Mariano (39) y Sebastián Loiácono (30) se llevan nueve años entre sí, pero la diferencia de edad no fue un obstáculo para que estos hermanos disfruten de las mismas pasiones. La música y el fútbol son esos gustos compartidos. Hoy, retirados de las canchas, se lucen en la escena del jazz. El mayor es trompetista, el menor, toca el saxo.
Por estos días, los dos están con buenas nuevas. Sebastián acaba de lanzar su primer disco Happy Reunion, en el cual participan grandes del género como Harold Danko, Jay Anderson y Jeff Hirshfield, incluido su hermano, quien figura como invitado. Cuenta que durante la grabación realmente se vivió un encuentro feliz: “Tanto en una reunión social como en la música, para que suceda hay que escuchar al otro y que el otro tenga ganas de escuchar. Como en una conversación, este ida y vuelta se tiene que dar y ellos estuvieron muy predispuestos y con buena energía”.
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Mientras tanto Mariano es el único argentino convocado para el FONT, el Festival de la Nueva Trompeta a realizarse vía streaming en septiembre. Se trata de un evento que reúne a los nombres destacados detrás de los bronces del mundo. Sorprendido y muy contento con el llamado, prepara un tema inédito para presentar junto a su quinteto, del cual su hermano es integrante.
Los hermanos Loiácono son cinco y todos, impulsados por su papá José Luis, pasaron por la escuela de música de Cruz Alta, la ciudad cordobesa donde nacieron. Solo continuaron de manera profesional los varones. Mariano empezó tocando el piano y a los doce se pasó a la trompeta, para no abandonarla. “Siempre me dio una sensación placentera tocar. Me gustaba ir con la banda a los festivales, me ponía contento tener protagonismo con algún solo. Se ve que me hacía bien, lo que me hizo seguir. No recuerdo el momento que decidí ser músico, no se me pasó por la cabeza otra posibilidad”, cuenta. En cambio, Sebastián le encontraría el gusto de más grande con el saxo que había sido de su hermana Natalia. “A los ocho años hice un intento con la trompeta, pero prefería pasar tiempo jugando al futbol o al tenis en el club. Después de más grande, cuando Mariano empezó a estudiar jazz y a traer discos nuevos, como Miles Davis, me di cuenta que pasaba tiempo escuchándolos por mi cuenta. Motivado por él, intenté con el saxo y me encontré con que tocaba todos los días”, cuenta Sebastián.
“Seba había dejado de tocar y lo incentivé a que agarré el instrumento. Le dije que podía tocar, que tenía condiciones porque se le notaba la musicalidad. Después él hizo todo lo que tenía que hacer para ser músico”, recuerda el trompetista. Por eso, para Sebastián es especial tocar su hermano. “Él me enseñó que la música está por encima de todo, a no querer ponerse por delante o mostrarse, sino estar pendiente de lo que sucede en ese momento para tocarlo. También, sobre el rol que debe cumplir un músico para que la música llegue a su máxima capacidad de expresión”, dice.
El jazz es un género exigente. Al basarse en la improvisación, requiere de un amplio conocimiento del instrumento a ejecutar. Por eso, cada uno le dedica un mínimo de cuatro o cinco horas de estudio por día. “No es solo tocar, hay que escuchar jazz, porque es un lenguaje y hay que aprender a hablarlo para comunicarse. Esto implica, por ejemplos, aprender la historia de los grandes músicos para comprender por qué tocaban así”, sostiene Sebastián. De esta manera, lograron trascender la escena nacional hasta codearse con la de Nueva York. El mayor de los Loiácono tiene una relación más fluida con la ciudad, por ejemplo su último disco Vibrations lo grabó allí con la participación de George Garzone, Anthony Wonsey, David Williams y Rudy Royston.
Antes de moverse en las grandes ligas jazzeras, los dos jugaron al fútbol en la primera de Newbery y Everton, el club del pueblo. Así como ahora comparten el escenario, llegaron a concentrar juntos, donde se fortaleció el vínculo entre ellos. “Como jugador tenía menos talento”, reconoce Mariano y agrega que tanto en vivo como en la cancha es de carácter “mandón”. En cambio, Sebastián confiesa que su personalidad era bastante diferente cuando rodaba la pelota. “En un partido me podían ver enojado, en cualquier otro lado es muy difícil”, comenta. Ambos fueron volantes centrales y cambiaron los botines para dedicarse full time a la música. El más chico pateó hasta los 27 años, mientras que el mayor se retiró a los 31. Donde sea, los hermanos aseguran intentar dar lo mejor de sí.
Instalados en Buenos Aires, los dos vuelven seguido a Cruz Alta. Incluso, Mariano atravesó gran parte del aislamiento obligatorio en la casa familiar, desde donde conversó con ENREDACCIÓN. Según él, lo más cordobés que tiene es la manera de contar historias, “medias exageradas para hacer reír, un poco hincha continuamente”. Y Sebastián piensa que aunque no tiene la típica tonada, la forma de hablar es distintiva. A ninguno le gusta el fernet.
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