La elección presidencial del próximo domingo 22 de octubre es trascendente y bisagra para el país. No sólo por los resultados que pueda arrojar, sino por la nueva representación política que surgirá del comicio, que consolidará un nuevo rumbo económico y cerrará una etapa abierta por la crisis de la explosión de la Convertibilidad de 2001.
Tres candidatos aparecen, según el resultado de las PASO del pasado 13 de agosto y las encuestas pre-electorales, con chances de ocupar el sillón de Rivadavia: El libertario Javier Milei, el peronista Sergio Massa, y Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio, JxC). La gran novedad de esa compulsa fue la aparición de un escenario de tres tercios, que de modo imperfecto sigue instalado rumbo a la elección general de este domingo.
Sin embargo, no hay certezas de si la disputa se resolverá en esta instancia o será necesario un ballotage. Si bien el escenario general de crisis económica no varió respecto de las PASO, factor central que permitió la victoria a Milei, los dos meses que pasaron desde ese momento, mostraron una exacerbación de su discurso autoritario, una fuerte carencia en el resto de su propuesta política y dudas sobre su capacidad de gestión. Estos componentes han ampliado la resistencia a su candidatura de vastos sectores sociales y diluido la potencia de su discurso económico y contra “la casta” política. Según las encuestas conocidas hasta este último fin de semana, su imagen negativa se encuentra en niveles similares a los de Massa y Bullrich.
Otro dato sustantivo es que el oficialista Massa ha podido surfear la crisis, mantener aglutinado a su espacio de influencia, y motivar al electorado “blando”, afín al PJ en el conurbano bonaerense, el NOA y la Patagonia, a concurrir a las urnas. Habrá que ver el volumen de este movimiento, que puede ser definitorio para las chances del gobierno y los restos del bloque populista para su objetivo de acceder a una segunda vuelta electoral.
La foto principal contiene otro elemento: Juntos por el Cambio (JxC) no muestra signos de haberse desmembrado y todavía no parece haber sido presa del “voto útil”. Justamente, esta cuestión resulta central en estos días finales de campaña, ya que un eventual corrimiento del sector más derechista que sigue a Bullrich hacia la candidatura de Milei podría definir el comicio en primera vuelta.
A partir de todo ello, la elección posee un alto porcentaje de incertidumbre.
Más allá del resultado final, sin importar el vencedor, el comicio cerrará la etapa abierta con la crisis de la Convertibilidad de Domingo Cavallo, en 2001. La característica del modelo que siguió a una de las mayores crisis económica y política de la historia argentina, fue la de un ciclo mercadointernista y neodesarrollista en lo económico y progresista en lo político, con una fuerte ampliación de derechos. El que viene estará signado por un giro a la derecha, más moderado si triunfa Massa, y más extremo si la victoria queda en manos de Bullrich. Desintegrante en lo económico y neofascista en lo político, si el ganador es Milei.
Sería un simplismo atribuir este giro sólo al pensamiento o ideología de los candidatos o las fuerzas que los sostienen. Excede ese espacio. En realidad, se trata del fruto de un largo período de estancamiento económico iniciado a partir de 2012, que manifiesta el fracaso y la incapacidad de la dirigencia política, económica y sindical para llevar adelante un modelo de desarrollo económico y social, para responder a las demandas de la sociedad y para resolver la disputa sobre el modelo económico-social dominante. En ese sentido, el limbo económico y político tiene su origen en la no resolución de la hegemonía política para implementar un programa económico y social coherente, tanto por parte del bloque populista como del de centro-derecha. Este “impasse” de doce años, que han transcurrido desde 2012, es el sustento de la actual crisis.
Milei es “el representante” de los argentinos que no han encontrado ninguna respuesta a su inserción productiva y a sus proyectos personales. Es una larga década de frustración individual y colectiva lo que alimenta a este fenómeno neofascista, de liberalismo económico extremo y de subordinación a los intereses de Estados Unidos. Su aparición y desarrollo en términos políticos tiene dos años y ha sido exponencial, fracturando a los dos bloques anteriores. No es un “voto bronca”, es una expresión orgánica de un conjunto de sectores sociales que no creen en el sistema existente. El economista libertario es, por otro lado, un “representante” del capital financiero global, sin asiento en la estructura económica existente en el país. Su proyecto económico tiene como objetivo una “revolución” de derecha que termine con la capacidad del Estado como regulador de la economía y la industria como factor de desarrollo e igualdad social. Su resultado será un proceso de desintegración social aun mayor al que vivió el país desde 2012, en esta larga etapa de “vetos” cruzados entre el campo populista y el de centro-derecha clásica, nucleado en JxC.
La nueva etapa, independientemente del vencedor, será de alta inestabilidad, a causa de la fragmentación política local -tanto a nivel legislativo como territorial y que todavía no finalizó-; la aparición y consolidación de una fuerza política de ultraderecha; la relativa debilidad de la estructura económica; el acuerdo con el FMI, condicionante de cualquier salida económica inclusiva y política con ampliación de derechos; y el convulso escenario internacional con varios conflictos armados en marcha, como Ucrania y Medio Oriente, y la puja económica planetaria entre Estados Unidos y China. Ese contexto es el que empuja a la derecha a todo el sistema y alumbra a un nuevo y conflictivo ciclo.
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