Todos los caminos parecen conducir en estos días del final del invierno a Roma. La capital italiana es el nombre de la polarización Macri-Cristina. No pasa un día sin que el gobernador Juan Schiaretti no maldiga el vía crucis que le ha tocado en suerte. La lista de Unión por Córdoba (UPC) no sólo perdió por 16 puntos en agosto, sino que puede ser derrotada por una diferencia mayor en las generales del 22 de octubre. Eso es lo que preanuncian las encuestas, pero sobre todo el contexto. Los cordobeses no es que no lo quieran, ni desconozcan su gestión, pero lo consideran una opción inútil para esta disputa. Schiaretti vendría a ser un antibiótico y el paciente necesita un digestivo.
Todos los días llama al ministerio de Ambiente, Saneamiento y Servicios Públicos para ver el estado de cada obra o a Camino de las Sierras para conocer lo que sucede con las rutas en construcción. Visita gasoductos y mantiene a todos los funcionarios en ascuas, esperando llamados telefónicos imprevistos un sábado a la tarde o un lunes a las 7 de la mañana. Pero la gestión es un remedio sin destino frente al enamoramiento. Hace y manda a medir resultados, sin embargo no recibe ni una caricia. Los ministros y los intendentes son los que han recibido ahora el mandato de ponerse la campaña y la movilización de la militancia al hombro. En Córdoba, todos los presidentes de circuitos fueron desplazados a causa de los estrepitosos números de la derrota en la capital. Son los modernos mariscales de las derrota, pero no hay nada peor en política partidaria que el desplante a los cuadros medios, es decir de aquellos que tienen algún peso territorial y son “jefes” en sus zonas. Apenas puedan, se van a mudar de confederación. Es cierto que la derrota fue catastrófica y que alguien tenía que pagar la factura, sin embargo el problema no tiene demasiado que ver con la militancia. Lo único que podría evitar la huida en tropel de esta tropa con algo para dar, es una victoria en octubre, tan improbable como que Susana Giménez se vuelva kirchnerista.
Para colmo, todos los temas llevan en el mismo sentido de la polarización bonaerense: las inversiones, el consumo, la inflación, la reforma impositiva, Venezuela, la desaparición de Santiago Maldonado. Todo.
Dicen fuentes del PJ, que espera con todas sus ganas una derrota de Cristina en Buenos Aires. Comenta a su círculo íntimo que, al menos en ese supuesto, el peronismo deberá ingresar en un proceso reorganizador sin la jefatura de la ex-presidenta y en ese ecosistema el PJ cordobés puede volver a vivir. Al menos, la discusión quedará entre viejos conocidos y Córdoba es un distrito con peso político y económico para imaginar un rol para el futuro.
Sin embargo, los problemas puertas adentro son difíciles de resolver. El ex gobernador José Manuel De la Sota se bajó en su momento de las elecciones, puso una tienda de ropa para hombres en Río Cuarto y se sentó en la puerta del PJ a esperar a los derrotados que se quedarán sin jefe el 22 de octubre por la tarde. Nadie oculta en el Panal que no es el mejor momento de la relación entre ambos amigos. La dificultad mayor del ex gobernador para proyectarse a otro escenario, a pesar de desprenderse de la derrota, pasa por la fragmentación del peronismo nacional si se queda sin liderazgo, lo que lo pondrá nuevamente fronteras adentro de Córdoba. Será una jauría en retirada la del PJ nacional, donde todo el mundo desconfiará de todo el mundo. Habrá que ver si lo reconocen como uno de los suyos con capacidad de conducirlos. Si se diera lo contrario, esto es, que Cristina triunfara en Buenos Aires, una parte se ordenará detrás de ella, y otra intentará jugar sus cartas, pero sabiendo que no habrá poder en el corto plazo. Para prestar testimonio estarán ahí Sergio Massa y Florencio Randazzo. Ese marco es el que menos le conviene a De la Sota.
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