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[Historias de 64 casillas] Triple de Larsen

Bent Larsen.

Mi primera incursión en un torneo internacional de ajedrez fue en Villa Carlos Paz, en 1985. Fuimos con mi amigo Marco Jacobo. Teníamos 16 entusiastas años y todas las derrotas por delante.

Pero nadie nos quitaba la emoción de participar en un evento de esta envergadura, con la presencia de maestros como Oscar Panno, Jorge Rubinetti (ganador del torneo), Raimundo García, la guardia local con Guillermo Soppe y Raúl Monier, el brasileño Herman Van Riemsdjik, y el uruguayo Bernardo Roselli, entre otros.

Era toda una aventura para dos villadolorenses. Primero, pedir permiso para faltar una semana a la Escuela Normal Dalmacio Vélez Sársfield (lo cual nos daba un falso aire de jóvenes inteligentes), luego tomarnos el Petizo (por el camino de las Altas Cumbres) e ir a parar a la casa de mi tío Tito y mi tía Titi (sí, así como se lee).

El torneo se disputaba en la coquetísima confitería del Casino de Carlos Paz. Un lugar de alto nivel que tenía como novedad (para nosotros, dos adolescentes transerranos) que las puertas se abrían automáticamente. Aunque, el sistema no estaba del todo aceitado, porque más de una vez los sensores de las hojas no reconocieron a mi coterráneo que a punto estuvo de darse de bruces contra los cristales.

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Las rondas se jugaban a la tarde-noche, por lo tanto, la bohemia ajedrecística nos devolvía a la casa de mis tíos recién a altas horas de la madrugada. Es decir, esa “locura” incluía jugar partidas rápidas hasta desmayarnos y colarnos a escuchar los análisis magistrales que Panno hacía con otros maestros.

Mis tíos habían reservado para nosotros el pequeño departamento que alquilaban en temporada alta. Y como tenía entrada independiente, no los molestábamos a esas horas. La primera noche volvimos con un hambre de campeonato, lo que era bastante lógico porque nuestras reservas monetarias eran bastante exiguas y habíamos sobrevivido la jornada compartiendo un tostado. Pero la primera gran alegría de aquella gesta estaba por llegar. Cuando nos asomamos al departamento, mi tía Titi nos había dejado las más maravillosas milanesas con puré que yo hubiera visto y jamás volveré a ver. Una década después comprendí la frase de Héctor Alterio en Caballos Salvajes: “!La puta que vale la pena estar vivo!”.

Nada como irse a dormir con el estómago contento, para digerir las sendas derrotas de la primera ronda.

Epec

JEREMÍAS Y LAS SIMULTÁNEAS

Mi tía Titi tenía un pequeño despiste con los nombres de las personas que recién conocía. Se las ingeniaba para no retenerlos y los cambiaba a su imagen y semejanza. El caso es que se le mezclaron los personajes bíblicos y mi amigo Jacobo pasó a llamarse “Jeremías” para la posteridad. Y no exagero cuando digo posteridad, porque desde ese momento Marco Jacobo pasó a ser llamado entre nuestros amigos: Jeremías.

Una historia colateral, que nada tiene que ver con el hilo central de esta nota, pero que algún día debía contarse.

Como señalé, era nuestra primera incursión seria fuera de Villa Dolores. Cuando teníamos 13 años nos vinimos a jugar unas simultáneas al Paseo Sobremonte (perdí una partida con Ricardo Wehbe e hice tablas con Raúl Grosso), pero eso no cuenta.

A Carlos Paz llegamos con un muy escaso repertorio de aperturas, que suplíamos con el optimismo de los profanos. El resultado no fue tan desastroso: con “Jeremías” hicimos el 40 por ciento de los puntos lo cual, para nosotros, que salíamos por primera vez de la arena dolorense para jugar en las grandes ligas, no estaba del todo mal.

Así estábamos, en la “Perla del valle de Punilla”, respirando y disfrutando ajedrez, cuando nos enteramos de que Bent Larsen, el legendario gran maestro danés, iba a jugar partidas simultáneas.

Larsen frente a Anatoly Karpov.

Para quienes no lo saben, Larsen fue uno de los maestros que animó una época dorada del ajedrez mundial junto a Mijail Tal, Bobby Fischer, Boris Spassky, Tigram Petrosian, y Víctor Korchnoi, entre tantos otros.

Con Fischer se disputaban el primer lugar entre los jugadores occidentales, hasta que el implacable intratable de Brooklyn le aplicó la misma vacuna que al pobre de Mark Taimanov: 6 a 0 en la semifinal rumbo al campeonato del mundo que luego Bobby le ganó a Spassky en 1972.

Larsen andaba por estos lares, subyugado por el amor de Laura Benedini, una argentina que lo enamoró allá por 1980. De hecho, vivió definitivamente en nuestro país hasta su muerte en 2010, a los 75 años.

La cuestión es que jugar con Larsen le agregaba un condimento extra a nuestra aventura en Carlos Paz. Como es habitual en las simultáneas, a los aficionados nos tocaron las piezas negras. Larsen abrió con peón de Dama, yo saqué el alfil del rey por el fianchetto como si supiera y me dispuse a aguantar el vendaval.

Lo que tenía que pasar, pasó. Pronto mi posición comenzó a tornarse muy precaria (un eufemismo para no decir que estaba perdida), pero sucedió algo extraño. Si no la conocen, les informo que en ajedrez hay una regla que dice: pieza tocada, pieza movida. Y una vez que un jugador suelta la pieza, ya no se puede volver atrás la jugada. El asunto es que, en determinado momento, Larsen efectuó una jugada de caballo con la que me daba un doble: es me decir, me amenazaba dos piezas al mismo tiempo, con la cual perdía calidad (diferencia entre un caballo y una torre).

El gran Bent hizo la jugada y siguió rumbo hacia otro tablero. Pero para mi sorpresa, Larsen detuvo sus pasos, volvió la mirada sobre mi tablero, tomó el caballo y lo movió hacia otra casilla. Yo lo miré, obviamente no me animé a recitarle la regla de la pieza tocada y movida, miré para ver si algún comedido había visto lo mismo que yo. Un hombre que estaba atrás mío sólo atinó a encogerse de hombros.

Larsen, lejos de inmutarse, volvió la jugada de caballo, y lo colocó en otra casilla en la que, en lugar de darme un doble, me daba ¡un triple! Me atacaba la dama y las dos torres al mismo tiempo. Al cabo de unas pocas jugadas más, capitulé. Es cierto, fue una derrota apabullante, aunque me queda el consuelo de que, si bien el gran maestro danés me dio un triple, me volvió atrás una jugada.

El saco de Larsen y el autor de esta nota de sueter bordó.

Bonus track: Durante la simultánea, un fotógrafo nos ofreció tomarnos una imagen jugando con el maestro Larsen, pero obvio que no teníamos para pagar la foto. Al día siguiente, el fotógrafo me buscó en la sala de juego y me regaló una foto que se le disparó por error. En ella salgo fuera de foco y a Larsen se le una parte del saco. Es la única evidencia que tenga de aquella histórica jornada.

* Juan Carlos Carranza es periodista especializado en ajedrez.

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