El trovador patagónico Eduardo Guajardo, dueño de un repertorio de corte social que construyó sin alardes en poco más de cuatro décadas de andar, llegará este viernes, por primera vez, como solista al escenario mayor del Festival de Cosquín con un material doble, musical y literario, que llamó “Infinitos”.
“Me da mucha felicidad volver a Cosquín (donde fue animador de peñas como la que el Dúo Coplanacu sostuvo por 13 años hasta 2011) haciendo un aporte más que la canción con ‘Infinitos’, que es un proyecto que estaba pensado para la celebración de mis 40 años de trayectoria que se cumplieron allá por 2019”, relata Guajardo.
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El músico y compositor oriundo de Río Turbio y reconocido a nivel combativo y nacional desde que en 2002 compartió con Claudio Sosa el proyecto denominado “La ruta de la dignidad”, que recorrió lugares en lucha hasta lanzar el disco homónimo en octubre de ese año reuniendo canciones como “El olvidao” (del “Duende” Garnica), “El activista” (Raly Barrionuevo), “Olor a goma quemada” (Rafael Amor) y “Que va a pasar un obrero” (Eduardo Guajardo) y que se presentó en el Festival Mayor.
De regreso a Cosquín, el artista cuenta que “Infinitos” lo dedicó a sus hijos Pablo, Taiel y Catriel: “Y justamente Catriel será de la partida en mi actuación del viernes, ya que es un bailarín de tango y folclore, muy talentoso, y lo digo sin interferencias paternales”.
Antes y después de aquella “Ruta…” de denuncia y reunión, el guitarrista y cantante registró otros álbumes que perfilaron su estilo: “Señales de Vida” (1997), “Una Mirada al Sur” (2000), “Un grito de ida y vuelta” (2004) y “Cantares de la lejura” (2006).
Ahora con “Infinitos”, Guajardo será parte de la séptima noche de la máxima cita folclórica, compartiendo velada con Mario Álvarez Quiroga, Alma Carpera, Los 4 de Córdoba, Sergio Galleguillo y El Chaqueño Palavecino, entre otros.
Además, el sábado llevará el libro “Infinitos” a una de las veladas del XX Encuentro de Poetas con la gente, que tiene como sede la Escuela Roca (donde también hay una muestra permanente sobre los Hermanos Ábalos, entre otras atracciones plásticas).
¿Qué significa esta vuelta al Festival de Cosquín?
Tiene significado y significante. En primer lugar por lo que nos propone el espacio como tal, en su escenario y su pueblo. Y luego, como testimonio más elevado para nuestra expresión más cabal, como sujetos culturales y nuestras tradiciones. Desde lo emocional, toda una serie de sensaciones que abarcan un camino recorrido, con la plena conciencia de estar en la construcción de una identidad musical y poética para mi región patagónica.
El hecho de estar cumpliendo cuatro décadas de actividad en la música, ¿te empuja a un balance? ¿cómo describirías tu camino artístico?
Mi camino es el elegido por mi comunidad. Por aquello de que somos modelados como arcilla por nuestra gente para cumplir el propósito de decir individualmente lo que colectivamente todos sentimos, vivimos, pensamos, como bienes culturales compartidos. Yo solo creo que mi único mérito es el de haberme hecho cargo de ese mandato. El balance aún es un sendero prematuro, porque queda camino por hacer.
¿De qué manera te ubicás hoy dentro de la geografía musical argentina viniendo de un lugar que sigue estando bastante invisibilizado en la gran escena?
Soy un cantor que cuenta. Siempre afirmo que la canción debe cumplir, al menos para mí, dos tareas fundamentales: una, preservar la memoria; la otra, tratar de hacerlo con belleza. Me siento un constructor ecléctico en lo musical, ya que no tengo prejuicios con los géneros. Creo en una musicalidad al servicio de la palabra. Lo demás corresponde a las miradas, los gustos y los caprichos del mercado de la música.
“Soy un cantor que cuenta. Siempre afirmo que la canción debe cumplir, al menos para mí, dos tareas fundamentales: una, preservar la memoria; la otra, tratar de hacerlo con belleza”.
Las canciones más reconocidas de tu repertorio a nivel popular tienen una fuerte carga social. ¿Sentís que esa es tu misión como artista?
Sin dudas, por mi condición de clase. Soy hijo de un minero muerto en el socavón. Y toda mi formación está atravesada por la cultura obrero industrial.
Como artista patagónico, ¿qué reflexión te genera este momento en el que crece la estigmatización del pueblo mapuche?
Siento que las minorías siempre van a estar obligadas a justificar su estar en el territorio. La comunidad mapuche es un constructo, una teoría que los que no comprendemos su ancestralidad aún no podemos asumir como un todo. Pasan, por diferentes desconocimientos, múltiples desaciertos. Nos queda a nosotros, los argentinos, hacer el gran ejercicio de la memoria, escapando de pensamientos únicos, acercándonos a la diversidad. Somos pluriculturales y multilingües.
¿Creés que la música puede ayudar -en la exposición y la denuncia de injusticias- a modificar situaciones, a cambiar el mundo?
El arte en toda su extensión es, sin lugar a dudas, el mejor lubricante de la historia. Desde mi perspectiva, creo que el artista no puede desconocer su lugar en el mundo en que le toca crear. No puede ni debe pecar de ingenuo, por aquello de que la política es un gesto humano, del que se es parte por acción u omisión.
“Desde mi perspectiva, creo que el artista no puede desconocer su lugar en el mundo en que le toca crear”.
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Por Sergio Arboleya, enviado especial / Télam.
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