Exactamente al mediodía del 10 de febrero de 2005, hace 13 años la Penitenciaría de San Martín comenzaba a implosionar, en lo que sería el motín más sangriento de la historia carcelaria cordobesa, y el único en todo el país en el que una cárcel COMPLETA fue tomada por los internos.
El saldo fueron siete muertos: 2 penitenciarios, un policía y 5 internos. Ninguna de las muertes fueron dentro del penal. Cinco de ellas quedaron impunes.
El motín, aún con su dramatismo y su dolor, puso en evidencia muchas verdades, y también dejó algunas enseñanzas.
Demostró que la política carcelaria de De la Sota era simplemente la de ocultar detrás de los muros aquello de lo que no nos queremos/podemos hacer cargo, apostando a la no transparencia y a la mano dura para contener la misma realidad.
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Permitió ver que el sistemático maltrato a los internos encarcelados tenía un correlato casi paralelo con los propios empleados penitenciarios, víctimas de presiones, malostratos, precarización, explotación laboral, entre otros males.
Dejó a la luz que las mentadas políticas de reinserción / recuperación no pasarían -ni antes ni ahora- el más básico análisis.
Exhibió con su máximo dramatismo que el sometimiento, la precariedad, el hacinamiento y el olvido eran la manera en que la sociedad cordobesa se desentiende de sus propias miserias, que siguen estando.
El motín dejó ver escenas de compañerismo conmovedoras: entre policías, entre penitenciarios, entre presos, entre familiares. Hubo héroes en todos lados. Y aún en los peores escenarios imaginables, el motín demostró que se puede creer en la especie humana. Aún en escenarios dramáticos.
GESTOS DE NOBLEZA
Pero el motín también mostró cosas valiosas. Desde lo más profundo de la miseria humana, demostró que surgen increíbles gestos de nobleza.
Fue escenario de acciones heroicas que salvaron vidas y evitaron un verdadero holocausto dentro de los pabellones.
Demostró que cuando todo estalla, el trabajo en equipo y los liderazgos pueden ser determinantes para encaminar el desastre.
Dejó ver escenas de compañerismo conmovedoras: entre policías, entre penitenciarios, entre presos, entre familiares. Hubo héroes en todos lados. Y aún en los peores escenarios imaginables, el motín demostró que se puede creer en la especie humana. Aún en escenarios dramáticos.
VUELVE A ESTALLAR, UNA Y OTRA VEZ
Lamentablemente, muchas de las enseñanzas que dejó esta tragedia, hoy parecen olvidadas, y como si fuera un ciclo fatal, volvemos a discutir paradigmas contra los que ya nos hemos chocado.
En estos trece años, hemos escuchado en varias ocasiones hablar de que se estaban repitiendo las condiciones para que se gestara otro motín. Y ese motín no llegó.
O en realidad sí. Ese motín vuelve a explotar cada vez que un tipo sale en libertad a la calle sin que en nuestras cárceles se haya hecho otra cosa que arruinarlo más.
El motín otra vez estalla cuando no paran de poblarse las esquinas de Córdoba con pibes limpiando vidrios o vendiendo baratijas. Y vuelve a estallar una y otra vez cuando las políticas sociales se achican y dejan al desamparo los pobres que el mismo sistema crea.
Ese motín vuelve a estallar cada vez que los empleados penitenciarios deben jugarse el pellejo para frenar los desastres que vienen emanados de la superioridad. También estalla cuando se consagran todos esos aceitados mecanismos para ingresar y vender drogas en los pabellones. Y vuelve a estallar con las compras y licitaciones amañadas, siempre en favor de los mismos proveedores amigos de ya sabemos quién. Y otra vez estalla cuando se consagran amiguismos -y algo más- al momento de decidir los ascensos y los nombres de quienes alcanzarán las jerarquías.
Estalla cuando la Justicia se desentiende de su rol, y cree que firmando una sentencia la sociedad mágicamente se arregla.
Estalla una y otra vez cuando la gente pide mano dura, abraza el gatillo fácil y se deja conmover por los medios que hacen su juego y su negocio.
Estalla cuando no paran de poblarse las esquinas de Córdoba con pibes limpiando vidrios o vendiendo baratijas. Y vuelve a estallar una y otra vez cuando las políticas sociales se achican y dejan al desamparo los pobres que el mismo sistema crea.
Todavía me duele el motín de 2005.
Pero mucho más me duele que no hayamos aprendido casi nada.
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