La gran mayoría de los encuestadores encuentra en sus encuestas la existencia de dos espacios consolidados (macrismo y kirchnerismo), más un tercero de menor volumen (Sergio Massa y los gobernadores neoliberales). A su vez, estos tres grupos aparecen jugando como actores de dos bloques encontrados más allá de sus relatos puntuales: el popular y el neoliberal. Dos espacios nuevos comienzan a moverse e influirán sobre la composición y desarrollo de ambos bloques político-económico-ideológicos.
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En el bloque neoliberal juegan Cambiemos y el peronismo neoliberal, que entre otros, lideran los gobernadores Juan Schiaretti (Córdoba) y Juan Manuel Urtubey (Salta), y el senador rionegrino, Miguel Ángel Pichetto, con la convergencia del bonaerense renovador, Sergio Massa. El presidente Mauricio Macri es el plan A del oficialismo y pese a la resistencia del número 1 del Poder Ejecutivo, María Eugenia Vidal podría ser un “plan B” si todos los operativos de reanimación no dan resultado en la opinión pública. El tigrense es la principal carta electoral del peronismo centrista.
Del lado del bloque popular pueden contabilizarse el peronismo kirchnerista, el peronismo más clásico donde aparecen Felipe Solá y algunos gobernadores críticos, y el progresismo socialdemócrata de Ricardo Alfonsín, los socialistas y Margarita Stolbizer.
La izquierda trotskista intenta conformar un polo no reformista, pero salvo algunas expresiones locales fuertes, aún no ha podido cristalizar un bloque con influencia política y cultural equiparable a los otros dos.
Por supuesto, que estén en un mismo bloque de representación cultural y política no implica que los actores construyan una misma propuesta electoral, sino que su acción afecta o modifica el modelo económico y el esquema dominante de acumulación capitalista. El primero de los bloques señalados, forma parte y sostiene el sistema de poder de los sectores financieros y primarios de la economía. Por lo tanto es aperturista y anti-industrial con matices (por ejemplo, el sector peronista es favorable a un desarrollo industrial limitado, con capacidad de inserción global; y el macrismo es el que apuesta por la globalización y el alineamiento pleno con las políticas de Estados Unidos en la región, más allá de los guiños a China. En consecuencia determina un rol aún más subordinado de la economía nacional). Mientras que, en términos generales, el segundo de los bloques tiene como idea central que el desarrollo llega a partir del fortalecimiento del mercado interno a través de la redistribución de la renta nacional, el crecimiento industrial, y la regulación del mercado a través del Estado, con una economía más cerrada respecto de su relación con el resto del mundo.
En términos políticos, la primera vuelta de la elección de 2019 determinará quién es el representante principal de ambos bloques y es fuertemente improbable que el PJ neoliberal ocupe el lugar del peronismo K + el peronismo clásico en la segunda vuelta. El PJ de los gobernadores es funcional al gobierno nacional, en el sentido de actuar como colectora de los electores descontentos de las políticas oficiales. Esa doble ruta le asegura a Macri, potencialmente, un fuerte engrosamiento de su caudal electoral en la segunda vuelta. El drama del presidente es el piso desde el que partirá en busca de su reelección, por eso su equipo de comunicación trabaja sobre el eje ideológico-cultural para fidelizar a sus votantes y hacer crecer su franja electoral propia. Como la economía no dará buenas noticias, más allá del blindaje mediático, hasta al menos el segundo trimestre del año que viene o incluso más adelante, la estrategia es un giro a la derecha en su discurso, no sólo en lo económico -neoliberal versus populista- y político -anti Kirchnerista y anti-peronista-, sino cultural -autoritario y xenófobo-. Ese recorrido es el que comenzó a desarrollarse con la visita presidencial a Río Cuarto la semana pasada: Macri dijo que había que restringir el ingreso de inmigrantes al país y aceptar a aquellos que “venían a trabajar” como si vinieran de vacaciones; y la ministra, Patricia Bullrich, habilitó la idea de que los argentinos podemos andar armados. Estas expresiones siempre fueron marginales en las formaciones políticas argentinas, pero ahora inician una experiencia inédita aupadas de una fuerza política mayoritaria. Habrá que ver que piensa y hace la UCR, un partido ubicado en las antípodas de ese pensamiento conservador, por su original ideario liberal, aunque hoy subido al carro del presidente sin demasiados cuestionamientos.
Para el peronismo neoliberal, la única posibilidad de tener posibilidades electorales ciertas es penetrar el bloque afín al macrismo con el progresismo socialdemócrata. De lo contrario, en esta instancia estarán condenados a ser una parte menor del peronismo. De si este sector logra encarnar o no un espacio de representación propio depende en buena medida la aparición de una tercera vía efectiva, aunque en principio reúna a dos fuerzas de bloques diferentes. Este grupo de alfonsinistas, socialistas y seguidores de Stolbizer puede nutrirse una franja contestaria del gobierno, no del peronismo K o del peronismo clásico. Su potencial incremento debilitaría a Macri, por contraposición aumentaría el peso relativo del peronismo K + el peronismo frente al oficialismo presidencial y, a la vez, alimentaría al PJ de los gobernadores + Massa. La pregunta del millón es, ¿si su aparición le alcanza a este último grupo para llegar al tercio del electorado y con ello disputar uno de los lugares del ballotage?
Del otro costado, la decisión de Felipe Solá de jugar todas sus fichas a presidente, implica que el peronismo más clásico intenta ensanchar el núcleo básico que sigue a la presidente Cristina Fernández de Kirchner. Si Solá lo logra depende del contexto: si el escenario es crítico, CFK será la única representante de este bloque para salir de la crisis y su volumen aumentará por la necesidad de encontrar una salida; si la economía empieza a dar signos de rehabilitación en algún momento de 2019, Solá será fundamental como plan B. Una segunda posibilidad, es que si logra despegar de la marginalidad actual puede convertirse en el factor de renovación del peronismo, por encima del kirhnerismo y del propio peronismo. En ese caso, su perfil de “nuevo viejo conocido” y más centrista que Cristina, le podría dar a este bloque la posibilidad de salir del aislamiento actual con posibilidades de regresar al poder independientemente de la existencia de una crisis o no. Si el factor Felipe prosperara, el principal perjudicado sería el PJ neoliberal + Sergio Massa y eso podría tener incidencia en Córdoba.
Schiaretti, en este contexto, donde coparticipa del mismo electorado que el presidente en la provincia, puede ser un destinatario directo del voto conservador y de derecha. Para ello, deberá mantenerse dentro del espacio anti-K, que es la condición ideológica que aglutina a este bloque. El gobernador es el principal representante de este espacio en Córdoba, por encima del intendente de la capital cordobesa, Ramón Mestre, o del titular del interbloque de Diputados, Mario Negri. Esta lógica genera un grave problema para Cambiemos. El PJ cordobés no debería tener problemas importantes en la medida que no se produzcan fisuras impulsadas por alguno de los otros peronismos en pugna o que el presidente recupere su potencial electoral propio. Lo novedoso de la situación en Córdoba es, entonces, el espacio que tendrá el bloque opositor al neoliberalismo. El alfonsinismo, el kirchnerismo y la izquierda tendrán la posibilidad de pararse en ese lugar e interpelar a Schiaretti y Cambiemos.
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