El siglo XXI esta cruzado por este debate. Lula, condenado; Cristina Fernández de Kirchner, procesada múltiple; Rafael Correa, con orden de captura internacional; y Pedro Kuczynski, obligado a renunciar. Mientras que Venezuela y Nicaragua se encuentran en estado de guerra interna. Son ejemplos de un mismo modelo que ha fracasado.
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El falso progresismo se define por un doble discurso. Por un lado, políticas de defensa de derechos humanos, de género, de igualdad social y por el otro, acciones gubernamentales de obscena corrupción.
Y debe saberse que la corrupción es incompatible con los derechos humanos. Que no existe ninguna posibilidad técnica de lograr igualdad social o justicia distributiva en contexto de alta corrupción.
Basta ver los índices de Gini de Argentina y Brasil posteriores a la Década progresista, que muestran la más injusta distribución del Ingreso.
La Resolución 1/18 de Bogotá de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha declarado que la lucha contra la corrupción es prioridad en la agenda de Derechos Humanos de las Américas.
En la Argentina, el 82% de la sociedad tienen escasa, baja o nula confianza en la Justicia. Y esa desconfianza social en la Justicia está causada por la impunidad de la corrupción.
En el falso progresismo se utilizan políticamente nobles consignas para descalificar y condenar al adversario político. Esto sucedió en la Argentina de la última década con los Derechos Humanos. De allí viene su hoy debilitada credibilidad .
En la Argentina, el 82% de la sociedad tienen escasa, baja o nula confianza en la Justicia. Y esa desconfianza social en la Justicia está causada por la impunidad de la corrupción.
EL NEOFACISMO
El neofascismo, por su parte, defiende valores como la nacionalidad, la seguridad ciudadana y la mano dura contra el delito. Es una posición política que parte del desencanto de una sociedad con la Democracia y sobre todo con el elitismo de una clase política anclada en el ejercicio del poder.
Al neofacismo no le molesta tanto la corrupción, sino el hecho de que sean los poderosos de siempre los que se benefician con ella.
En el fondo del neofascismo está la homofobia, la xenofobia y el antisemitismo.
Jair Bolsonaro representa y expresa un orden conservador y autoritario que aparece en Brasil como reacción y respuesta a los fracasos del falso progresismo.
Jair Bolsonaro representa y expresa un orden conservador y autoritario que aparece en Brasil como reacción y respuesta a los fracasos del falso progresismo.
EL RIESGO DEL NEOFACISMO EN ARGENTINA
Entre Brasil y Argentina existen muchas similitudes. Una historia compartida, una vecindad, economías complementarias y sobre todo un respeto cordial entre los pueblos.
Hoy estamos sometidos al mismo espanto de una altísima corrupción en los dos modelos de poder “progresistas”.
La impunidad de la corrupción de la clase política, de la clase empresarial y de la clase sindical ha sido la causa principal del éxito de Bolsonaro en Brasil.
En Argentina existe un cortafuego social que es el peronismo con su capacidad histórica para absorber todos los reclamos sociales.
Esto no es necesariamente bueno, porque si el peronismo llega a traducir y a encarnar a un neofascismo al estilo Bolsonaro, estaremos los argentinos nuevamente atrasando la historia.
Lampedusa en El Gatopardo define la peor situación en que puede estar una sociedad. “Que algo cambie para que todo siga igual”. Ese es el mensaje que el príncipe Fabrizio le da a su sobrino Tancredi.
El debate maduro en la Argentina del 2018 pasa por cambiar o no cambiar una estructura de poder que hay que reconocer comprende cuatro subsistemas: el económico, el político, el sindical y el judicial. Es un único modelo de poder que integra armónicamente 4 sistemas. Y ese único modelo está basado en la impunidad de la corrupción. Este debe ser el eje del debate argentino y no el simplismo de Macri versus Cristina.
El debate maduro en la Argentina del 2018 pasa por cambiar o no cambiar una estructura de poder que hay que reconocer comprende cuatro subsistemas: el económico, el político, el sindical y el judicial.
IGUALADOS
El neofacismo y el falso progresismo siempre se terminan igualando. Porque tienen un común denominador. Julio Cortázar en la Revista Crisis, en la década del ’70, definía al fascismo como “prepotencia, soberbia e intolerancia”. Por eso, en nuestros países en el siglo XXI el verdadero debate no pasa por izquierdas y derechas tradicionales, sino por la voluntad y capacidad de cambiar un modelo de poder basado en la corrupción. La lucha contra el neoliberalismo se debe dar en simultáneo con una lucha contra la corrupción.
Los argentinos estamos enfrentados hoy a una muy triste y decadente opción: por un lado ladrones que justifican sus robos por su lucha contra el neoliberalismo y por otro lado neoliberales que justifican su incompetencia y soberbia por su lucha contra los ladrones.
* Juan Carlos Vega es ex presidente de la Comisión de Legislación Penal de la HC
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