(Por Máximo Brizuela*). En la vida gremial, política e incluso en las visiones sobre el mundo, existen matices. Pero hay decisiones que resultan, sencillamente, inentendibles. Un ejemplo claro es la privatización parcial de Nucleoeléctrica Argentina S.A., impulsada por el gobierno nacional.

Después de desfinanciar la empresa —junto a otras del sector como CONUAR y Dioxitek— durante dos años, y aun así lograr superávit. Después de ningunear a sus trabajadores, ajustando sus ingresos y provocando que muchos jóvenes abandonaran la empresa, perdiéndose así mano de obra altamente calificada, fruto de años de formación. Después de todo eso, hoy estamos a las puertas de regalar a manos privadas un negocio estratégico a precio irrisorio.
Pero más allá del valor monetario, lo verdaderamente grave es lo que el Estado argentino está dispuesto a desprenderse.
Es importante reafirmarlo con claridad: Nucleoeléctrica Argentina siempre fue superavitaria. Incluso si no lo fuera, eso no le quitaría su valor estratégico para los intereses nacionales. Sin embargo, el gobierno ni siquiera puede ampararse en ese argumento, porque simplemente no aplica.
La privatización de NASA significa ceder soberanía energética. Significa deshacernos del ingenio nacional que llevó al país a desarrollar el CAREM, el primer reactor modular de baja potencia, cuya finalización fue paralizada por decisión del actual gobierno.
Durante décadas nos hicieron creer que todo lo que venía de nuestro país era de menor valor. Pero el conocimiento argentino, representado por trabajadoras y trabajadores de este sector, es reconocido en todo el mundo. Y esto no es un discurso para enaltecer y caer simpáticos. Es una realidad tangible: se ve en la labor diaria, en el funcionamiento riguroso de una planta nuclear, en las tareas complejas que se ejecutan en cada parada programada.
En 2023, por ejemplo, esos mismos trabajadores lograron ahorrarle a la empresa más de 1.000 millones de dólares y cuatro años de trabajo, gracias a una reparación compleja que realizaron con una metodología innovadora, pensada y ejecutada íntegramente en el país. Una solución que ni la empresa alemana Siemens, diseñadora y constructora del reactor, pudo ofrecer. No hay antecedentes similares en el mundo.
Estamos hablando de trabajadores que cuidan su empresa y los intereses del país, que sienten como propias las centrales nucleares de NA-SA, porque lo son: son de todos los argentinos que, desde hace más de 70 años, vienen sosteniendo y desarrollando el proyecto nuclear nacional.
Si queremos que nuestro país salga adelante, debemos amar la patria en lo profundo, desde lo pequeño, con empatía hacia el que más lo necesita, pero también con compromiso hacia nuestra historia, nuestra ciencia, nuestro desarrollo y todo lo que hace a nuestra soberanía.
Porque soberanía no es una consigna vacía: es poder decidir por nosotros mismos, manejar los hilos de nuestro destino, y trabajar sabiendo que nuestro esfuerzo responde al bien común y a los intereses de la Nación.
* Por Máximo Brizuela, secretario General del Sindicato Regional de Luz y Fuerza (SiReLyF).
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