Uber es una de las compañías emblema de la nueva economía globalizada a partir de las finanzas y la tecnología. Ése es el contexto básico. Como es una aplicación tecnológica goza de “buena prensa” y tiene bajas resistencias sociales. Salvo los que tienen dificultades para el manejo de sus celulares -por edad, impericia, etc.-, el resto no opone resistencia. Una aplicación bajada al smartphone genera el mismo nivel de confianza que un amigo.
Todos ya conocemos y usamos más cosas de Silicon Valey que del barrio vecino al nuestro. De ahí provienen algunos de los “inventos” que moldean la economía y la vida del planeta, a partir de lo que se denomina genéricamente economía digital. Por cierto, este sector es una especie de casino en el que algunas apuestas detonan la banca, llenan de dólares la cuenta de su creador y cambian la cultura y el consumo de decenas de millones de habitantes. Y otros cientos de jugadas, por supuesto, terminan en silenciosos fracasos. Es como el gran sueño americano que se veía en las películas del Lejano Oeste, con familias enteras que viajaban desesperadas en carretas a la conquista de un pedazo de tierra que significaba ser protagonistas de un nuevo mundo. Facebook, Google, Amazon, Uber, Microsoft y otro puñado de empresas de base tecnológica, han modificado el modo de producir riqueza y son el nuevo mundo. El lugar al que todos quieren llegar.
Se trata de una nueva categoría, que en Estados Unidos se denomina con el eufemismo de “economía colaborativa”. De modo general, pone a la plataforma como centro y a su alrededor se teje una red con supuestos “iguales” que, en realidad, no son iguales, sino terminales físicas necesarias para la concreción de un negocio. La economía clásica funciona con un capitalista y trabajadores. A su vez, los empleados cobran salario y tienen un salario social (seguro de salud, vacaciones, jubilación, etc.). En fin, derechos. A mayor organización, más derechos y, por lo tanto, mayor igualdad.
Los nuevos capitalistas no tienen capital, tienen conocimiento, crean un valor con su “invento” (la plataforma Uber que conecta usuarios que quieren moverse con propietarios de autos particulares dispuestos a brindar un servicio); el capital financiero aporta los recursos para su desarrollo; y luego vienen las terminales físicas para concretar el negocio -los conductores-. Las consecuencias de esa acción son la necesidad de un rápido monopolio, que se basa en la obtención de datos, y el asesinato de las viejas formas del capital (taxis, remises, etc. en el caso de Uber) para quedarse con un negocio global. Es decir, únicos y en todo el planeta o en la mayor parte posible de territorio. Dentro de ese esquema, los trabajadores pasan a ser socios minoritarios y el salario social desaparece. Resultado: operan sobre un gran mercado, con costos -según las regulaciones de cada región- entre 30 y 50% inferiores a los de sus viejos competidores.
La llegada de Uber a Córdoba -como en la mayoría de las otras 700 ciudades donde funciona- fue sin ningún tipo de vínculo con el Estado local. Simplemente anunció a través de la Web y redes sociales su desembarco, luego miles bajaron la aplicación, ya sea para viajar o para conducir, y el negocio se puso en marcha. El Estado, es, por lo tanto, la propia empresa. No existen regulaciones, leyes u ordenanzas, salvo las propias de su dispositivo. El intendente se puede llamar Ramón Mestre o Martín Llaryora, que tendrá el mismo trato. Esa es una de las caras de la globalización.
Como en la conquista española, donde los invasores tenían fusiles y los aborígenes, lanzas y flechas, Uber tiene una aplicación que posee capacidad de actuar en base a inteligencia artificial cambiando precios según la demanda, tránsito, posibilidad de oferta, etc. Los taxistas y remiseros, simplemente se mueven solos en la jungla de cemento de las ciudades, yendo a “pescar” pasajeros. Algunos son parte de centrales, que previa llamada telefónica de los pasajeros obtienen viajes, pero sin la precisión de la aplicación de Uber. Y los que tienen aplicaciones, cambian el telefonista humano por un programa que ordena los viajes bajo el mismo esquema. Sólo se otorgan por cercanía, no juegan el precio, la demanda, la oferta disponible, el tiempo para llegar, nada. A su vez, al servicio lo brindan muchos y no pocos. Es decir, Uber es más eficaz en términos de uso del capital, por eso presiona al sistema existente y si se queda en el lugar, en poco tiempo, es el dueño de todo. Es simple, el conquistador tiene más tecnología que los habitantes locales.
Su modo de producción es extractivo. Como el de las mineras o petroleras. Cobra con tarjeta de crédito o de débito, deja un porcentaje menor en la cuenta del chofer (25%) y se lleva el resto. En el país, los Estados provinciales y Nacional sólo le podrán cobrar algún que otro impuesto como Ingresos Brutos o IVA. Así, la mayor parte de la torta, alrededor de la mitad de la recaudación, se convierte a dólares, y en segundos ingresa en un banco de algún país extranjero. Esto es, en lugar de petróleo u oro, se llevan recursos obtenidos por trabajadores, comerciantes, empresarios, etc. afuera del país. Con el servicio de transporte actual, con sus déficits de calidad incluidos y problemas de toda índole, el 100% de lo recaudado se queda en Córdoba. Los taxistas y remiseros lo gastan acá. Ahora, con suerte, quedará alrededor del 32, 33% entre choferes, Ingresos Brutos y coparticipación del IVA.
Otro detalle, es que, por el modo de prestación del servicio, es muy complejo interceptarlos. Los inspectores municipales que han sido enviados a ubicarlos van a tener que aguzar el ingenio como nunca antes en sus vidas para tratar de encontrar estos autos. Se van a convertir en una especie de caza-fantasmas. Se podría adelantar un gran fracaso. Quizá el único modo probable de vencer a los fantasmas, sea que las multas que se cobren a los pocos que encuentren, sean tan altas que disuadan a los muchos que quieran entrar al negocio. Es lo que piden los peones de taxis. Pero el cálculo de probabilidades de captura para que una política de ese tipo tenga éxito, debe elevarse: en casi cuatro días de operaciones sólo fue interceptado uno. Según Uber, hay 28 mil conductores dispuestos.
El intendente Mestre dice que son ilegales y presentó un amparo a la Justicia para impedir su funcionamiento. Si en algún momento le dan la razón deberá atravesar muchas instancias, que demandarán mucho tiempo (probablemente años) hasta que un fallo así quede firme. Quizá, el escenario a esa altura, sea uno nuevo, con todo el viejo sistema casi destruido.
Uber es un desafío diferente a los conocidos. Es una especie de gigante en tierra de petisos. Para frenar la propuesta que tiene no es suficiente con la acción de los Estados locales o los taxistas o los remiseros; es probable que se requiera del Estado nacional y leyes nacionales, como la aprobada en California, que impongan regulaciones laborales, impositivas o bancarias para cambiar el modelo de negocio. O como sucede en China o Rusia con Facebook o Google, que, a través de programas informáticos, no los dejan llegar a los dispositivos de los usuarios. Si algo de eso o todo eso no sucede, más temprano que tarde, serán los dueños del mercado.