Antes de convertirse en uno de los autores más vendidos del mundo, Stephen King trabajaba de conserje en un instituto educativo. Mientras limpiaba el baño de mujeres, se imaginó una de las escenas de Carrie, su primera novela, que se publicó en 1974, vendió millones de ejemplares y se convirtió en un clásico del cine de terror. Hoy, con más de sesenta títulos y siendo best seller en casi todo el mundo puede decirse que el norteamericano vive de su profesión.
Sin embargo, esa historia no se repite con todos los escritores y escritoras. Menos en Argentina, donde muy pocos logran que la venta de sus libros sea su ingreso principal. Algunos completan sus mensualidades con trabajos cercanos a la literatura, como dictar talleres, corregir textos, ser profesores universitarios o ejercer el periodismo. En cambio, otros mantienen laburos alejados por completo de la máquina de escribir.
¿La escritura es un trabajo rentable? ¿Hay mercado suficiente para la cantidad de producción? Para indagar acerca de la situación de la industria editorial y sobre las posibilidades económicas del oficio, ENREDACCIÓN conversó con los autores nacionales Kike Ferrari, Gloria Casañas, Valentina Vidal, Ana Moglia y Félix Bruzzone. También, entrevistó a Juan Manuel Pampin de la Cámara Argentina del libro (CAL).
LA VIDA REAL
En 2012, Kike Ferrari (50) ganó el premio a la Mejor Ópera Prima Criminal en la Semana Negra de Gijón por su novela Que de lejos parecen moscas. Un año después entró como empleado de la línea C de subtes de la ciudad de Buenos Aires. Desde aquel agosto, de 8 a 14, seis días de la semana están destinados a limpiar la estación, el resto se reparten entre cuidar a sus hijos y escribir. “El subte me garantiza el pago del alquiler, la comida, una obra social y días pagos por enfermedad, cosas que no me lo garantizan los libros. Si la literatura me diera las 150 lucas mensuales ($150 mil) que me ofrece el subte probablemente lo dejaría y me dedicaría full time. Pero parece no estar sucediendo”, comenta en medio de una mudanza.
Valentina Vidal (52) pasó cinco años escribiendo Fuerza Magnética, la que sería su primera novela. Mientras se aboca a su segundo libro, mantiene su trabajo como administrativa en un hotel y un restaurant, nueve horas de lunes a viernes y confiesa que en su caso, mantenerse con la literatura está muy lejos. “Es difícil vivir en general con la situación económica del país. Por la manera en que está planteada la literatura en Argentina cuesta demasiado, porque no te pagan todo lo que hacés, mucho es por amor al oficio, pero no implica una ganancia monetaria. El arte en general esta devaluado a nivel financiero”, sostiene por teléfono un día sábado.
Durante quince años, Félix Bruzzone (45) limpió piletas, antes fue maestro de grado, ahora dicta talleres de escritura y da clases en la en la Universidad Nacional de las Artes. Aunque con la pandemia se alejó por completo del oficio de piletero, asegura que no vive de la venta de sus libros y los ingresos que le generan aportan muy poco al total. “Siempre tenés que tener otro trabajo que banque el día a día, que sabés que te va a dar una cantidad por mes”, asegura y continúa: “Es una idea un poco loca pensar que, en un mercado editorial tan chiquito como el de Argentina, pueda haber muchos escritores que vivan de escribir. Cualquier libro que uno publica vende con muchísima suerte tres mil ejemplares. Tendrías que escribir un libro cada dos meses para que sirva de algo. No hay mercado para eso, no conozco ninguno autor que pueda”.
EXISTENCIAS PARALELAS
Gloria Casañas (57) es una de las autoras más leídas del género novela histórica romántica en el país. Sin embargo, con trece libros publicados desde 2008, no se planteó renunciar a sus horas frente a la cátedra de Historia del Derecho Argentino en la UCA. “Son dos actividades por las que siento la misma pasión. Cuando enseño estoy tan absorta en lo que hago como cuando escribo. Además, tampoco es que planifiqué ahora me voy a dedicar a la literatura, para mí era natural escribir. Si bien hubo un cambio a partir de publicar, porque no es lo mismo que te lean a que no te lea nadie, no implicó una diferencia en la labor, era algo que ya hacía y que había hecho paralelamente a todo, a los estudios o a cualquier otra actividad”, cuenta quien da clases hace veinticinco años y escribe desde su infancia.
Ana Moglia (52) también es docente y está acostumbrada a realizar dos actividades a la par. Ella vive en Río Cuarto, donde es directora del Colegio ítalo-argentino Dante Aligheri. Cuenta que no renuncia a su cargo porque asegura que vivir de la literatura todavía no le es posible, aunque no lo descarta. “Además, me pasa que son treinta años de docencia, tampoco los puedo tirar así no más”, le dice a ENREDACCIÓN.
La imposibilidad económica es un escenario compartido entre los escritores, sin embargo además hay un arraigo creativo a la existencia como un ciudadano cualquiera. “No sé si es tan productivo dedicarse solo a escribir como si una estuviera en una torre de marfil, porque la vida enseña y vivirla es fuente de inspiración. Tener otras actividades, aunque no sea la principal, enriquece”, sostiene Casañas.
