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Un jardín de armas plantadas: el costado botánico de la Policía de Córdoba

Un verdadero "jardín" de armas plantadas, una mala costumbre de las fuerzas policiales de Córdoba.

Un verdadero “jardín” de armas plantadas, una mala costumbre de las fuerzas policiales de Córdoba.

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Plantar un arma. Plantar un arma como quien pone un tallito en un pedazo de tierra o tira una semilla para que brote una planta. Aunque en realidad espera un expediente judicial que, como una planta, crezca, eche sombra y, con suerte, tape la realidad… Hay todo un jardín de armas plantadas.

Pero algunas no alcanzan a echar raíz y quedan al descubierto. Como el revólver calibre 22 largo que el miércoles al mediodía quisieron plantarle a Walter Ezequiel Varela, de 17 años, después de dejarlo muerto en un pasillo de barrio Marqués Anexo. El cabo Carlos Mariano Jaime, de 25 años, autor del disparo que le perforó la espalda al chico, y el oficial ayudante Brian Agüero, jefe del móvil, dijeron que dispararon en respuesta a los tiros de Varela.

Pero una pericia realizada sobre el arma determinó que no se encontraba “operativa”. Es decir, que no está apta para ser disparada. Por eso el fiscal del caso Iván Rodríguez ordenó detenerlos e imputarlos por homicidio agravado por el uso de arma de fuego, para el caso de Jaime, y encubrimiento agravado, para Agüero.

La historia de “los perritos” o “bagayos” como se conoce a los revólveres (generalmente calibre 22) que usan los efectivos policiales para “plantar” a sospechosos o abatidos tiene antecedentes remotos: desde los operativos “ventilador” de los setenta, hasta ahora.

Es un mito reciente la historia de los “Sábalos”, una patrulla implementada por Carlos Colino cuando era jefe de la Seccional Quinta -hace poco más de diez años- compuesta por cuatro móviles que tenían como tarea trasladar los detenidos. Y como servicio adicional, llevaban siempre “algún arma para prestarte”, según contó un efectivo que lo vivió”.

Es un mito reciente, por ejemplo, la historia de los “Sábalos”, una patrulla implementada por Carlos Colino cuando era jefe de la Seccional Quinta -hace poco más de diez años- compuesta por cuatro móviles que tenían como tarea trasladar los detenidos desde la calle al calabozo. Y como servicio adicional, llevaban siempre “algún arma para prestarte”, según contó un efectivo que lo vivió. “Podía ser desde un puñal para ensuciar a un borracho hasta un revolver si había abatidos”, agregó.

Pero la historia de Ezequiel Varela es una de esas en las que “la planta” no creció. En los últimos años hubo varios casos, que revisaremos en esta nota, para refrescar una práctica institucional transmitida generacionalmente en la Policía. Tan es así que a esta altura nadie sería capaz de afirmar con certeza qué tan grande es el jardín de armas plantadas que creció sin que nos demos cuenta.

COMISARIO EN ACTIVIDAD

El mes pasado el Juzgado de Control Nª 4 elevó a juicio la causa contra el jefe de la Comisaría 7ª de Alta Córdoba, Walter Ferreyra, acusado del homicidio de Christopher Andrés Carreras, un chico de 18 años a quien literalmente fusiló desde atrás durante un control policial en barrio Villa Cornú Anexo, la noche del 5 de abril de 2012. Carreras no frenó en un control y el oficial le disparó a menos de dos metros de distancia. La causa se investigó como un exceso en legítima defensa, obedeciendo la versión policial de que se trató de un enfrentamiento. Sólo fue gracias a la insistencia del abogado Claudio Orosz que la carátula fue modificada a “homicidio agravado”. La Policía había montado la escena.

