Hubo coincidencias. Reales, trabajadas y también en algún punto sobreactuadas. Pero lo central del acto de Córdoba fue que las diversas centrales sindicales confluyeron tanto en los diagnósticos como en la voluntad de lo que se debe emprender de aquí en más.
Las dos CGT cordobesas, con sus cabezas José Pihen y Facundo Saillén, y también la CTA, supieron llevar el mensaje de unidad que sus pares nacionales no lograron dar.
Hay coincidencias manifiestas sobre el escenario. Nadie se atreve ni a remotamente poner en duda la amenaza que para el movimiento sindical y para los trabajadores en general representa la voluntad del gobierno de Mauricio Macri de avanzar en una reforma laboral.
Es que los representantes de los trabajadores agreiados saben muy bien lo que se viene por detrás: redefinición de la jornada laboral, horarios a voluntad de la patronal, reconocimiento sólo del tiempo efectivo de producción, fin de las negociaciones colectivas, acuerdos de parte y un preocupante etcétera que se cierne sobre los asalariados. Saben que es el modelo Brasil el que se pretende imponer. Y que está a la vuelta de la esquina.
En el documento que fue leído en el acto de ayer (manera algo insulsa pero bastante efectiva de galvanizar los egos y los protagonismos), no parecieron quedar dudas sobre la voluntad de los líderes sindicales cordobeses: que el 25 de septiembre próximo, cuando se reúna el Comité Central Confederal, se convoque a un paro nacional.
También coinciden los líderes gremiales sobre el interés del gobierno de Cambiemos -cuyos popes se muestran envalentonados por los resultados de las PASO- para avanzar en una reforma previsional, cuyo objetivo es abrir las puertas para elevar las edades jubilatorias y los años de aportes.
Conocen también que habrá que defender las obras sociales sindicales, que serán otros de los objetivos en el horizonte de lo que habrá que defender.
Ante ese panorama, da la impresión de que los líderes gremiales cordobeses no tienen demasiado espacio para el disenso, y responden a coro: “Hay que parar al gobierno”.
Será por eso tal vez que en el documento que fue leído en el acto de ayer (manera algo insulsa pero bastante efectiva de galvanizar los egos y los protagonismos), no parecieron quedar dudas sobre la voluntad de los líderes sindicales: que el 25 de septiembre próximo, cuando se reúna el Comité Central Confederal, se convoque a un paro nacional.
Contener a los propios
A casi 800 kilómetros de distancia, los líderes nacionales de las centrales obreras se debieron conformar con un discurso insulso de Juan Carlos Schmid, referente del moyanismo e incómodo miembro de un triunvirato que ni si quiera estuvo presente a pleno ayer en Plaza de Mayo.
En un discurso de apenas cuarto de hora, Schmid se mostró más a la defensiva, aclarando a propios y extraños que no eran “sordos” y que habían “escuchado el mensaje de las urnas”, casi como pidiendo disculpas por el acto de ayer. El dirigente planteó que su única aspiración era la de luchar por un “trabajo digno y salario justo”.
Con la ausencia de Héctor Daer y el rumor de su renuncia al triunvirato, el anuncio de una convocatoria para el 25 de septiembre para discutir un plan de lucha “que incluya un paro nacional” sólo pareció servir para contener el reclamo de las bases que se hacía escuchar, incluso, entre las filas de los camioneros.
Quizás más atentos a sus cuotaparte de poder y a los beneficios que pudieran arrancarle al presidente Mauricio Macri (quien ayer consideró la convocatoria de trabajadores una “pérdida de tiempo”), el multitudinario acto pareció diluirse en contener a los propios, pero a la vez garantizar una agenda que postergue cualquier medida de acción para después de las elecciones de octubre.
¿Será con nuevo triunvirato? Tal vez sus compañeros de Córdoba tengan algunos puntos para sugerirles.
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