Por ejemplo a Bruzzone, el mundo de las piletas le brindó material para Piletas y Barrefondo, que fue adaptada al cine. A Vidal le pasó algo similar, sitúo Fuerza magnética en una clínica privada de salud, un lugar donde ella trabajó por varios años y su nueva novela también se desarrolla en un ámbito laboral. “Me gustaría vivir de la literatura, pero me gusta mantener un pie en otro lado. Por mí personalidad, por la autopresión que me hago, si empiezo a estresar a la escritura, tengo miedo de anularla. Necesito aunque sea una pata chiquita en otro lado para que se libere y sea fluido”, expresa la autora.
ASIMETRÍAS
Los recorridos hasta llegar a un editorial y la relación que se establece, depende de cada escritor y de cada empresa. Sin embargo, a la hora del firmar los contratos se manifiesta cierta asimetría entre las partes. La mayoría de los autores cobra un porcentaje de las ventas y el desembolso es cada seis meses, sumado a que una metodología habitual de algunas compañías es deducir de las primeras ventas el adelanto otorgado al momento de la firma. Además, no se les cubre el monotributo ni se les paga una obra social. Incluso, algunos consideran que hay tiempos que implica la escritura que no están contemplados en el cobro.
En el discurso inaugural de la Feria del Libro que brindó Guillermo Saccomanno, el escritor denunció la situación: “Nuestra relación con los editores es siempre despareja. Nos sentamos en desventaja a ofrecer nuestra sangre, no otra cosa es la tinta. El editor es propietario de un banco de sangre compuesto por un arsenal de títulos publicados siempre en condiciones desfavorables para quienes terminan donando prácticamente su obra”. En ese sentido, también expresó refiriéndose a la Feria: “Es representativa de una manera de entender la cultura como comercio en la que el autor, que es el actor principal del libro, como creador, cobra apenas el 10% del precio de tapa de un ejemplar”.
Por otra parte, la industria editorial atraviesa una crisis que repercute en la cantidad de publicaciones. Según los últimos datos publicados por la Cámara Argentina del Libro, en 2021 se editaron 23.149 novedades en papel, que significaron un total de 43.602.175 ejemplares. Estos números representan un aumento del 69% respecto del año pasado, retrotrayendo la producción a valores similares a los declarados en la primera tirada para 2018. Sin embargo, muestran una caída del 47% respecto del 2015, año en que se inicia el proceso de contracción de la tirada y en el cual se registraron aproximadamente 83 millones de libros.
“Con la pandemia entre nosotros, 2020 fue un año que no vamos a olvidar, un año en el que la producción y venta de libros tocaron su piso histórico”, citó La Nación a Ariel Granica, presidente de la Fundación El Libro (FEL). El sector espera que con la edición presencial de la Feria del Libro de este año, los números mejoren, ya que el cierre de actividades por la cuarentena ese año coincidió con la temporada alta para el rubro.
Este panorama afecta la decisión de las grandes editoriales de publicar novedades. En la misma nota del diario porteño habló Ignacio Iraola, director editorial del Grupo Planeta para Cono Sur, quien señaló que en 2019 lanzaron cerca de 340 títulos, mientras que en 2021, menos de doscientos. “La pandemia nos obligó a ser más creativos y a tener mejor ojo”, expresó.
En contraposición, al ser consultado por ENREDACCIÓN, Pampin, vicepresidente de la CAL sostuvo: “Las editoriales pymes argentinas tendemos a ser semilleros de las grandes editoriales, que luego son grandes descubridoras de segundos y terceros libros, porque “te los roban” con jugosos anticipos que vos no podés emparejar. Entonces, ellos en vez de arriesgar con un autor nuevo, prefieren que un sello más pequeño los descubra y luego se los llevan vía un anticipo o algo por estilo”.
No obstante, según Pampin los editores no necesariamente dejan de sacar novedades pero hacen tiradas más pequeñas. “La cantidad que más se repite es entre 800 y 1000 ejemplares. Argentina tiene de 1000 a 1200 librerías, es decir que con estas tiradas más pequeñas cubrirías con un libro por local”, comentó desde la Feria del Libro.
Si bien en Argentina se lee parece que no lo suficiente para darle dinamismo al sector. La Encuesta Nacional de Consumos Culturales de 2017 indica que la lectura viene en descenso. En 2013 más de la mitad de los argentinos leía al menos un libro y en cuatro años ese porcentaje cayó del 57% al 44%. El resto de la población directamente no lee, algunos lo hacían, pero perdieron el interés, según pública el estudio.
Además, las condiciones económicas estructurales del país impactan en el poder adquisitivo y la capacidad de compra. Durante la pandemia, los seguidores de Casañas le comentaron que, como no podían pagar por nuevos libros, releían los que ya tenían en sus bibliotecas. “Estar pensando si se pueden imprimir tantos ejemplares o si se venderá lo que se espera, son cosas que ya forman parte del folclore nacional. Hoy una tirada de doce mil ejemplares es mucho, antes, entre quince y veinte mil era normal. También hay variaciones en eso de acuerdo al país”, explica quien empezó a publicar recomendada por las integrantes de un foro de novela romántica.
