(Por Máximo Brizuela*). La sorpresa electoral del domingo 26 de octubre deja más interrogantes que certezas.
Es indudable que la mayoría del electorado que acudió a votar considera que el rumbo que está tomando la Argentina es el correcto, en busca de una mejor calidad de vida y de un futuro más prometedor. Sin embargo, el plan económico vigente no ofrece certezas: se sostiene más por la fuerza de la esperanza y por el uso de metáforas casi religiosas que por resultados concretos.

El pueblo confía; la primera minoría electoral también confía. Y en el juego de la democracia, esa confianza consolida un modelo de ajuste que promete bonanza en algún punto del camino.
Si no bastaron el recorte a jubilados y personas con discapacidad, el cierre de pymes, la licuación de salarios, el ajuste en medicamentos, los recortes a la educación o la crisis del Hospital Garrahan, resulta difícil identificar dónde radica el descontento social hacia un gobierno nacional que no vacila en tomar decisiones que perjudican a amplios sectores todos los días, sin sufrir un costo político evidente.
Por otra parte, no se está construyendo una alternativa que seduzca ni que logre convencer a la ciudadanía.
¿Será momento de renovar algunas caras? ¿Habrá que dejar de lado ciertas diferencias y refundar un movimiento más amplio, con un plan de gobierno consensuado entre las partes? El simple rejunte, sin proyecto común, ya fracasó en 2023.
¿Será que seguimos pensando al país desde el centralismo porteño y bonaerense, consolidando así a una fuerza que, en pocos años, se transformó en un partido nacional con creciente adhesión?
Hoy es tiempo de preguntas. Nadie tiene todas las respuestas, pero para construir una alternativa competitiva —y que además solucione verdaderamente los problemas de la gente— primero hay que animarse a cuestionar algunas cosas.
La libertad avanza, mientras el resto aún debate qué hacer.
* Máximo Brizuela es secretario General del Sindicato Regional de Luz y Fuerza (SiReLyF).
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