A la escuela primaria provincial Antártida Argentina, en la zona noreste de la ciudad de Córdoba, asisten 370 alumnos que principalmente pertenecen a las comunidades gitana, boliviana y peruana, en su mayoría hijos de trabajadores del cinturón devenido en islote verde cordobés que alimenta el mercado de abasto.
Se trata de “una población con altos índices de vulnerabilidad, que en su gran mayoría recibe alimentación del Estado”, escribieron, en las primeras líneas del proyecto El Cine va a la Escuela, Pablo Baur y Daniela Bernárdez.
En los fundamentos, sostenían: “Uno de los grandes cometidos que la escuela debería fomentar es dar a ver el mundo a los alumnos, hacerlos capaces de mirar, ver y disfrutar con la realidad, su realidad u otras realidades. Y tal cometido es especialmente importante en aquellos lugares degradados en los que nada es amable. Porque una transformación de la mirada a través del cine la hará, cuanto menos, más habitable”.
Con ese propósito, se puso en marcha la construcción de una verdadera sala de cine, que tuviera una pantalla gigante, 50 butacas, piso de goma, proyector y sonido de alta calidad en un espacio de la escuela de barrio Los Pinos. Una experiencia de pedagogía a través del cine, destinada a los estudiantes, sus familias, las demás escuelas de la zona y la comunidad.
Pero el proyecto quedó trunco cuando el 20 de julio pasado el cineasta, documentalista y docente Pablo Baur murió de un paro cardíaco mientras paseaba en bicicleta. Pablo tenía 53 años, decenas de producciones audiovisuales –entre ellas, los filmes Los pasos de Antonio (2007) y La Perla, a propósito del campo (2016)– y varias iniciativas de pedagogía a través del cine. En la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), coordinó junto al realizador Federico Robles el curso de posgrado Teoría y práctica del documental.
Entre sus sueños inconclusos, quedó El Cine va la Escuela, emprendido desde las horas de jornada extendida en la escuela Antártida Argentina, donde con sus estudiantes también producía los Minutos Lumière, micros filmados con cámara fija y una sola toma como en tiempos de los padres del cine, y cortos documentales sobre los oficios presentes en el contexto social de la escuela.
Hoy, Daniela y Franca Pratto –quien lo reemplaza en ese espacio– con la ayuda de Robles y Alejandra Restagno, compañera de Pablo y docente de la FCC-UNC, y el renovado apoyo de la dirección de la escuela, están cerca de trocar el sueño en realidad. Pero necesitan ayuda, porque como desde el principio “todo se hace a pulmón”.
“En la escuela están felices y el proyecto de Pablo siempre tuvo el visto bueno. El problema es que no hay dinero, porque la escuela es pobre, la comunidad es muy postergada y el Ministerio de Educación no tiene recursos para sostener una experiencia de cine en la escuela. Entonces, esto empezó como una quijotada de él, que con sus propias manos se puso a tirar las paredes de durlock, juntó los recursos y comenzó a gestionar el apoyo del Polo Audiovisual Córdoba”, cuenta Alejandra.
Eso se concretaría en la donación de 33 butacas de un antiguo cine y un equipo de sonido profesional. Además, el Polo aportará la filmografía para alimentar una programación con la impronta que Baur pretendía darle: “Él quería programar cine de autor, alternativo y con una mirada que hiciera pensar –señala Restagno–. Pablo consideraba que desde la escuela se podía fomentar esa mirada sobre la realidad, lo que sucede a su alrededor y sobre los otros, y al mismo tiempo salirse un poco de las lógicas disciplinarias del aula”.
* Este artículo fue publicado por “Qué Portal” de la Facultad de Ciencias de la Comunicación.