El revólver marca Pehuén calibre 22 que supuestamente usó la víctima fue encontrado “semienterrado” en el lugar dónde quedó el cuerpo. Ningún testigo lo vio disparar. Al menos dos personas dicen haber escuchado tiros de una única pistola. Pero además, el revólver tenía “una falla mecánica” que le impedía que fuera usado en doble acción”. La pericia deja en claro que para ser disparado, se necesita que quien lo porte use las dos manos, lo cual hace imposible que el joven haya conducido la moto y disparado hacia atrás al mismo tiempo.

El revólver marca Pehuén calibre 22 que supuestamente usó la víctima fue encontrado “semienterrado” en el lugar dónde quedó el cuerpo. Ningún testigo lo vio disparar. Al menos dos personas dicen haber escuchado tiros de una única pistola. Pero además, el revólver tenía “una falla mecánica” que le impedía que fuera usado en doble acción”.

Como prueba del tiroteo, Ferreyra también mostró un orificio de bala en el guardabarros trasero del patrullero. La pericia balística realizada en el auto determinó que ese orificio fue hecho por “un arma de grueso calibre”, de manera de quedar “descartada la posibilidad de que el impacto en el móvil policial haya sido producido por un revólver calibre 22”.

El asesinato de Güere Pellico se convirtió en un caso emblemático de gatillo fácil y del intento de plantar un arma para desviar la investigación.

LOS PUPILOS

En diciembre pasado, una Cámara del Crimen condenó a prisión perpetua a los policías Lucas Chávez (33) y Rubén Leiva (51) por el crimen de Fernando “Güere” Pellico (18), quien murió tras recibir un disparo por la espalda en Los Cortaderos, próximo a barrio Los Boulevares. La bala le salió por el cuello. También le dieron un balazo en la nalga a Maximiliano Peralta, primo del muchacho abatido, quien sobrevivió.

Los chicos venían de comprar bebidas en un quiosco cercano y la moto en la que se conducían ya se hallaba dentro de la propiedad del abuelo de Pellico, cuando recibieron los disparos.  

Durante el debate dos testigos declararon que el acusado Leiva fue a una estación de servicio y a un taller mecánico a buscar un arma para plantarla en la escena del crimen y fraguar un intercambio de disparos. No la consiguieron. El jefe de ambos era nada menos que Walter Ferreyra, quien había asesinado dos años antes a Carreras.

CERCA DEL CORAZÓN

Más suerte tuvo Ezequiel Reinoso. A centímetros del corazón lleva incrustado un recuerdo de la violencia policial. Es la bala calibre 9 milímetros que le dispararon la siesta del 14 de febrero de 2015, cuando no frenó en un control policial de la calle Juan B. Justo. Ezequiel siguió conduciendo cinco cuadras más y recién entonces se desvaneció. De milagro alcanzó a avisar a su familia lo que le había pasado.

Los efectivos que le dispararon dijeron que Ezequiel iba con alguien más en la moto. Sostenían que el acompañante abrió fuego primero. Pero el chico de 22 años iba solo y a jugar un partido de fútbol.  El dermotest en las manos de la víctima terminó por ratificar que Ezequiel no había disparado ningún arma.  Dos uniformados irán a juicio por lesiones graves”.

Los efectivos que le dispararon dijeron que Ezequiel iba con alguien más en la moto. Sostenían que el acompañante abrió fuego primero. Pero el chico de 22 años iba solo y a jugar un partido de fútbol.  Al día siguiente de que el policía lo baleara, un revólver apareció tirado frente a una casa ubicada a metros del control policial. Y una peluquera que trabaja en la misma zona fue visitada por un policía. Luego declaró que sí; que había escuchado más de un disparo. Pero el dermotest en las manos de la víctima terminó por ratificar que Ezequiel no había disparado ningún arma.  Dos uniformados irán a juicio por lesiones graves.

Este breve recorrido por algunos de los casos más recientes demuestra que “plantar armas” es una práctica muy instalada en las fuerzas policiales y que por lo general deja indefensas a las víctimas con menos capacidad de acceso a la justicia. Claro que en algunos casos, la “avivada” (por llamarla de alguna manera) puede fallar.

 

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