Lautaro tenía 16 años y no tenía la vida por delante. Se murió mientras dormía adentro de una precaria vivienda de madera, chapa y lonas plásticas del asentamiento La Tabla, que se incendió en la mañana del martes 21 de junio, en Córdoba Capital. Además de la suya, en la que vivía con su abuela y otro primo de 13 años, se quemaron completas cinco “viviendas” más de las dieciséis que había en el lugar.
Una persona como él, cuya existencia se encuentra en condición de indigencia –hogares en los que no se puede comprar la Canasta Básica Alimentaria-, vive al día, cómo puede, cómo lo dejan, en el lugar que encuentra. La vida no siempre es la que cuentan en el noticiero o en las series de Netflix.
Desde el paso de la década neoliberal de los ’90 y la irrupción de la desigualdad que generó ese modelo económico, comenzó a circular una definición de los especialistas en infancia y adolescencia que señala que no hay una sola infancia, sino varias. Eso sucede a causa de las condiciones socioeconómicas y culturales en las que nacen, crecen y viven los niños y niñas. Lautaro, que no había nacido todavía cuando vio la luz esta teoría, era uno de esos pibes de “las varias infancias” que siguen naciendo treinta años después y a los que el presente y el futuro se les presenta como una aventura de supervivencia diaria.
Donde murió Lautaro se termina el centro de la ciudad que es capital de una las provincias más ricas del país. Desde donde murió Lautaro hay que caminar unos 500 metros para llegar a la Casa de Gobierno de la provincia o al Mercado Norte, uno de los centros de acopio de alimentos al por mayor. Frente a donde murió Lautaro, por la Costanera y el Puente Sarmiento, pasan, “sin ver” la tragedia cotidiana de los Lautaros, miles de cordobeses todos los días.
En 2022 ya murieron nueve personas por causas relacionadas con el frío, que es un eufemismo para describir la precariedad y las soluciones desesperadas a las que echan mano los que no tienen nada y tienen frío. Elásticos de camas convertidos en peligrosísimas estufas eléctricas, braseros improvisados, hornallas de cocinas encendidas toda la noche y hasta velas. A veces, el único calor es fruto de dormir apretados sobre un mismo colchón.
Según el INDEC, en Córdoba, en el segundo semestre de 2021 –últimos datos disponibles- el 29,2 por ciento de los hogares y el 40,4 por ciento de las personas son pobres. Mientras que en situación de indigencia, como Lautaro, viven el 5,7% de los hogares del Gran Córdoba y el 6,7% de las personas.
En números concretos, 160 mil hogares y 636 mil cordobeses son pobres. Para tener una dimensión de semejante realidad, en la Capital provincial hay más pobres que los habitantes de Río Cuarto y Villa María sumados. En la indigencia se encuentran 31 mil hogares y 117.868 personas. Esos 117.868 son los Lautaros de Córdoba.
Pero esos, son datos del conjunto de la población. Entre los chicos del grupo 0-17 años la situación es peor: El 12,6 por ciento vive en situación de indigencia (el doble que la media), que sumados al 41,4 por ciento que están en situación de pobreza, llegan a 53,4 por ciento del total. Es decir, que en esa franja etarea hay más pobres e indigentes que niños, niñas y adolescentes no pobres (46,6%).
Al observar cuántos indigentes tienen acceso a agua corriente, cloacas y gas natural, el INDEC señala que son apenas el 26,2% del total de ese grupo, que es el 6,1% de los argentinos.
También surge de los informes estadísticos del INDEC, que el 17,9% de nuestros compatriotas en condición de indigencia habita en zonas inundables; y el 13,2% es vecino de basurales. En tanto, hay 220 mil hogares que en sus viviendas tienen materiales precarios “insuficientes” para protegerse del medio natural. Es lo que le sucedía a Lautaro, a su primo y a su abuela Francisca Rivadero.
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Francisca pudo salvar su vida, lo mismo que el primo de 13 años que estaba en la casa de un familiar. La abuela se intoxicó con el humo y tuvo que ser atendida en el Hospital de Urgencias. “Me enteré cuando llegué del hospital. No sé lo que pasó. Mi nieto vendía medias, bolsas de consorcio y últimamente estaba trabajando de limpiavidrios” contó a los medios.
No ha sido la primera tragedia que le toca vivir a esta mujer: “Hace un par de años, mi abuela vivía en condiciones parecidas en una casilla de madera en barrio Pueyrredón y por un tema de electricidad, también se le prendió fuego y falleció otra prima”, recordó una familiar que habló con la televisión.
Lautaro había dejado el colegio y como contó su abuela Francisca, trabajaba limpiando vidrios junto a un primo en la esquina del puente Sarmiento, frente al Hospital de Urgencias.
Cuentan los vecinos que el lunes a la noche había estaba reunido con un amigo y que luego se fue a dormir. Al parecer, para calentarse, el joven habría utilizado un ladrillo con una resistencia que, por motivos que se deberán establecer, terminó desatando el incendio.
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