Ana Botín y Alberto Fernández se conocen desde hace alrededor de dos décadas. Botín es la dueña del Banco Santander, una multinacional financiera y de servicios con sede matriz en España, que es la 16° entidad financiera del mundo por su capital y volumen de operaciones y la banca privada más importante de Argentina, con casi 4 millones de clientes. Según cuenta en un informe especial desde Madrid, La Política Online, Botín se reunió con el candidato más votado en las Primarias del 11 de agosto en Argentina, e hizo tres gestos esenciales: reconoció que el poder está en manos de Alberto y que por lo tanto cree que será el futuro presidente; le adelantó que mantendrá las inversiones de su grupo en Argentina; y le pidió, como contrapartida, garantías respecto de que no habrá marcha atrás en una cuestión clave para el sistema financiero: los controles al flujo de capitales.
Marcha atrás significa que no habrá regreso a la época del kirchnerismo, cuando efectivamente había controles a la salida de capitales financieros del país.
Pasado en limpio, los negocios siguen en la medida en que el nuevo presidente y el nuevo gobierno sostengan uno de los pilares de la globalización financiera: la libre circulación de capitales.
Eso es justamente lo que hizo el presidente Macri hasta este domingo, cuando el ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, puso una piedra en ese camino, limitando la transferencia de dólares al exterior del país. En el camino habían partido 106 mil millones de dólares entre bicicleta financiera y pago de intereses. Paradójicamente, casi la misma cifra de deuda contraída por el país desde diciembre de 2015.
El pedido de “La Jefa” del mayor banco español a Fernández es un planteo complicado. Argentina tiene un problema estructural que es la generación de dólares suficientes para sostener la demanda de insumos industriales y productos y servicios importados que consume su mercado interno. Más allá de algunas variaciones en el tiempo, el núcleo de la producción de dólares sigue siendo el campo argentino y el complejo agroindustrial asociado. El resto de los sectores es escuálidoa, al menos hasta el presente, para esta tarea. El dilema es, entonces, económico y político: o se “fabrican” más dólares o se “consumen” menos dólares. La segunda opción ha hecho fracasar una y otra vez a la derecha argentina. La libre de circulación de capitales tiene el resultado que hemos visto en estos cuatro años o en los ’90 o en la dictadura con Alfredo Martínez de Hoz.
Se trata de un apoyo envenenado para Fernández, cuya respuesta a la principal accionista del Santander no trascendió.
¿Qué se sabe hasta ahora del plan del peronismo? Lo que el ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen, adelantó en una entrevista con el diario brasileño Valor Económico a fines del mes de agosto. “La Argentina debería tener superávit primario, reducir los impuestos, evitar los controles de importación y adoptar un régimen de tipo de cambio flotante”. Hasta ahí, todas medidas más cercanas a la ortodoxia económica, más parecidas a las que reclaman Botín y los empresarios españoles, que fueron determinantes en el anterior ciclo de valorización financiera, durante el menemismo, entre 1989 y 1999.
Nielsen dijo en referencia al tipo de cambio, que será flotante. “No creo que sea apropiado un tipo de cambio fijo. Necesitamos mantener el tipo de cambio competitivo”.
Mientras que, sobre la política cambiaria y la actual libertad absoluta en el mercado de capitales, no dio demasiadas precisiones, pero adelantó que se producirán algunos cambios: “Habrá algunas limitaciones, pero muy razonables. Se requerirá que los dólares de exportación tengan que ingresar al mercado en un período que aún no sabemos si serán ocho o doce meses. Pero tendrán que ser liquidados”. Lo que no dijo es si la salida de capitales será libre o condicionada.
Botín marcó la cancha. Igual que el mercado internacional en estos días turbulentos. Se acaba el tiempo de las ambigüedades.