Si alguien me hubiera dicho que la era de la política en las redes sociales iba a ser tan aburrida, hubiera pedido los auxilios de un chamán para detener el tiempo. Ni una polémica ha recorrido redes y medios hasta hoy. No hay actos públicos con “algo” de gente. Todos son carmelitas descalzas. Todos se tratan con la consideración de los diplomáticos o de los reyes entre sí, aunque minutos antes hayan asesinado al hermano de uno de ellos. Los políticos tienen menos audiencia que la kermes de los sábados de Les Luthiers. Es el reino perfecto de los Durán Barba. Todos se comunican directamente con los votantes, pero en lugar de que sea un diálogo sin intermediarios, “cara a cara”, es una comunicación unicanal, de candidato a votante, sin contenidos, más autoritario que antes, porque no hay debate ni discusión. Nadie argumenta, todos ponen “Me Gusta”, caritas, o no hacen nada. Sólo se vuelven virales las apelaciones emocionales. Y sin duda, en ese canal, el hit de la campaña es el pollero macrista. No hay un sólo posteo que siquiera represente el 10% de ese en Facebook.
En 1999 a Fernando De la Rúa se lo cuestionaba por aburrido. Era tan extendida esa idea, que el candidato salió con uno de los spots más bizarros y, a la vez, efectivos de una campaña electoral: Dicen que soy aburrido… Obviamente que en esta columna no está en discusión el resultado de la gestión, sino lo que se hace y dice en campaña.
No se trata de un asunto entre viejos y nuevos, entre los más 50 y los menos 30 años. La cuestión es si hay discusión pública o no. Y no la hay. Héctor Baldassi no define nada, salvo acompañar los dichos del presidente, tocar timbre, abrazar gente y dar un mensaje de paz social como si la sociedad, la economía y la cultura fueran una Navidad permanente. Martín Llaryora recién el sábado cuestionó con la suavidad de un diplomático inglés la política económica del gobierno nacional, y ayer ensayó una frase que sale de ese libreto: “Funden los tambos, cierran las empresas lácteas y tenemos la leche más cara del mundo”. Todo indica que necesita endurecer su discurso, sin embargo habrá que ver hasta donde llega. El gobernador, Juan Schiaretti, que nunca fue el más afecto a declaraciones fuertes, sino a mensajes “organizadores”, se mueve como pez en el agua en este tipo de campaña “suave”. Mientras que los opositores a los modelos “macrista” y “cordobesista” nadan en la indiferencia social porque todavía no han podido instalar (que se hable) ningún tema, ni propuesta, ni denuncia.
No se trata de un asunto entre viejos y nuevos, entre los más 50 y los menos 30 años. La cuestión es si hay discusión pública o no. Y la verdad, es que no hay.
Lo llamativo es que la dirigencia política y económica no toma nota del absurdo en el que se encuentra. Si se subordina del modo en que lo hace a este sistema de hacer política sin debate, es tan marioneta como los ciudadanos que no demandan otra realidad. Su existencia depende de sí misma, no sólo de la demanda electoral. Porque vale aclararlo, la política no es un mercado. La política es el espacio colectivo donde la sociedad expresa y debate sus demandas e ideas y el político es el actor de ese escenario. Por eso hay ideología y por eso, aunque no aparezca en el debate político previo o post-elección, al momento de las soluciones, hay soluciones con ideas de derecha, centro o izquierda. Lo del ARSAT-3 es eso: Cristina Fernández impulsó una industrial satelital y Mauricio Macri lleva adelante una política que convierte al proyecto ARSAT en proveedor de servicios satelitales. La decisión tiene consecuencias en política, economía, educación y cultura. Hasta ahora se escucharon voces describiendo uno y otro planteo, pero no construyendo una idea sobre lo qué debería ser.
No decir nada es convertirse en gerente de la economía y el mercado en el plano de las instituciones. La clase política parece marchar mansamente a la horca y ni siquiera hace un chiste sobre su situación.
No decir nada es convertirse en gerente de la economía y el mercado en el plano de las instituciones. La clase política parece marchar mansamente a la horca y ni siquiera hace un chiste sobre su situación.
Por cierto, cabe otra aclaración: no es culpa de las redes sociales. En las redes también se puede debatir. No es sólo una cuestión del “cara a cara” o de las declaraciones en los medios. Tiene que ver con la voluntad de hacerlo o no hacerlo. El debate potencia el desafío. Sin debate la sociedad se vuelve superficial. Obviamente, que el control social es más fácil con una sociedad que no haga preguntas relevantes.
Hay un viejo dicho del deporte del boxeo que permite analizar el cuadro en el que se encuentra la campaña: “Para ganar el título en el Madison Square Garden (en Nueva York) frente a un boxeador estadounidense, hay que ganar por nocaut”. Que significa llevado a la política: Que el que quiere destronar a un oficialismo (municipal, provincial o nacional) tiene que arriesgar y “voltear” a su contrincante. Hoy se da la paradoja que Macri pone en agenda temas que antes hubieran sido capaces de hundir un proyecto político, como las reformas laboral o previsional, y la oposición -de todos los signos- no los ha convertido en hechos políticos. Por cierto, la sabiduría popular tiene una de cal y otra de arena. Por ese motivo, en este caso, cabe otro dicho, que proviene del espacio de las carreras de caballos: “Caballo que alcanza, ganar quiere”. Macri detectó que puede ganar.
Durán Barba insiste con comunicarse con el 80% de la sociedad que no habla de política. La pregunta es porqué el otro 20% patalea tan poco. Hasta la ex presidenta Cristina Fernández apela ahora a la voz de los ciudadanos como estrategia electoral. Es la colonización intelectual del pensamiento nacional y popular por parte de la derecha política. ¿O acaso alguien confirmó teóricamente que sin debates y conflictos los países y las personas son mejores y más felices?
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