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Análisis

[15 MINUTOS] La Bombonera no asusta

La Bombonera a pleno. El partido Argentina-Perú acabó con el mito del estadio xeneize.

Córdoba Turismo 2024

El mito del estadio de Boca está asociado a las hazañas deportivas, la propia arquitectura de la cancha y a su barra brava, “la doce”. Muchos jugadores rivales la han acrecentado, marcando justamente la capacidad de la hinchada xeneize de alentar los 90 minutos. Lo cierto, que parte del mito está vinculado a un problema que fue la falta de espacio, es decir una cancha muy grande para un terreno que no daba con las dimensiones del proyecto. Por eso es una D, con los palcos en uno de los laterales y las bandejas superiores híper inclinadas y encima de las inferiores. La sensación es la de estar adentro del campo de juego y por eso, el sonido de los canticos parece retumbar como en ningún otro lugar. Pero todos los clubes grandes argentinos tienen hazañas conseguidas en sus estadios, no sólo Boca. Y hasta muchos de los equipos más chicos han conseguido algún que otro imposible en sus reductos. Por eso, creo que no es el deporte el que ha definido la característica de cancha difícil. Lo es su barra brava, “la doce”.

Lo de la Bombonera es un relato, el de “la doce”. “La doce” es la barra moderna de Boca. Nacida en 1973, se consolidó como tal con el liderazgo de José Barrita, “el abuelo” desde las década del ’80. Todo el mundo simplifica su existencia atribuyéndole la responsabilidad por la violencia, por los negocios subterráneos que desarrollaron a la par de su capacidad de intimidación y por sus crímenes. Sin embargo, “la doce” ha sido capaz de construir un relato de su existencia. Eso es lo que la hace superior a una simple hinchada. Es quizá esa su principal virtud, la que le ha permitido hacer lo primero, y también convertir a la Bombonera en el escenario de amplificación de su relato. Un relato que la convirtió en insustituible en el “ponga huevo” del equipo de la ribera y en la figura simbólica de ser un jugador más. Esa idea base de que la hinchada juega, hizo espacio luego a la filosofía del “aguante”, que se esparció como el agua en todo el mundo del fútbol. “Hay que tener aguante” es una definición esencial del hincha moderno del fútbol argentino. Y junto a ella anida el justificativo del todo: de sus negocios para seguir al corazón cueste lo que cueste. De su violencia para defender los colores. Del aliento hasta el agotamiento para que el rival sienta quiénes “somos nosotros”. Todo. Y todo, es todo.

Sin embargo, el jueves, en la cancha de Boca, el mito se derrumbó porque Perú no sintió el peso de la Bombonera, ni su vibración, ni su capacidad de intimidación.

Lionel Messi.

El miedo escénico, como definición general, se produce cuando un jugador o persona es intimidado por el escenario (real y simbólico) donde se va a producir una acción determinada. El escenario real era la cancha, más los jugadores de Argentina. El equipo peruano no lo sintió. Pudo sobreponerse a sus implicancias a partir de sus convicciones individuales y como equipo, del orgullo nacional y también del desafío de clasificar, un horizonte que no la hizo temblar. En cambio, los jugadores argentinos sintieron el escenario. Fueron perdiendo lucidez y empuje a medida que corría el encuentro. Quizá un ejemplo máximo de ese momento, es el último tiro libre de Lionel Messi en tiempo de descuento, donde lanza un centro a las manos del arquero peruano. Un crack como él haciendo lo que hace un jugador del montón, es un indicador de ese miedo paralizante.

Para Argentina hubiera sido mejor jugar en la cancha de San Lorenzo, con mayores dimensiones de su campo de juego, que en La Bombonera. Con más espacios, hubiera tenido más posibilidades de crear situaciones favorables y complicar la defensa peruana.

No es el único modo de definirlo: tiene un sinónimo que es el peso de la camiseta. Es cierto, las camisetas de los clubes y selecciones “grandes” son más pesadas que las del resto. Es por su historia, por la comparación inevitable con los cracks que la vistieron, por el peso del fútbol en la cultura de un pueblo. En un país, donde el fútbol es un deporte más como Estados Unidos, errar un gol es un comentario de ocasión, algo así como decirle al que espera el mismo colectivo en la parada: ‘qué frío que estuvo ayer’. En un país futbolero, al gol errado por Higuaín en la final de Brasil 2014 lo van a recordar varias generaciones después de él. El miedo escénico, entonces, pasa a ser el miedo a no poder ser el que todos esperan. Es cuando la camiseta le pesa a un jugador. Y superarlo es estar listo para una nueva conquista. Es lo que exige la historia, la cultura, la competencia con el vecino, el hacerlo con las convicciones de un estilo. Ahí, es cuando la camiseta no le pesa a un jugador.

La verdad, es que ahora tenemos dos problemas: La Bombonera no asusta (era hora que se desenmascarara el relato de “la doce”) y Messi patea tiros libres a las manos del arquero (lo bueno de esta última cuestión, es que tiene nuevas oportunidades para redimirse y estar a la altura de la camiseta que lleva puesta).

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