En política, una de las formas más eficaces para envilecer la práctica discursiva es repetir palabras, a veces conjugadas con algún verbo de fácil adopción, que invoquen una idea o un espacio histórico; cierto sentido común más o menos bien arraigado, algún anhelo a mitad de camino entre la bruma y la luz del sol. Por ejemplo, emancipación, dictadura o soberanía.

De tanto repetirlas, el progresismo batido en retirada dos años atrás no hizo más que vaciarlas de contenido; deshilachando su textura, ofreciendo a la reacción conservadora una fértil cabecera de playa donde instaló sus sospechas; los más terminaron considerándolas recursos de barricada y no lo que realmente son, con todo el rigor de la interpretación histórica: sentencias estrictas en el marco de una disputa política que nunca quedó zanjada desde la primera interrupción del orden democrático, casi un siglo atrás. Ahora que es imperioso esgrimirlas en el debate público, porque transcurren días funestos para la Nación, apenas cortan, por obra de entreveros sin entidad, han perdido filo.
Milei canceló la soberanía nacional entregando la agenda pública a la administración del ultra de pelo amarillo. Aún con antecedentes oscuros en el pasado remoto, como la insolente intromisión del embajador nombrado por Teodoro Roosvelt, poco antes de morir, custodiando los intereses electorales de la Unión Democrática en el amanecer del peronismo, no tuvo lugar nunca una expresión imperativa, seca, brutal y extorsiva y en la antesala de una elección, como la que ya todos conocen: tiene que ganar Milei, no nos sirve ningún otro, se lee sin dificultad. Spruille Braden actuaba por orden de la Casa Blanca, aún con libreto ajeno, el predicamento de su gestión para obturar el ascenso de Perón tenía su propio sello. No se escuchó la voz de Roosvelt ni su sucesor, Harry Truman, apretando a los electores argentinos en el invierno de 1946, como ahora lo hizo Donald Trump; para reescribir el “estatuto del coloniaje”, como caracterizara certeramente el Pacto Roca-Runciman de 1933, Arturo Jauretche.
Servil y domesticado, el presidente argentino rinde la voluntad republicana del pueblo argentino en procura de ser útil a los fondos de inversión amigos de su amigo del norte, inquietos por la inestabilidad de sus carteras.
Cae de rodillas ante los proyectos australes del Comando Sur, anhelando el control del paso interoceánico Canal de Beagle con fines militares estratégicos, continente y medio abajo del Canal de Panamá, de nuevo en manos estadounidenses, única opción hoy para transporte comercial ultramarino.
La oferta de sofocar cualquier intento industrialista está a la vista del más desprevenido…el suelo como tesoro para alimentar la industria ajena. La añeja receta de la División Internacional de Trabajo. Nosotros los frutos de la tierra; el imperio, su complejo tecnológico industrial; nosotros la servidumbre política; ellos, la estricta vigilancia del imperativo capitalista: la súper ganancia.
Argentina hoy es un camposanto en materia económica, la recesión ahoga a las Pymes; nadie vende nada; llevar el pan a la mesa se ha vuelto una amarga mueca del destino. Se sufre la violencia institucional, se evaporan las expectativas comunes, se amaga una salida mientras el nudo se ciñe a la garganta con fuerza creciente.
En el epílogo, un par de preguntas toman por asalto al cronista: ¿entenderá el elector que este desatino mayúsculo que es Javier Milei ya ató su suerte a la voluntad de una potencia extranjera, violentando los atributos de una república frágil pero obstinada? ¿Es tan robusto el daño causado por la frustración como para darle crédito a La Libertad Avanza y su proyecto de demolición?…
Si nos han quitado hasta el banquito, empujándonos al centro del ring, no eludamos la responsabilidad histórica en esta hora demencial. No puede progresar ni un paso más un proyecto que solo auspicia dolor y hambre.
Recuperemos el filo argumentativo, hagamos frente a la osadía de un espacio político que solo esgrime rencor y odio para crecer en representación política. Mañana podría ser demasiado tarde.
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