Francisco “Quico” Ferraro está encerrado en la habitación de su casa, con la puerta cerrada para que no escuche su familia. Falta poco más de una hora para que la Cámara 8ª del Crimen dictamine sentencia por el homicidio de su hijo Franco, el suboficial asesinado durante el asalto a la financiera de Nueva Córdoba, en 2018. Sin embargo, Francisco está a más de 200 kilómetros, en su casa de San Carlos Minas, al noroeste provincial, aislado de la coyuntura judicial. Ni siquiera estaba al tanto de la fecha de la sentencia. “No lo seguí, preferí quedarme acá con los míos. Te hablo bajito para que no me escuche mi señora”, dice por teléfono. Más que indiferencia, se parece al reflejo de alguien que atravesó un dolor -quizás el más grande- y evita que se siga propagando.
Por la mañana, al abrir la última audiencia, el vocal de la Cámara dijo: “Tienen derecho a hacer uso de la palabra los familiares de la víctima”. Puro protocolo. En la sala nadie contestó. La familia de Franco decidió no presentarse como querellante. En varias oportunidades los imputados usaron ese detalle para sugerir que Ferraro, en realidad, había muerto por “fuego amigo”, asesinado por una bala policial en el intenso tiroteo ocurrido en la calle Rondeau 84.
VER Condenaron a los asaltantes de la financiera de Nueva Córdoba a prisión perpetua.
“Eso es mentira”, dice ahora Francisco, ex comisario retirado. “Los chicos que estuvieron con Franquito en el procedimiento me quisieron contar, muchas veces, cómo fue. Pero en los treinta años que tengo de experiencia, me lo puedo imaginar. Recibieron el llamado, subieron dos, medio desesperados… y les toca la mala suerte de cruzarse con gente dispuesta a matar o morir”.
-¿Por qué entonces no se presentaron como querellantes?
Tuve miedo por mis hijas. No por mí, yo no les tengo miedo. Pero estamos en un pueblo tan tranquilo, tan confiado. Entendía que estas personas, si se las puede llamar personas, eran peligrosas. Sé que esa noche no fueron por Franquito, que fueron a robar, pero fueron jugados. Cuando tuve la oportunidad de presentarme como querellante dije que no, porque temía por mi familia. Seguramente nosotros no somos nada para ellos, pero no sé cómo piensan. Así que me quedé tranquilo, evité el contacto con ellos. No quiero saber quiénes son, no me interesa la vida que llevan y no me interesa que sepan de la mía. Yo prefiero pensar en mi familia. Esta es otra etapa de mi vida, en donde tengo que estar con ellas, apoyarlas, ayudarlas a que puedan estudiar, a que tengan un futuro.
¿Le hubiera gustado estar en la sentencia?
No sé qué decirte. Me gustaría escucharlo de lejos. Que dicten una condena perpetua y yo continuaría con mi tranquilidad. Por qué estar ahí, verles la cara, es otra cosa.
…
La noche del 16 de febrero de 2018 Francisco se acababa de recostar en la misma cama desde la que ahora habla. Había ido a una fiesta popular a Salsacate, el pueblo vecino, cuando la mayor de sus hijas, también policía, lo llamó: “¿Sabés algo de Franco? dicen que estuvo en un operativo grande”. Francisco cortó y llamó a su hijo. Nadie atendió. Entonces se vistió y fue hasta la comisaría. Allí escuchó esa frase hecha, incómoda y remanida que se dice antes de dar una mala noticia: “Tenes que ser fuerte, pasó algo con tu hijo”.
En la comisaría le ofrecieron viajar a Córdoba. Pero se negó. “¿Qué iba a suceder si yo viajaba esa noche?”, se pregunta ahora. “Me iba a encontrar con el cuerpo de mi hijo tapado con un trapo, tirado hasta el otro día o hasta que a un juez se le antoje levantarlo. Quise evitarlo. No quería ver a mi hijo muerto”, recuerda.
Francisco tiene 59 años. A cada rato, cuando habla, repite: “Tengo años de experiencia en la fuerza”. Es riojano de nacimiento, pero San Carlos es el lugar que eligió para vivir y construir, junto a su pareja, una familia. Como sucede en muchos poblados del noroeste cordobés, la zona más postergada de la provincia, la posibilidad de alistarse en las fuerzas de seguridad es, quizás, la única alternativa de ascenso social que encuentran los jóvenes.
Pero ahora Francisco atraviesa grandes contradicciones. “La Policía es la institución más linda y completa, porque se puede servir a la sociedad -dice-. Pero luego de este hecho… no sé cómo llamarlo, soy medio criollo… este hecho de mierda, me cuesta mucho pensarlo”.
Cuenta que hace poco, una vecina lo llamó para pedirle ayuda porque su hijo había sido cesanteado de la fuerza. “¿Sabés qué le dije? ‘Disculpame, pero no. Si vos me dijeras que se quiere ir de la Policía, te daría una mano. Mejor decile a tu hijo que retome los estudios’. Eso le dije. Hoy en día la Policía está muy desprotegida y politizada”.
¿Pudo hablar con Franco de estas cosas?
Una noche, cuando él estaba casi decidido a dejar los estudios (cursaba tercer año de Profesorado de Ciencias Naturales) hablamos como tres o cuatro horas y no lo pude convencer. Hijo, le decía, no me gustaría que vos seas policía. Es hermosa la poli, pero recibís más sinsabores que satisfacciones. Estudiá, le decía. Te falta un año, le decía. Qué va a ser, el destino es el destino. Todos tenemos marcado el destino.
Después, Franco entró a la fuerza. Su padre recuerda un consejo que le repetía cada vez que el chico regresaba al pueblo. “Podés tener un millón de procedimientos”, le decía. “Pero ninguno es igual a otro. Podés ir porque suena una alarma y encontrarte con que fue un gato que tocó los cables. O podés ir y encontrarte con gente mugre, decidida a matarte”.
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