No hay que equivocarse: Lo ocurrido este martes en la Cámara de Diputados de la Nación es más fruto de un error no forzado del Gobierno de ultraderecha, que de una crisis política derivada de su plan económico neoliberal. Al menos, todavía no. El presidente Javier Milei y su corte de advenedizos intentaron patear la puerta del Congreso y terminaron con un dedo del pie fisurado. La moraleja de una jornada que será recordada por mucho tiempo, es que la prepotencia y la impericia no conforman una buena pareja. Traducido a términos políticos, el gobierno deberá aprender que, con 37 diputados nacionales y 7 senadores nacionales propios, el único modo de poder gobernar es acordar con aliados y atraer otros actores a su campamento. No hay otra manera.
Lo señaló con su habitual sarcasmo el experimentado Miguel Ángel Pichetto, diputado de Cambio Federal y titular de la bancada de Hacemos Coalición Federal, cuando se votaba el capítulo de facultades para privatizar: “Al oficialismo le encanta seguir perdiendo. Traten de receptar algunas propuestas y de ganar, siempre hay que ganar”.
Con sabiduría, Pichetto le marcaba al gobierno una máxima de quién ejerce el poder: Lo único importante es ganar y para hacerlo hay que hacer lo que sea necesario. Una deconstrucción de lo ocurrido en el Congreso a partir de este concepto, indica que el Gobierno no hizo todo lo que tenía que hacer para reunir los votos que le permitieran aprobar la Ley Ómnibus.
No significa que no pueda lograrlo en un nuevo capítulo de esta historia, pero lo cierto es que será a un costo mayor que el inicial y, seguramente, con una iniciativa de mucho menor alcance. Los gobernadores de Juntos por el Cambio, Martín Llaryora, y los de partidos provinciales no buscan afectar la gobernabilidad del Gobierno Nacional, sino asegurar su propia existencia. Y se sabe que no hay política sin economía, y una condición de la existencia es disponer de recursos suficientes. Esa lógica de hierro es la que desafío el oficialismo sin éxito. Pidió todo a cambio de casi nada. Por eso, la aventura terminó en un papelón frente a las cámaras.
Pasaron sólo 58 días y algunas pocas horas del 10 de diciembre de 2023 en que asumió Milei. Ningún presidente argentino sufrió una derrota de estas características en tan poco tiempo. Las derrotas no son gratuitas para quien detenta el poder, ya que todos los factores en pugna toman nota de la fragilidad del soberano y comienzan a facturarle sus yerros y a condicionarle sus proyectos. En las próximas horas, ni siquiera días, el gobierno deberá intentar ponerse de pie nuevamente e intentar darle forma a una coalición de derecha que le permita gobernar y ahuyentar los fantasmas. En el camino, es probable que deba dejar de lado una parte de su plataforma revolucionaria de derecha y elegir lo sustancial de lo accesorio para poder seguir su camino. Si no lo hace, con rapidez, la tremenda crisis económica que ya desataron sus medidas iniciales, más la demostración de que carece de gobernabilidad, pueden generar una crisis política nunca experimentada en tan poco tiempo.
Se le suma a todo ello, que los aliados del “mercado” también juegan. Esto es, que seguramente a partir de este mismo miércoles empiecen a mover sus fichas de inquietud por la falta de resultados para sus negocios. Tienen sus razones: El tipo de cambio se atrasa a la velocidad de la inflación; bajar el déficit a cero o menos en cuestión de semanas ingresó en zona de turbulencias por la necesidad de “negociar” con los gobernadores; y la Ley Ómnibus y las reformas pro mercado, de desregulación y extranjerización de la economía, ya son papel picado.
El estilo Milei de maltratar a gobernadores, diputados y dirigentes políticos también comienza a pasar factura. Una cosa es terminar con los privilegios o posiciones de algún grupo y otra humillar a la contraparte. De eso se trata asumir de espaldas al Congreso, tratar de coimeros a gobernadores y diputados o salir de gira por Israel, Italia y El Vaticano, en la semana en la que se jugaba la suerte de la Ley Ómnibus en Diputados.
Las negociaciones en política son una necesidad, un modo de resolver conflictos o de alcanzar objetivos, y su resultado final, un fruto del mix variable de realidad, fuerza de las partes, estrategia, audacia y ambición. La idea original del gobierno libertario no fue la de negociar, sino la de imponer sin medir con precisión la capacidad de daño de los gobernadores que, al igual que el presidente, han sido electos y, según las encuestas, también gozan -en general- de muy alta aceptación social.
Como en toda derrota seguida de crisis, para restaurar la confianza en el poder y en el futuro, es necesario que rueden cabezas. Todo indica que el súper ideólogo en las sombras del DNU 70/2023 y la Ley Ómnibus, Federico Sturzenegger, que sumó su tercer fracaso como “as de espadas” (los primeros fueron con Domingo Cavallo y Mauricio Macri), pasará a retiro por “necesidad” y con “urgencia”. Es probable que no sea el único. El país transita un desfiladero en medio de una tormenta con vientos huracanados. No hay demasiado margen para nuevos errores ni para la lógica amigo-enemigo de los “trolls”.
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