Era como el Rico Tipo, el personaje de una revista con mucho éxito en las décadas del ‘50 y ‘60. Ángel Amadeo Labruna, el hijo del relojero, el que vivía cerca del estadio Monumental. En su casa hizo un arco imaginario, le pegaba a la pelota y salía gritando un gol. El padre siempre lo retaba. Labruna era cascarrabias, le decían “El Feo”, y era amigo de “la Gorda” Matosas, aquella que no quería casarse sino estaba vestida con los colores de River.
Justamente, “la Gorda”, en la cancha de Instituto, cuando Labruna dirigía a Talleres en 1974, le estampó un “truchazo” en la boca. Yo estaba presente. Angelito quedó paralizado, pero no lo rechazó.
Fue un grande de verdad. En la cancha y afuera de ella. Amante de los burros y del pocker. Odiaba a los que fumaban cerca de él y siempre tenía un sifón en la mesa: “Al que fume, le echo soda” amenazaba. Y cumplía.
Sufrió mucho con la muerte de Daniel, uno de sus hijos. Y después con Anita, su esposa. Los dos murieron de la misma enfermedad: cáncer en la sangre.
Decía que no podía dormir, porque “su River” no podía dar una vuelta olímpica y así estuvo 18 años. Cuando volvió en 1975, como DT, le dio el gusto a todos los hinchas con los pibes -los profesionales habían convocado a una huelga- en la cancha de Vélez Sarsfield, con el golazo de Bruno. Omar Labruna, su otro hijo, contó siempre que fue el gol que más grito.
Una semana después, los jugadores levantaron el paro y al título lo festejó en el Monumental con uno de sus “hijos adoptivos”, Norberto Alonso. “El Feo” Labruna, el de la Maquina con José Manuel Moreno, Juan Carlos Muñoz, Adolfo Pedernera y Félix Lousteau; el que se tomaba la nariz e ingresaba a la Bombonera “porque olía a mierda” y no lo custodiaba nadie (La 12 nunca “le tiró” nada, aunque sí lo insultaba, y “El Feo”, como única respuesta, sonreía), lograba así cerrar una de las etapas más oscuras del “Millonario” y saldar una deuda imaginaria con el club de sus desvelos.
Labruna era, además, amigo de Amadeo Nuccetelli, presidente de Talleres, por eso, consiguió que Héctor Ártico y Pablo Comelles pasaran a River desde el club cordobés en 1975.
Cuando era jugador, Angelito era el que encorbaba la espalda y metía un tiro rasante que iba directo al gol. Cuando se convirtió en DT, sabía armar equipos. El campeón del ‘75 formaba con; Fillol; Comelles, Perfumo, Ártico y Héctor López; J.J. López, Raimondo y Alonso; Pedro González, “El Puma” Morete y Oscar “Pinino” Mas. Y guardaba a Daniel Passarella en el banco porque “El Kaiser” se negaba a jugar de marcador de punta.
En otra etapa, a Ramón Diaz también lo “dejaba” en el banco, pero por otro motivo: “Vos pibe, entrás en los segundos tiempos y los matas a los rivales con tus piques”, le decía. Cuánta razón tenía Labruna.
Hay miles de anécdotas de “El Feo”. Una de ellas fue con Rodolfo Talamonti, que lo llevaba a todos lados en su taxi. Hasta que se le ocurrió que fuera su ayudante de campo en Rosario Central. Y a partir de allí, Talamonti se convirtió en su compañero inseparable.
Esta otra historia también pinta el carácter de Labruna: River se iba de pre temporada a Mar del Plata y el DT se durmió en el primer asiento. El Negro J.J. López le robó la corbata que usaba siempre como cábala, con la franja de River. J.J. no tuvo mejor idea que arrojarla por la ventanilla y cuando Labruna se despertó, se armó la bronca. Empezó a buscar la corbata por todos lados y nadie hablaba. El técnico paró el micro: “Quien tiene mi corbata, hasta que no aparezca, el colectivo no se mueve”. Y J.J. López terminó admitiendo que la había tirado hacía un largo rato. Labruna le pidió al chófer que se volviera a buscarla. “El Negro” dijo: “Por acá la tire”. Y todo el plantel bajó a buscarla. La encontraron y conclusión: Labruna, por diez días, no le habló al “Negro” López.
Labruna era cascarrabias y brabucón. Gritaba e insultaba. No podía con su genio. En Talleres, para evitar las salidas nocturnas, se sentaba en una mesa que daba a la puerta del ascensor del hotel donde se hospedaba el equipo, y ahí estaba hasta la madrugada para ver si algún jugador se iba de la concentración. “¿Usted adónde va?” preguntaba cuando aparecía alguno. Y el típico cordobés respondía: “Voy a ver si llueve para saber si mañana tenemos que usar piloto”… Labruna se reía y lo mandaba de vuelta a su habitación.
A Talleres llegó por primera vez en 1974 (la segunda fue en 1982), lo recibió el presidente Amadeo Nuccetelli y posaron juntos para el diario Córdoba, único medio en el lugar. Ahí le dijo: “Pelado, me hacen faltan un par de jugadores y no dejés ir a Luis Galván”. Talleres contrató a Ártico y Comelles y volvió Daniel Willington. Mas “El Tano” Fachetti y “El Ojudo” Patire. Talleres clasificó al Nacional 1974 con aquel histórico dos a cero a Belgrano, en Alberdi, con el golazo de Willington a Hugo Tocalli.
Otra vez, le pidió a Muggione que le mostrara los dientes postizos a Osvaldo Ardiles, jugando para Belgrano, y Ardiles se asustó y no tocó la pelota. Era un vivo bárbaro Labruna.
Ángel Amadeo Labruna, el más grande de todos. No en vano tiene la estatua en el Monumental. Solo falta que le pongan un manojo de naipes y el Hipódromo de Palermo cerca para que esté todo completo. Ahhh y… que se tome la nariz como cuando entraba en la cancha de Boca.
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