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24 de marzo 2025: A 49 años del último golpe militar

La portada del libro "Arde aún sobre los años", de Fernando López.

Una enfermedad curable pero muy contagiosa me impide estar este 24 de marzo en la marcha anual en repudio a la última dictadura militar. Pero no quiero quedarme afuera. Agrego a continuación un fragmento de mi novela ARDE AÚN SOBRE LOS AÑOS, que cuenta con 9 ediciones. Dice una reseña publicada por la revista Babilonia Literaria que “la épica casi insignificante de estos estudiantes secundarios que están aprendiendo a crecer, amantes del cine a como sea, se alzó con el premio Casa de las Américas en 1985 y desde entonces, a lo largo de 40 años no ha dejado de publicarse: la primera vez en Cuba (1985), luego en Alemania (traducida, 1989), en Uruguay (2016), cinco ediciones más en Argentina (la última en 2022) y nuevamente en Alemania (2023, en castellano, por Illiada Ediciones).”

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La trama de la novela (repleta de gerundios, vale decirlo) es la guerra de Malvinas, pero además, y especialmente, el descubrimiento por parte de un grupo de adolescentes del enorme daño que había hecho la dictadura en un pequeño pueblo de provincia que parecía fuera de la Historia. Sobre el final de la novela hay una escena más que significativa sobre el deseo de esa juventud de aplastar y para siempre la posibilidad de que pudiera repetirse un episodio tan trágico en la Historia de nuestro país. Esos jóvenes no habían combatido en Malvinas, no eran militantes revolucionarios y apenas intentaban terminar el colegio secundario para ver qué hacían con sus vidas. Ésta es la escena:

“Por ese dinero le íbamos a prestar el servicio que el Turco nos pedía, pero haciendo algunas modificaciones en el conector de micrófonos a la salida del chasis y en los extremos del cable. Como había poco tiempo, nos hizo un croquis del salón para indicarnos dónde teníamos que ubicar los parlantes mientras él hacía el arreglo. Nos fuimos al club con Patita y el Fuin, instalamos los bafles en los lugares indicados, pedimos un espacio en la tarima al lado del palco para el control de sonido y ubicamos el pie del micrófono en el lugar del orador. Fuera de nosotros, la actividad era frenética. Grupos de chicas y muchachos acomodaban las sillas, adornaban el palco con la bandera argentina y las paredes con retratos de los ilustres inspiradores del Partido. Era el primer acto político que se hacía en diez años, calculando los organizadores que el salón se iba a llenar, aunque más no fuera con curiosos y vecinos del barrio, atraídos por el tumulto. Las chicas vestían con pollera negra y chomba amarilla, con el nombre del Partido en la pechera y la leyenda VOTE DAJRUCH sobre la espalda. Una pequeña banda rítmica batía los parches en la puerta de entrada, remarcando el ritmo de los clarinetes. También había una mesa donde invitaban a afiliarse, un patrullero con policías uniformados y una autobomba que hacía sonar la sirena llamando a la reunión. Tablita y el Men-sajero llegaron cerca de las veinte, conectaron todos los cables al artefacto, probaron el sonido, el flaco nos indicó lo que teníamos que hacer cuando nos diera la señal. Todo estuvo listo en unos pocos minutos.

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—Espero que no me rompan el equipo —dijo Tablita, persignándose.

Uno de los primeros en llegar fue Ibáñez. Se acercó a saludarnos y le contamos todo, no quería creer que fuéramos capaces de hacer algo así. Estaba en el acto para escuchar y saber quién era quién en el pueblo. Cuando anunciaron la apertura del evento, el Fuin recordó que había olvidado algo.

—Ya vuelvo. Voy a buscar una cosa —dijo mientras se iba.

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Empezaron leyendo una proclama con el acta fundacional del Partido. Después habló un chico de la Juventud y por último anunciaron el discurso del Turco. Por indicación de Tablita, la flaca y yo nos sentamos en la tarima, con las piernas colgando, al lado de un parlante orientado hacia el público y el enano junto al cable que conectaba el micrófono con el equipo. El Mensajero se mezcló con la gente y el Fuin, que había vuelto, se sentó junto a Ibáñez y le mostró la carpeta con fotografías que sacó del laboratorio del Turco. Todo en su lugar, como había sido programado. Un grupito de quince chicas y muchachos se instaló entre el palco y las sillas e improvisaron consignas para entusiasmar a la gente. Había algunas francamente ridículas como:

Dajruch, Dajruch, Dajruch,

el pueblo te saluda

vos sos el vencedor.

O aquella otra, cantada entre acrobacias:

El que no salta es peronista

el que no salta es radical.

