Investigadores del Laboratorio de Procesado de Imagen (LPI) de la Universidad de Valladolid (UVa), la Universidad de Texas, en Houston, y el City College de Nueva York han descubierto un biomarcador de la fase prodrómica del párkinson (su etapa inicial). El estudio se ha publicado en la revista Frontiers in Neuroscience.
Antes de que sea posible diagnosticar la enfermedad de Parkinson se producen una serie de leves signos motores, como una pequeña disminución en la capacidad motora, temblores o vocalizaciones que imitan los sueños y que aparecen durante etapas anormales del sueño REM. También pueden surgir otros signos como el estreñimiento, la hiposmia (un transtorno del olfato) o pequeños cambios en la visión. A esta fase de la enfermedad se le denomina prodrómica y se considera que aparece incluso más de 10 años antes de su posible detección.
“No existen técnicas simples y no invasivas que puedan identificar y cuantificar los cambios neurodegenerativos que está comenzando a sufrir el cerebro y que pueden estar relacionados con el párkinson”, explican los investigadores de la UVa Óscar Peña Nogales y Rodrigo de Luis García.
Por ello, aseguran, es fundamental desarrollar biomarcadores y técnicas que permitan el diagnóstico de pacientes en esta etapa prodrómica, teniendo en cuenta que el éxito de muchas terapias para detener o ralentizar el proceso neurodegenerativo depende de su aplicación temprana.
En este sentido, la resonancia magnética es una herramienta muy poderosa para el estudio del cerebro. Se trata de una técnica no invasiva e inocua para el paciente, que permite obtener una enorme cantidad de información acerca de la morfología, la función y la conectividad que hay en diversas regiones del cerebro. Consciente de este potencial, el Laboratorio de Procesado de Imagen de la UVa explora desde hace varios años su aplicación a diversas enfermedades, como esquizofrenia o migraña, entre otras.
En este caso, han utilizado una modalidad de resonancia magnética llamada resonancia de difusión. Mediante un procedimiento denominado tractografía, pueden saber cómo están conectadas entre sí diferentes áreas de interés del cerebro. “Es algo así como elaborar un mapa de rutas, pero la información que obtenemos no nos dice cuánto tráfico hay en esas rutas, sino si son rutas con mayor o menor capacidad, o si están en mejor o peor estado. Toda esta información se agrupa en algo llamado conectoma, que es una cantidad enorme de información que se puede explotar después”, precisan.
Fuente: Agencia Sinc.
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