(Por Luis Juez *). Es posible que todo lo escrito sobre los saqueos no alcance aún a describir la gravedad de la violencia y la dimensión del miedo que vivimos millones de cordobeses en la noche del 3 y madrugada del 4 de Diciembre del 2013. La peor noche de estos últimos treinta años. Pasaron los informes y lloverán excusas pero nada ha de reparar la herida que esos días provocaron en el tejido social.
Las bases. El conflicto policial se veía venir. Hubo avisos, señales, “sentadas” de las mujeres de los agentes, pronunciamientos anónimos en las redes. La fuerza estaba herida de muerte por el narco-escándalo. Se ahondaba el abismo entre la cúpula, “que se enriquece” y los policías, que “le ponen el pecho a las balas” por 4.600 pesos de bolsillo. El acuartelamiento fue la instancia extrema, decidida en un diálogo de sordos y con tufo a extorsión. Es bravo negociar con un fierro sobre la mesa. Con la seguridad no se jode.
El Gobierno no está. Córdoba comenzaba a inquietarse en horas de la tarde. El transporte anunciaba cortes, algunos negocios cerraban sus puertas, rutas desiertas, guardias ausentes… y las calles se impregnaban de un clima enrarecido. Tierra de nadie. Los delincuentes son choros, no sordos. Estaban al tanto que la ciudad seria zona liberada. De la Sota de viaje y Cristina mirando para otro lado. Ninguna voz oficial informaba y se hacía cargo del conflicto. La luz se iba de las edificaciones, la veredas y de las cabezas de los funcionarios del gobierno de la provincia y también de la ciudad. Y como todos saben. Cuando hay silencio hay desconcierto.
El Estado se fue. En horas que el desconcierto ya era miedo asistimos azorados a un hecho demencial: Cuando en Córdoba el Gobernador estaba a 10.000 metros de altura y la presidente no atendía el teléfono, no solo desapareció el gobierno, mucho más grave, desapareció el Estado. Absolutamente ninguna institución oficial, ningún ministro, ningún jefe de nada tomaba una decisión. El Estado había desaparecido. “No se puede pedir la gendarmería por Twitter”, dijeron del gobierno nacional y tristemente la frase describe un escenario desquiciado. Como si fuera poco, la prensa iniciaba la cuenta regresiva sobre el arribo del avión que traía a nadie. De la Sota era nadie. Y Córdoba ya era un caos. El vacío dejado por el Estado se había llenado de motos, caños, escopetas, fierros, rabia, tristeza, sangre y psicosis.
Lo demás ya se conoce. Nunca más, millones de vecinos encerrados en sus casas pueden ser abandonados a la calamidad y la violencia mientras los responsables –gobierno provincial y gobierno nacional- juegan a la política más miserable ante un conflicto que tranquilamente pudo evitarse.
* Luis Juez es diputado nacional de Juntos por el Cambio por la provincia de Córdoba.
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