Mauricio Macri es claramente más de lo que todos parecen creer que es. Sus espadas principales habrán sido sólo CEOs hasta que llegaron al gobierno, pero desde que están en él, han medido a la perfección el grado de gradualidad del ajuste, y más allá de conflictos localizados avanzan con la restauración de un modelo económico aperturista sin obstáculos insalvables. Sobran los ejemplos: la desregulación del mercado aéreo o la desaparición de la Ley de Medios Audiovisuales, son dos de ellos. Serán CEOs, no vendrán de la política, pero han demostrado más astucia que la clase política tradicional, acostumbrada a pactos que ahora ya no tienen vigencia y sin preparación adecuada para la nueva etapa. Su mejor posición estratégica y táctica es tal, que sin poder hacer arrancar la economía, igual puede salir triunfador de las elecciones.
También puede suceder que derriben a una de las últimas máximas de la política argentina del siglo XX: Aquella que decía que para ganar había que golpear con la izquierda, pero para gobernar había que hacerlo con la derecha. Esta vez, el presidente muestra su agenda de derecha. En la última semana puso en la agenda electoral todos los temas que va a intentar ejecutar después de octubre: Desregulación del mercado laboral; reducción de aportes a las obras sociales; reforma previsional con aumento de edad jubilatoria incluida; eliminación de las PASO; mayores grados de apertura económica, que obviamente destrozarán la industrialización sustitutiva de importaciones que tuvo vigencia entre 2003 y 2015; y alineación subordinada y automática con Estados Unidos, como lo demuestra el convenio que frena el desarrollo autónomo del ARSAT 3 y le pone techo a la industria aeroespacial nacional.
El escenario que plantean las encuestas es que el oficialismo nacional podría reunir alrededor del 35 por ciento de los votos, suficiente para ser la primera minoría nacional.
El escenario que plantean las encuestas es que podría reunir alrededor del 35 por ciento de los votos, suficiente para ser la primera minoría nacional. Si los comicios fueran este domingo se quedaría con la Ciudad de Buenos Aires y Mendoza, podría vencer en Córdoba y Santa Fe, y podría ser derrotado en la estratégica provincia de Buenos Aires por Cristina Fernández de Kirchner. También vencería en Jujuy y podría sorprender en otros distritos más pequeños. Jaime Durán Barba es hoy un Messi de las campañas.
Aunque parezca lo contrario, una victoria de Cristina en Buenos Aires le resuelve dos problemas a Macri y su grupo de poder: el peronismo no se va a unir con facilidad detrás del liderazgo de CFK salvo una crisis general o un instante de desesperación política y María Eugenia Vidal quedará metida dentro de los límites del distrito bonaerense.
Aunque parezca lo contrario, una victoria de Cristina en Buenos Aires le resuelve dos problemas a Macri y su grupo de poder: el peronismo no se va a unir con facilidad detrás de su liderazgo salvo una crisis general o un instante de desesperación política y María Eugenia Vidal quedará metida dentro de los límites del distrito bonaerense.
A su vez, el PJ parece haber perdido su vieja e imbatible brújula hacía el poder y hoy se encuentra como la UCR antes de la absorción por parte del PRO allá por 2015: repleto de jefes provinciales, pero sin un líder nacional. Se le suma, que lo que fue una ventaja en otros tiempos, es decir su versatilidad ideológica, para adaptarse a los diferentes liderazgos, ahora lo pone en un aprieto para conservar una fuerza única porque no hay líderes que le aseguren el paraíso, entonces cada tribu juega a salvar lo que tiene. Los únicos que podrían jugar ese papel son Cristina y Sergio Massa, pero en el mano a mano, todo indica que la ex presidenta le ganará el partido de la provincia de Buenos Aires, entonces los jefes distritales -incluido Schiaretti- se encuentran en una encrucijada, a la que van a dar todas las vueltas que puedan hasta que aparezca alguien distinto. Si es que pueden. En ese contexto, serán funcionales al nuevo sistema de poder emergente, sostenido en la internacionalización financiera, la burguesía agraria y los sectores industriales más concentrados y dinámicos de la economía, el famoso 10 por ciento moderno del empresariado, un sector que puede competir en el mundo con condiciones internas en contra y que competirá mejor si el famoso “costo argentino” cae. El problema que aún no tiene respuesta para este bloque de poder, y forma parte de un acertijo histórico, es saber hasta dónde podrán extenderse “los beneficios” de ese modelo. En nuestra historia, nunca fue muy generoso, por eso nacieron y resucitaron permanentemente los movimientos nacionales y populares. De cualquier modo, y a la inversa, tampoco estos, cada vez que accedieron al poder, lograron performances definitorias, que les permitieran establecer una hegemonía en favor de sistemas políticos y económicos más igualitarios.
Está en marcha una cirujía mayor, sólo comparable a la ocurrida durante la década menemista. La diferencia, esta vez, es que la lleva adelante una coalición política de derecha, que no ha tenido necesidad de colonizar a ninguno de los partidos mayoritarios. Deberían tomar nota todos los actores políticos, sociales y sindicales. No es un video-juego, ni spots distribuidos por Facebook los que están en discusión, se trata de las condiciones de acumulación de capital que regirán el próximo ciclo económico y moldearán el sistema político. Lo que fue paridad en el ballotaje de 2015, el gobierno apuesta a desnivelarlo en su favor en las PASO de agosto y las generales de octubre.
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