Inclusive, en su discurso del 29 de abril, Saccomanno planteó: “En medio de esta crisis económica que depreda nuestro país, ¿quiénes son los lectores que llegan al libro sino los de una clase media pauperizada siempre y cuando no gasten demasiado en la gaseosa y los panchos?”.
En ese sentido, Bruzzone sostiene: “Las cosas están dadas así porque no hay un mercado de lectores, gente que lea y compre libros acorde a la cantidad de escritura y de editoriales. Entonces, el que termina perdiendo es el escritor, es el que la tiene más difícil porque es el que intenta ganar plata con esto. Me parece importante que el Estado intervenga”.
Según el último informe de la CAL las ventas institucionales y las ediciones de instituciones públicas jugaron un papel fundamental. “En este caso las ventas comerciales al Ministerio de Educación representaron un 22% de los ejemplares declarados, un 8% de los ejemplares fueron ediciones propias de los ministerios y un 12% vinculado al sector religioso. Sumando todos estos sectores, el segmento representa el 42% de los ejemplares”, indica el documento. “Celebramos las compras estatales. Somos una economía de tercer y hasta cuarto orden, primero pagas el alquiler, la comida, después recién al ocio y a la cultura. Por eso, el Estado termina siendo un dinamizador importante del sector”, explicó Pampin.
Otra tendencia del último tiempo es la aparición de pequeñas firmas editoriales, generalmente ligadas a la autoedición, es decir que son los propios escritores quienes editan sus materiales. Esta modalidad, de acuerdo al informe de la CAL, alcanzó el 14% del total de ejemplares editados, con tiradas de entre 100 y 300 unidades. Para comparar, el sector comercial sumó el 38% de las publicaciones.
A pesar de la asimetría en la relación y de las dificultades del sector, publicar con las grandes editoriales inclina favorablemente la ecuación. Por ejemplo, en el caso de Ferrari, De lejos parecen moscas fue publicada por primera vez en 2011, bajo un sello independiente, y en siete años vendió mil ejemplares, cuando la novela fue tomada por Alfaguara, enseguida agotó dos ediciones y fue publicada en distintos países.
Los primeros libros de Moglia fueron publicados por una editorial cordobesa, hace dos años un sello internacional reditó La ruta de los sueños y hará lo mismo con Después de la tormenta. “Es un camino lento, para personas con paciencia y muy perseverantes. El arrebato no te lleva a ningún lado, hay que aprender a esperar si querés llegar”, aconseja.
Así como el paso a los sellos internacionales, la venta de los derechos para proyectos audiovisuales y las traducciones representan una ventaja económica para los autores.
MIRANDO EL RELOJ
Sin horarios fijos para sentarse frente al teclado, los escritores que hablaron con ENREDACCIÓN, coinciden en que es necesario optimizar el tiempo para hacerlo rendir entre la multiplicidad de actividades diarias. Además de los laburos, también están las casas y sus familias.
Ana Moglia asegura que es muy disciplinada con su agenda, aprendió a hacer efectivos los momentos disponibles y a poner límites. Su horario de ingreso a la escuela es las 7:15 de la mañana, por lo que a las tardecitas se dedica a sus historias, “pero nunca me quedo de madrugada escribiendo. Tampoco escribiría las veinticuatro horas porque la cabeza tiene que descansar. En otros libros, me he levantado a las 5.30 para escribir antes de ir a trabajar, ahora después de superar un cáncer y el Covid 19, ya no, prefiero no perderme de los cosas simples, como ir al club con mis hijos”, dice.
A las 14, Kike Ferrari sale de trabajar y media hora después ya está escribiendo, generalmente hasta las 17, que va a buscar a sus hijos al colegio. Sin embargo, esa rutina no es estática, varía de acuerdo al momento de producción. “Cuando los textos están arrancado o son más breves, uso ese rato de la tarde, pero sí estoy muy avanzado o metido en novela, escribo en todo momento, termino de preparar la cena o tengo un rato de descanso en el trabajo y escribo. Entro en un modo monomaníaco, de escribir todo el tiempo”, revela quien es autor de Todos nosotros y Lo que no fue.
Valentina confiesa que en vacaciones, cuando goza de más tiempo libre, no puede dedicarse a la escritura porque se dispersa. Al estar acostumbrada a jornadas extensas de trabajo, aprovecha al máximo el tiempo disponible de su jornada para no perder la temperatura del texto. Por estos días, el despertador le suena a las 5 am para avanzar en su nueva novela: “A esa hora la cabeza está más despejada, no te atosigan las redes sociales ni los mensajes. Escribir todos los días es muy difícil, a veces llego muerta, más si estuve con la cabeza metida en un Excel todo el día, a veces esa transición no es tan sencilla”.
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