Parece una película, pero no lo es. No es una serie de Netflix, es realidad en estado puro. La secretaria del fiscal José Bringas, Silvana Scarpino, le relata -con una voz que es un hilo y denota preocupación- al periodista de Cadena 3, Fernando Genesir, los detalles de un caso de por sí escalofriante: Nicolás Salas Pellegrini, un joven de 27 años, permanece en grave estado luego de ser atropellado a la salida de su trabajo por un VW color gris, que luego del accidente se escapó del lugar sin ayudar a la víctima. Por la tarde, ya en el Facebook de Canal 12, Jero Del Prado, cuenta que Salas Pellegrini lo había chocado con su auto cuando él circulaba en moto, y en lugar de ayudarlo, había huido también. El suceso ocurrió en el barrio de Alto Verde, en la ciudad de Córdoba, el 17 de febrero de este año, y Del Prado estuvo diez días en coma. Todavía permanece en rehabilitación.
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“La vuelta de la vida, hace seis meses este chico me chocó. Yo iba en moto y también se dio a la fuga dejándome tirado en la calle con un traumatismo de cráneo. Estuve en coma diez días. Decí que los vecinos vieron la patente y lo agarraron a los cuatro días, pero bueno, no se lo deseo a nadie lo que está pasando porque yo lo pase. Ni a mi peor enemigo se lo deseo”, escribió Jero.
Scarpino mientras describe lo sucedido con Salas Pellegrini y da a conocer los detalles del auto que se busca, apenas puede, le agrega al periodista: “No es el único, desde el fin de semana son seis hechos como este”. Genesir frena la entrevista y le re-pregunta, impresionado (como la audiencia), -¿Cómo? ¿seis conductores que atropellaron y huyeron? No lo puede creer. Nosotros, del otro lado del receptor, tampoco. “Sí -le responde Scarpino-, nos ha llamado la atención este suceder de hechos de estas características. Llama la atención la falta de humanidad frente a hechos tan gravosos como estos”.
La mamá del muchacho que lucha por su vida (al cierre de esta edición), Paola Pellegrini, explica que su hijo “cruzó la calle y un auto a toda velocidad lo llevó por delante, no paró. Dobló en San Lorenzo. Alguien estaba con Nicolás. Es un Gol Power gris de llantas negras y las traseras de color claro. Tenía el parabrisas roto”.
Nicolás permanecía en estado reservado. “Está grave. Tiene quebradura de parietal, hundimiento de cráneo y está con respirador”. Un horror. Un horror doble cuando se sabe que el conductor del vehículo que lo arrolló y lo hizo volar sobre el parabrisas, se fue de allí pese a saber que había atropellado a una persona.
Un horror doble cuando se sabe que el conductor del vehículo que lo arrolló y lo hizo volar sobre el parabrisas, se fue de allí pese a saber que había atropellado a una persona.
Hasta aquí la crónica de lo que ocurrió.
Si alguien escapa frente al dolor del otro, frente al riesgo concreto de la muerte, que es una posibilidad extrema, límite -un hecho que de algún modo determina la vida de cada uno de nosotros porque su sola existencia nos hace conscientes de nuestra finitud-, es shockeante. Puede ocurrir que una persona puede ser presa de un estado de shock frente a un episodio traumático, es una posibilidad. Es, por cierto, un estado particular, es el propio miedo que nos puede bloquear. Se puede entender. Se puede comprender en un caso, pero la Justicia busca a seis automovilistas, no a uno. Quiere decir que situaciones de este tipo, en lugar de ser excepciones, se han vuelto demasiado habituales.
Seis casos, en cinco días, en una sola fiscalía. Escapa a la regla de la excepción.
Seis casos, en cinco días, en una sola fiscalía. Escapa a la regla de la excepción.
No estaría demás preguntarnos que nos lleva a actuar de ese modo frente a acontecimientos únicos, como los que han vivido los conductores que atropellaron, a perder la humanidad frente a ellos, a desnudar nuestro ser -individual y colectivo-, a dejar aflorar un egoísmo desmesurado. Matar o herir, dicho en relación al acto de hacerlo, es una experiencia que el 99 por ciento de los humanos -por ponerle una cifra arbitraria- no experimentamos. Lo conocemos por los diarios, por la televisión, por la literatura o por el cine. Podemos imaginarlo, pero no está en nuestra vidas. Por eso, hacerlo, es algo muy diferente. Atropellar forma parte del hacerlo. Fugar forma parte del hacerlo. En ese contexto es que estremece la cantidad de excepciones convertidas en regla.
Aunque no nos guste, también muestra la extensión de “la vocación” de impunidad.
Aunque no nos guste, también muestra la extensión de “la vocación” de impunidad. No sólo anida en el poder -en cualquier de sus variantes-, también tiene su lugar en el llano. La búsqueda de impunidad se ha vuelto horizontal. No quiere decir que todos seamos iguales, pero quiere decir que hay muchos más de los que creemos que tienen esta conducta.
Quizá sea bueno empezar (volver) a tener en cuenta a los otros. Algo no anda bien. Lo que sucede, es una cruel evidencia.
La vida no vale nada es una canción que escribió Pablo Milanés en 1975. Allí interpela a los que la desprecian, tanto en términos individuales como sociales:
La vida no vale nada
si no es para perecer
porque otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama.
La vida no vale nada
si yo me quedo sentado
después que he visto y soñado
que en todas partes me llaman.
La vida no vale nada
cuando otros se están matando
y yo sigo aquí cantando
cual si no pasara nada.
La vida no vale nada
si escucho un grito mortal
y no es capaz de tocar
mi corazón que se apaga.
La vida no vale nada
si ignoro que el asesino
cogió por otro camino
y prepara otra celada.
La vida no vale nada
si se sorprende a mi hermano
cuando supe de antemano
lo que se le preparaba.
La vida no vale nada
si cuatro caen por minuto
y al final por el abuso
se decide la jornada.
La vida no vale nada
si tengo que posponer
otro minuto de ser
y morirme en una cama.
La vida no vale nada
si, en fin, lo que me rodea
no puedo cambiar cual fuera
lo que tengo y que me ampara.
Y por eso, para mí,
la vida no vale nada.
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