¡Cómo puede ser que un tipito al que le cuelgan las piernas sentado en la silla te gane una partida de ajedrez! ¡Justo a vos, experimentado guerrero curtido en mil batallas!
Eso es lo que pensamos los ajedrecistas veteranos cuando nos toca enfrentar a un niño o a una niña, que sabemos que jugarán con nosotros como el gato con el ratón, sin remordimientos ni misericordia.
Es una de las peores pesadillas para el ego del ajedrecista. Me ocurrió con uno de los hijos de la maestra Claudia Amura (una gloria del ajedrez vernáculo) en un torneo Erich Eliskases in memorian, que se disputó en el Cabildo Histórico de la ciudad de Córdoba hace algunos años ya.
La competencia comenzaba a la mañana. Mal horario para jugadores de mi calaña, acostumbrados a desvelarnos por las noches con cuestiones vacuas. Mientras preparaba el desayuno antes de partir hacia mi Valhalla ajedrecístico, sin conocer aún a mi rival de turno, decidí probar una receta de Rodolfo Redolfi. O, al menos, lo que Guillermo Soppe escuchó de boca del gran Redolfi. Según el “Alto Prelado”, como se lo conocía en el ambiente a este destacadísimo gladiador cordobés, había que desayunar huevos fritos para que el fósforo de las yemas actúe como una especie de Bardahl para el cerebro.
Dos huevos fritos fueron un exceso innecesario. Finalmente, el fósforo no hizo ningún efecto: no activó mi cerebro y, por el contrario, aumentó mi colesterol malo. Aunque esa es otra historia.
Recién cuando llegué al recinto de juego descubrí que mi rival de ronda era un niño de 12 años: Luis Hernández, hijo del gran maestro Gilberto Hernández y de la mencionada gran maestra Claudia Amura. En la fecha anterior “Luisito” le había ganado al fuerte “pegador local” Efraín Valeriano, lo cual encendió mis alertas. Rezando para que el fósforo de los huevos hiciera efecto, me senté a jugar con piezas negras muy nervioso, pero decidido a evitar el escarnio.
El niño jugó la apertura con mucha seguridad y obtuvo una posición prometedora, lo que me hizo temer lo peor. Pero en el medio juego no logró capitalizar lo bueno que había hecho hasta ese momento y, como viejo zorro de mil derrotas, aproveché mi oportunidad y gané la partida. Respiré aliviado. “Luisito” asumió la derrota con naturalidad, sin ningún drama y sin saber lo feliz que estaba.
Esta larga introducción es a propósito del récord recientemente batido por un niño estadounidense de 12 años y cuatro meses, Abhimanyu Mishra, quien se convirtió en el gran maestro más joven de la historia. Abhimanyu, “Abhi” o Mishra para los amigos, de padres indios, superó la marca que ostentaba Sergei Karjakin, un ucraniano que había batido el récord en 2002, con 12 años y siete meses.
En 2019, con 10 años, Mishra, este pequeño demonio, ya había logrado ser el maestro internacional más joven de la historia. Y el 30 de junio pasado obtuvo la confirmación de su título de gran maestro en el torneo suizo Vezerkepzo GM Mix, en Budapest, Hungría, justamente la cuna de otra niña prodigio, Judit Polgar, la mejor jugadora que haya asomado en un tablero.
YENDO A LAS FUENTES
Yo no fui un niño prodigio. Si bien siempre cuento con cierto orgullo no haber hecho jardín de 5, porque tanto la maestra como mi madre consideraron que “intelectualmente” estaba apto para empezar primer grado, sólo recuerdo que me pasé un mes llorando en la pollera de mi pobre maestra, que tuvo que aguantar a aquél supuesto “niño genio”, pero que emocionalmente era un pelmazo.
“Prodigio: es el niño que realiza una actividad extraordinaria para su edad o hace algo que es competencia de los adultos. En muchos casos el niño prodigio no es superdotado, tan sólo destaca en esa materia”. Es la definición que devuelve Internet y, amargamente, compruebo lo dicho anteriormente: muy lejos estuve de ser un niño prodigio.
En cambio, el ajedrez sí tiene numerosas historias de niños prodigio que agrandan aún más las epopeyas de estos maestros, quienes desde muy pequeños asombraron por el dominio del juego. Paul Morphy, José Raúl Capablanca y Garri Kasparov son ejemplos de chicos con un extraordinario y tempranero despertar ajedrecístico. El caso de Robert Bobby Fischer es distinto, pues su genialidad despuntó en su adolescencia.
Donald Byrne, un gran maestro estadounidense, no podía saber que el muchacho de 13 años que tenía en frente se convertiría en Bobby Fischer cuando muy a su pesar protagonizó la “Partida del Siglo”. ¿¡Cómo alguien puede jugar así a los 13 años!? Se preguntó el bueno de Donald cuando Bobby sacrificó su Dama y en pocas jugadas más sometió a su Rey a un ataque impiadoso y letal en el Marshall Chess Club de New York.
El rasgo común entre Morphy, Capablanca y Kasparov es que aprendieron a jugar viendo partidas entre sus familiares. El caso del cubano Capablanca ingresa en el terreno de la leyenda: a los 4 años, sin que nadie le haya enseñado ajedrez, corrigió el mal movimiento de caballo que había realizado el contrincante de su padre. Sorprendido, don Capablanca invitó a José Raúl a jugar una partida y el pequeño ganó. Había aprendido a jugar solo, observando jugar a su padre con sus amigos.
El estadounidense Morphy también aprendió mirando las partidas de su padre con un tío (quien luego sería su mentor). A los 9 años era considerado el mejor jugador de Nueva Orleáns y a los 12 el mejor de Estados Unidos. Se recibió de abogado a los 20 y como no tenía edad para ejercer decidió viajar a Europa para medirse con los maestros del Viejo Continente a los que batió sin miramientos.
La historia de Garri es más o menos similar. Sus padres tenían por costumbre resolver los problemas de ajedrez que todos los días publicaba el diario Bakú Vyshka. Así lo cuenta el propio Kasparov. “Mi don innato para el ajedrez se reveló a la edad de cinco años, cuando mis padres, sentados frente al tablero, exprimían sus cerebros sobre el habitual problema que salía en el periódico Vyshka. Como de costumbre, yo me sentaba al lado de ellos, siguiendo atentamente el movimiento de las piezas. Todavía no sabía cómo se jugaba, pero ya conocía las coordenadas de letras latinas y números del borde del tablero. Y en algún momento, de repente sugerí la solución de un problema difícil, lo que sorprendió enormemente a mis padres. ‘¡Si tú sabes cómo termina el juego, tenemos que mostrarte cómo comienza!’, exclamó mi padre y comenzó a explicarme las reglas. Pronto el ajedrez fue inseparable de mí, y un año después ya vencía a mi padre”.
TOP 100 JUNIORS
En el ranking ELO de la Federación Internacional de Ajedrez (Fide) el francés Marc Andria Maurizzi es el maestro internacional más joven (nacido en 2007, 14 años) en el Top 100 juniors, y se ubica en el puesto 52.
Además, hay seis pibes con 15 años. Esa lista es encabezada por D. Gukesh, un prodigio indio, gran maestro con 2578 puntos, que está en el puesto 18.
Y el número uno del ranking del Top 100 juniors es el (ex) iraní Alireza Firouza, de 18 años, quien está considerado como la más seria amenaza del noruego Magnus Carlsen, actual campeón mundial.
Un buen consejo de viejo Vizcacha del ajedrez: ¡Trate de evitar a estos mocosos!
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