Si buscamos en cualquier manual o documento político, vamos a encontrar que la mayoría de los autores coinciden en enumerar como principios claves de la buena gobernanza, los siguientes: 1) Transparencia: (Acceso abierto a la información y procesos claros). 2) Rendición de cuentas. 3) Participación ciudadana: (La ciudadanía es el centro y participa activamente en los procesos de toma de decisiones). 4) Capacidad de respuestas. 5) Equidad e Inclusión: (Se garantiza la igualdad de oportunidades y la inclusión de todos los grupos, especialmente de los vulnerables). 6) Eficiencia y Eficacia: (Los procesos son optimizados para logar los objetivos estratégicos con los menores recursos posibles). 7) Legalidad y ética: (las acciones se basan en el Estado de derecho, evitando la corrupción y garantizando un comportamiento ético). Aunque con esto basta y sobra, no está demás enumerar las practicas asociadas como: la revisión y modernización de los procesos, la gestión de riesgos y los mecanismos de control y evaluación. Las auditorías internas y externas, para garantizar que los recursos asignados y la ejecución de los mismos sea el resultado planificado. Nada nuevo bajo el sol. Es lógica pura.
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Particularmente tengo la triste convicción que muy poco, casi nada de esto se cumple. Está presente en lo discursivo, pero ausente en la práctica. No pretendo dar aquí mi opinión al respeto, siempre sostuve que esas prácticas rara vez existían. Pero sería saludable que lo expuesto actué como un disparador de un debate que, en términos generales, no está presente en la sociedad. ¿Será indiferencia, será hartazgo, será resignación? ¿Sera incredulidad ante tantas promesas incumplidas? ¿desconfianza ante tanto funcionario corrupto? Tal vez un poco de cada cosa.
La cuestión es que estamos cursando ya un cuarto del actual siglo, y vamos de mal en peor. Funcionarios que, viviendo toda la vida de la función pública, jamás podrían haber almacenado fortunas, sin embargo, es fácil comprobar que lo han hecho. Dirigentes que quieren vivir como empresarios exitosos o de los “otros” y terminan siendo solo políticos ambiciosos. La corrupción encubierta o deliberada es el símbolo de la política de las últimas décadas.
Es evidente el incumplimiento de los principios mencionados al comienzo. De lo contrario no tendríamos un país tan desigual, ni el 55 % de pobres estructurales, y tantísimos políticos millonarios. Jamás cometería la torpeza de tener un discurso anti política. Al contrario, reivindicarla es precisamente marcar lo malo y lo bueno de cada gestión. Si frente a los estropicios que hacen algunos incompetentes e ineficaces, a las prácticas corruptas de otros, y la indiferencia de los insensibles, miramos para otro lado, seriamos cómplices de los responsables de esta tragedia política.
Convoco a los lectores a realizar con la mayor objetividad posible, un ejercicio de memoria para valorar y evaluar en qué medida las prácticas de la buena gobernanza fueron o son efectivamente cumplidas por nuestros funcionarios en cada uno de sus cargos o gestiones. Seguramente encontraremos que muchos lo han hecho, pero tengo la convicción que la enorme mayoría no. De lo contrario una minoría incumplidora prontamente seria puesta en evidencia. Y la cuestión no tiene que ver con lo partidario. La falta de cumplimiento de los principios rectores de un buen gobierno es transversal a los desorientados partidos políticos que, en medio de la profunda crisis que atraviesan, pugnan para sobrevivir de la extinción definitiva.
Hubo en nuestra historia contemporánea varios ejemplos a ser imitados. Uno de ellos fue Arturo Illia, quizás el exponente más interesante de la desaparecida social democracia argentina, pensamiento político que abrazó y mantuvo como principio inspirador de esa buena gobernanza. Su legado quedará en la historia, lástima que no se imite ni se exija igual comportamiento. A los buenos y honestos se los recuerda poco. No vaya a ser que se nos ocurra pedirles que sean como ellos. Honestidad, sensibilidad social, eficiencia y eficacia, respeto por las instituciones, apego a la ley, solo palabras utilizadas en los discursos, y pocas veces ejercidas en la práctica.
¿Cuántas veces se convocó a la ciudadanía dándole una participación activa en la toma de decisiones centrales?: Plebiscito, Referéndum, iniciativa popular, consulta popular. Cuesta recordar ¿verdad? Solo hubo dos, una con buena intención: Alfonsín llama a plebiscito no vinculante por el conflicto del Beagle con un mensaje claro. El 82% de los votantes eligieron la paz. Y la otra, oportunista, demagógica que destruyo el sistema bicameral en Córdoba, bajo la falsa consigna de ahorrar dinero (que no ocurrió). Antes se gastaba en representantes elegidos por el pueblo, ahora en ñoquis rentados, en empleados truchos, ¿les suena? ¿Y las auditorias? ¿Y la transparencia? ¿Y la rendición de cuentas? ¿Y el origen de los fondos para las campañas? ¿Acaso le reprochamos a los ejecutivos cuando, con el dinero de todos promocionan su propia figura? “Gestión fulano o fulana de tal”.
Enferma tanto cinismo. ¿Acaso cuestionamos los estados elefantiásicos y dimensionados en extremo? ¿y los escandalosos gastos de la propaganda y publicidad? En fin…las prácticas de la buena gobernanza, en Argentina perdieron por goleada contra los intereses espurios, la corrupción, la demagogia y el apego al poder a cualquier precio.
* Griselda Baldata, diputada nacional (MC).
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