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Confieso que nos divertimos bastante viéndolo al Turco de pie frente al micrófono, por primera vez con traje celeste como si cambiar de apariencia formara parte de su programa, pidiendo silencio con los brazos en alto y una sonrisa desbordante. A medida que se calmaba el bullicio fue adoptando una pose elegante, seguramente ensayada frente al espejo, mirando a un sector determinado del público como si esa parte del discurso fuera para ellos. Empezó hablando de la democracia, de las generaciones futuras, del porvenir que esperaba a San Tito si llegaba a ganar las elecciones. Quién mejor que yo, decía, para conocer a fondo los pequeños y grandes problemas que aquejan a esta zona, yo, que he tenido la suerte de recorrerla como funcionario, de hablar con el pueblo casa por casa, centímetro a centímetro, días y noches enteras trabajando por la comunidad. Conozco también las frustraciones, dijo y nos miró a nosotros, el dolor, las esperanzas de la gente joven, tan generosa en su amor a la patria que no vaciló en entregar su vida, como los chicos de Malvinas. Conozco también el pasado y lo denuncio, con la autoridad moral de haber visto por dentro el deterioro de los hombres del Proceso, que perdieron el rumbo y no volvieron a encontrarlo. Se olvidaron de la solidaridad, de la miseria, de la cultura, dijo y Patita movió el cable del micrófono para que saliera el ruido de fritura junto a su voz. Se olvidaron de invertir los dineros en beneficio del pueblo y otra vez la fritura y algunos chasquidos desagradables que le hicieron volver la cabeza en dirección a Tablita. El flaco se mostró preocupado, como que no sabía el porqué de la falla. Se hizo el que miraba el aparato y con el pie corrió el cable, produciendo un ruido infernal que lo obligó a cerrar el volumen. Los chicos de la barra vieron que podía ensuciarse el discurso del Turco y apuraron las consignas, con la esperanza de que fuera solucionado el desperfecto. Tablita abría el sonido y lo cerraba, gesticulaba, pedía paciencia, tocaba los cables y de vez en cuando se le escapaba una sonrisa para alguno de nosotros. El Turco pidió silencio y siguió el discurso a voz en cuello, vamos a transformar la fachada de San Tito, dijo, de una ciudad que se muere haremos una ciudad bulliciosa, llena de vida, de juventud y Tablita le mandó sonido, haciendo rebotar en las paredes la estridencia de los gritos. El Turco empezó a transpirar. Vamos a impedir que se lleven el ferrocarril, el medio más económico para comunicarnos con el país. Vamos a traer de nuevo las instalaciones del aeroparque y los chicos apoyaron con cantos el rosario de promesas, mitad gritadas, mitad a media voz cuando el micrófono lo traicionaba. Vamos a impedir que las fábricas sigan cerrando, porque el futuro de San Tito está en la producción, en la distribución solidaria de las cargas y los beneficios. Vamos a llenar la laguna del parque, a sembrar peces de colores y Tablita me hizo la señal para que orientara el parlante que estaba a mi lado en dirección al micrófono, produciendo un retorno de audiofrecuencia que lastimaba los oídos del más sordo. El Turco empezó a mirarnos con odio, a pesar de las disculpas de Tablita que subía y bajaba el volumen en la mitad de las frases con el pretexto de buscar la falla. Vamos a terminar el barrio de las 200 viviendas dijo y los chicos de la barra cantora empezaron a correrse hacia donde estábamos nosotros, el que no salta es peronista, el que no salta es radical y nosotros nos negamos a saltar porque el Turco pidió silencio y cordura para seguir con su discurso. Vamos a construir las tres lagunas para purificar los líquidos cloacales y el Fuin empezó a gritar que hable de los desaparecidos, levantó la carpeta con las fotos por encima de su cabeza y se empezó a empujar con los muchachos de las consignas. Vamos a limpiar el pueblo de perturbadores, gritó el candidato y la gente empezó a silbar, algunos a nosotros y otros al Turco, haciendo un batifondo que fue la antesala del despelote con voladura de sillas, trompadas, insultos, los policías haciendo su entrada en el salón y la gente que gritaba asesinos, asesinos, unos para un lado, otros para el otro, todos eufóricos, empujando y pegando, escuchando las quejas de las viejas por los problemas que vendrán con la democracia. Fue en ese instante que nos cruzamos con Ibáñez y sonrió, yo le guiñé un ojo, levanté el pulgar de la mano izquierda en señal de victoria y la sirena de los bomberos empezó a sonar anunciando a los cuatro vientos el nacimiento de una Historia diferente, sin mentiras, sin muertos, con tanta libertad como fuera necesaria.”

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