidan con medidas audaces y la menor cantidad de errores posibles. No debe olvidar el presidente, que la opinión pública tiene una gran volatilidad en nuestro país, y que un líder político debe adelantarse a las consecuencias previsibles y no cometer errores forzados. De lo contrario ese apoyo inicial, puede volverse rápidamente en su contra, aunque y, peor aún, todos pagaremos las consecuencias.
* Griselda Baldata es ex diputada nacional 2007/2011 (ARI) y ex senadora provincial por el FREPASO.
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